Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin ArboledasЧитать онлайн книгу.
líderes mundiales y sabe cómo tratarlos y de qué pie cojean.
Calixto X se mantuvo un rato en silencio, que yo no interrumpí, y acabó:
–Habrá que meditar todo esto delante del sagrario.
Se levantó. La visita había terminado y me retiré.
Dos días después, monseñor Pasquali era designado cardenal, lo cual normalmente exigía ser obispo. Pasquali empezó de párroco en la archidiócesis de Siracusa, pero muy pronto entró en la carrera diplomática con notable éxito. Por eso no era obispo. Pero el papa Calixto X encontró un antecedente de cardenales no obispos en siglos pasados y aplicó la excepción. De manera que Pasquali siguió siendo nuncio en NY después de la ceremonia de «consistorio», que es como se llama el rito de elevación a cardenal del elegido.
A los medios romanos y los periodistas acreditados ante la Santa Sede no les pasó desapercibido el nombramiento y empezaron las especulaciones. Un cardenal no obispo era una excepción. Más aún, un cardenal alabado por sus capacidades como diplomático, aunque a la vez fuera un teólogo con buenas y reputadas publicaciones. Algún medio internacional tachó el nombramiento de extravagante y otros de tener intenciones escondidas.
Cuando un periodista preguntó a la portavoz del Vaticano sobre las razones que había detrás de ese nombramiento, se le contestó: «Su Santidad reza mucho antes de cada una de sus decisiones y todas están encaminadas a la alabanza a Dios, el bien de la Humanidad, el de la Iglesia y el Universo, y por este orden», puntualizó. Después de esta contestación, las especulaciones subieron de tono.
Cuando acabó su consistorio, me reuní con Pasquali. Nuestra mutua simpatía había aumentado con la distancia. Su figura seguía siendo la de un amante de la comida. Luego me confesó que estaba reduciendo su ración de pasta y mantequilla por consejo médico. A continuación, dijo, esbozando una sonrisa:
–Ahora solo la tomo cuando invito a alguien; lo que pasa es que eso ocurre al menos una vez al día.
Después se acarició la faja cardenalicia que rodeaba su prominente cintura. Me dijo que siguiera investigando y alabó mis crónicas de la vida vaticana. Se despidió con un «creo que nos veremos más pronto de lo que supone».
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