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Leer antes - Márgara Noemí Averbach


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      R: Para mí, esas historias están profundamente relacionadas con la principal pero no en el sentido del argumento. No quiero describir la relación pero es importante. El mono de Nigeria y el chico muerto en la pequeña ciudad israelí están relacionados, muy relacionados. Yo creo que existe una red de relaciones entre la gente, y no pasa necesariamente por el argumento.

       P: ¿Y el espacio? ¿No tiene un papel semejante en sus novelas?

      R: Ah, sí. Para mí, las montañas, los desiertos, el mar, la noche y el día son personajes. Yo veo cierta analogía entre un hombre y un mono y una noche en el desierto; o entre una mujer, una mañana de invierno y el viento. Hay analogías en todas partes, no sólo entre los seres humanos sino también entre nosotros y el resto del universo. Incluso en términos del universo, somos penínsulas. Tenemos cierta parte que está inclinada hacia el desierto o hacia el océano o hacia las montañas. O hacia los cielos nocturnos.

       P: Sus historias están contadas por muchas voces y narradores. ¿Esto tiene que ver con una idea sobre la verdad?

      R: ¿Recuerda cuando dije que mis obras son música de cámara? Yo escribo tríos o cuartetos o quintetos. Polifonías. En general, no hay un único protagonista en mis novelas. Tal vez también tiene que ver con mi idea de la democracia. Nadie debe ser el dueño absoluto de la historia. Los cambios en el punto de vista están relacionados con cierta forma de relativismo, con una coexistencia de diferentes versiones. Por ejemplo, si escribo acerca de un matrimonio como en No digas noche, habrá más que dos puntos de vista en esa historia. El marido va a traer al juego a sus padres, muertos o vivos, y a sus abuelos. Lo mismo hará su mujer. Cada vez que una mujer y un hombre hacen el amor, es una orgía. Yo escribo sobre orgías en las que toman parte innumerables fantasmas.

      P: En su última novela, El mismo mar, aparece un nuevo tipo de narrador. ¿Cree usted que en realidad estuvo ahí siempre?

      R: No estoy seguro: en El mismo mar, aparezco yo muy explícitamente, con mi nombre. Soy un personaje menor, sin demasiada importancia en la polifonía de la novela pero soy una presencia concreta.

       P: ¿Le parece que ese narrador va a reaparecer en sus próximos libros?

      R: Sospecho que la respuesta es sí. En mi último libro, Una historia de amor y oscuridad, una novela autobiográfica que salió aquí hace tres semanas, ese narrador está vivito y coleando.

      Como autora, empezó a escribir tarde, a los cincuenta años pero fue la primera mujer en ganar el PEN/ Faulkner Award en 1992. Leerla es explorar regiones completas desde los rincones menos afortunados y menos conocidos, tal vez los rincones que más necesitan que alguien los cuente. Sus historias dicen vidas pequeñas, rurales, sufridas y las dicen desde la luminosidad intensa de algunos momentos cotidianos: el descubrimiento del amor o del espanto, el renacimiento de la esperanza.

      En la entrevista, habló en un inglés pensado, cuidadoso, que analizaba la respuesta palabra por palabra. Como en sus libros, sus ideas llegaban una tras otra en un ritmo tranquilo y emocionante; como en sus libros, bajo la superficie del lenguaje, ella contaba el mundo, lo interrogaba.

       En sus libros, usted explora Texas, Wyoming, Terranova… ¿Qué función tiene la geografía en ellos?

      La geografía es muy importante para mí. Es el principio de la historia. Sobre todo si estoy trabajando en una novela, lo primero que hago es estudiar el paisaje, estar en él, viajar por él, averiguar sobre el clima, la geología, el agua. Las vidas de los personajes tienen que ver con la geografía. Es de la mayor importancia saber qué come la gente ahí, qué hace para vivir, cómo se comporta, sus horarios…

       Entonces, ¿usted viaja a los lugares sobre los que va a escribir?

      Sí. Cuando quiero escribir sobre un lugar, voy y me quedo un tiempo. En general, es un lugar que visité antes. Por ejemplo, en Un as en la manga, yo había estado viajando por el país y había cruzado esa zona de Texas muchas veces. Me interesó que hubiera muchas casas viejas medio derruidas, muchos árboles rotos, maquinaria agrícola abandonada…, y también molinos rotos. Decidí que quería escribir una historia sobre ese lugar, alquilé una casa a un ranchero y me quedé unos seis meses.

       Y también estudia el dialecto local, que se pierde un poco en la traducción.

      Sí, sí.

       A mí me parece que sus libros están trazando un mapa de su país…

      Tal vez. Muchas veces, hasta hago un mapita del área...

      En Atando cabos y Un as en la manga, los protagonistas son personas que llegan a un lugar y se adaptan lentamente… ¿Es ésa una historia en la que usted está especialmente interesada?

      Creo que tal vez está relacionada con mi familia. La familia de mi padre bajó desde el Canadá francés a los Estados Unidos. Conseguir que la aceptaran aquí fue un proceso de generaciones así que soy sensible a los problemas y dificultades de los inmigrantes.

       ¿Cree usted que la migración es un tema importante? A nivel mundial…

      Es muy, muy importante. En Los crímenes del acordeón, hay siete, ocho, nueve personajes que vienen desde diferentes países a los Estados Unidos.

      Otro de los problemas mundiales es la ecología. En Un as en la manga, se manipula a los cerdos para que aumenten de peso hasta que se les quiebran las patas. ¿Le interesa la ecología?

      (Tarda en contestar). Sí, claro, pero usted apunta a algo interesante… Yo soy muy consciente de la variedad tremenda que hay entre los lectores… Dependo de que ellos traigan sus propias experiencias, observaciones e intereses a la historia, de que la completen con cosas que no se dicen tan abiertamente. Así que sí, ahí se sugiere que ya destruimos grandes espacios de Norte América y el mundo…, pero yo dejo que los lectores sigan por sí mismos ese tema. Así que si usted ve, en mis libros, un interés en la ecología, eso me dice que usted está interesada en eso.

       Sí, claro, pero las escenas están ahí… Creo que algo parecido pasa con otra característica de su ficción: esas pequeñas historias que nunca se completan, que no terminan… ¿Las escribe concientemente? ¿Por qué?

      (Piensa). Sí, es un proceso conciente porque creo que es un reflejo de nuestras vidas… Todos tenemos encuentros y hacemos amigos y conocemos gente cuyas historias no terminan, desaparecen frente a nosotros, especialmente si uno se está moviendo. Y sí, eso también queda en manos de los lectores. Además, para mí es realmente divertido no terminar las historias…

       Sus libros tienen detalles muy exactos de tecnología y se preocupan por problemas prácticos y soluciones prácticas…

      Personalmente, a mí me gusta leer libros que explican cómo se arreglan las cosas o cómo funcionan. Estoy muy interesada en el trabajo físico así que le doy un buen lugar en mis libros.

      Cuando usted va a escribir sobre algo…, digamos, sobre barcos en Atando cabos, ¿investiga al respecto o elige el tema porque ya lo conoce?

      No, yo investigo… Nunca me gustó el consejo que le dio esa profesora de la secundaria a Hemingway, cuando le dijo que hay que escribir siempre sobre lo que se conoce. Para mí tiene que ser al revés: hay que conocer lo que se escribe.

       Por eso, sus novelas tocan un abanico de temas: agricultura, carpintería, navegación…

      Para mí, ésa es una de las alegrías de la vida: averiguar cómo funcionan las cosas.

       ¿Hay alguna razón por la que sus personajes viven en el campo o en


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