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Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVVЧитать онлайн книгу.

Identidad y disidencia en la cultura estadounidense - AAVV


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desastres del conflicto. Otros optarán por críticas, en casos estereotipadas, en otros certeras, de los defectos de una sociedad rica en su folclore pero con errores imborrables.

      En cualquier caso, los intentos radicales de intentar integrar al Sur en la conciencia y política de la nación no hicieron más que aumentar no sólo el rechazo de medidas hacia la igualdad como la decimocuarta enmienda de la Constitución Americana, sino incluso el aumento de actos violentos infligidos a los ciudadanos africano-americanos. Como consecuencia, la frontera ideológica se cerró aún más, haciendo que intentos abolicionistas previos siguieran siendo relevantes por las dificultades que debió afrontar dicha revolución. William Faulkner en su novela The Unvanquished, enfrenta a una serie de personajes en favor y en contra de los cambios impuestos y adoptados tras la guerra de secesión. Una joven que ha luchado con los confederados, Drusilla, afirma lo siguiente sobre un proyecto de igualdad social: “No es un sueño cosa demasiado segura de la que estar cerca [. . .]. Es como una pistola cargada con un gatillo de la firmeza de un cabello” (471). Cualquier propuesta de alteración del antiguo statu quo se recibía como exánime y, lo que es aún más llamativo, como peligrosa.

      Por consiguiente, la Reconstrucción no se vivió como un camino de libertad sino de ocupación, en el que el Sur se comenzaba a diluir entre componentes del Norte. En un tono de humor el editor sureño de la revista Constitution de Atlanta, Henry Grady, describe de la siguiente manera el entierro de un granjero durante este periodo:

      Lo enterraron en una cantera de mármol; sin embargo, pusieron una pequeña lápida sobre él que era de Vermont. Lo enterraron en el corazón de un bosque de pinos, pero la madera de pino del ataúd era importada de Cincinnati. Lo enterraron a tiro de piedra de una mina de hierro, aunque los clavos en su cofre y el hierro de la pala que cavó su tumba eran importados de Pittsburgh. Lo enterraron en un abrigo de Nueva York, en unos zapatos de Boston [. . .] bombachos de Chicago y camisa de Cincinnati. (cit. Carter, 49)

      Una interpretación metafórica de esta irónica declaración pública en contra de un nuevo proceso de colonización por parte del Norte, desvela la queja y exigencia del autor. El periodista expresa su malestar por la hegemonía industrial y económica impuesta como una fuerza que esconde bajo tierra cualquier vestigio de cultura sureña.

      En este periodo y de la interpretación distorsionada del sentimiento reprimido, surgen actos criminales movidos por la ignorancia visceral y el odio. El Ku Klux Klan, que nació en Tennessee en 1865, vive su clímax durante estos años. La obra The Clansman del sureño Thomas Dixon Jr., publicada en 1905, intenta, desde la exacerbación de la supremacía blanca, convencer al Norte de mantener la segregación racial. El escándalo y agitación que provocó su obra no sorprende al leer las siguientes líneas del escritor:

      Por la raza negra únicamente siento lástima y compasión, a pesar de que cada gran convención de negros desde la publicación de mi primera novela histórica sobre el conflicto racial se ha complicado la vida denunciando que mis novelas caricaturizan y difunden calumnias sobre su gente. Su error es natural. Mis novelas son lecturas difíciles para los negros, y sin embargo, los negros, al denunciarlas, están denunciando inconscientemente a uno de sus mejores amigos. (8-9)

      Es innecesario recalcar su intento de otorgarse la autoridad de restringir la libertad del que considera subordinado, con el objetivo de presentarlo como no merecedor de la calidad de ciudadano.

      La decadencia ideológica y las continuas barreras encontradas por los abolicionistas se unieron con una economía desesperada por recuperarse. En ese intento asomaron una tendencia capitalista sin moral, un crecimiento en la producción industrial sin escrúpulos, especulaciones corruptas y sobreexplotación de recursos que proyectaban una aparente mejora y un lujo superficial que Mark Twain denomina “la época dorada”, es decir, que copia su color o lo asemeja mas no equivale al valor del metal precioso. Acuña el término en la obra escrita con Charles Dudley Warner, The Gilded Age: A Tale of To-Day, publicada en 1873 y situada en los años después de la guerra civil, satirizando la avaricia y corrupción de este periodo. Uno de sus personajes afirma: “Lo que el Sur necesitaba [. . .] eran trabajadores cualificados; sin ellos será incapaz de avanzar en sus minas, construir sus ferrocarriles, trabajar sus tierras fructíferas para sacarles partido y, sin grandes pérdidas, establecer fabricantes o entrar en una carrera industrial próspera” (150). Y a pesar de lo certero de este consejo, el Sur y sus agricultores y campesinos lucharán por preservar los valores asociados a la vida en la granja, las plantaciones y la convivencia con la tierra.

      Así el Sur se adentra en el siglo XX y el conflicto con el Norte parece no apaciguarse. El autor Albion W. Tourgee le da voz a un veterano de la Unión en su novela A Fool’s Errand, describiendo la pugna política y cultural así:

      [A]ntes de la guerra, era como una corriente de agua con rápidos enojados aquí y allá; luego, durante un tiempo, fue como una cascada espumosa; y desde entonces ha sido el amenazador, oscuro, profundo pero silencioso torbellino [. . .] con susurros enfadados, con corrientes invisibles y fuerzas escondidas, cuyo curso futuro no puede predecirse, sólo se puede saber que debe continuar. (379)

      La inquietante descripción pesimista, tristemente, se cumple en la historia contemporánea del Sur.

      El Nuevo Sur

      No obstante, la denominación de Nuevo Sur sí demostraba ciertos cambios hacia políticas más justas y con cierto carácter progresista para favorecer la igualdad de las razas, en una rápida industrialización de estos estados, y un crecimiento de las zonas urbanas en deterioro de las rurales. Pero el absurdo aparece de nuevo cuando se analizan los datos del crecimiento de linchamientos en los años 20 en el sur de los Estados Unidos. Otra de las vergüenzas con las que tendrá que convivir esta región. El poeta Claude McKay dedica un poema “The Lynching”, de 1919, a dicha atrocidad:

      […]

      El día cayó, y pronto la multitud plural llegó para observar el cuerpo espectral balanceándose al sol las mujeres llegaban en tropel para mirar, pero nunca ni siquiera una mostró pena es sus ojos de azul acero; y pequeños chiquillos, futuros ejecutadores de linchamientos, bailaban alrededor de aquella cosa terrible en regocijo diabólico. (176-7)

      Una evolución económica, un cambio en infraestructura, y gestos propagandísticos hacia los derechos civiles no podían coexistir con tales atrocidades sin provocar un estancamiento social, incrementado por la Gran Migración de africano-estadounidenses a estados del norte y oeste del país en busca de mayores posibilidades de mejora en su calidad de vida y libertad. Todo esto, junto a la perduración de las leyes de segregación de Jim Crow, no ayudaron a evitar la nacionalización del término despectivo hill-billie, acuñado por The New York Journal en 1900, estereotipando al blanco sureño pobre como un individuo carente de intelecto, de naturaleza visceral y atávica, culturalmente estéril y degenerado. Por lo que aparece otro grupo social olvidado en el Sur, el pobre blanco, “La gente olvidada de Dixie” los llama Wayne Flynt.

      La Gran Depresión de 1930 tendrá un impacto aún mayor en un Sur ya empobrecido, alejándolo aún más del Norte. El Sur, obviamente, no experimentó los locos años veinte de la manera que pudieron ser retratados por F. Scott Fitzgerald en The Great Gatsby y que fielmente retrata la escritora sureña Eudora Welty es su faceta como fotógrafa. Sin embargo, paradójicamente, entre los años 20 y 30 comienza el Renacimiento del Sur con William Faulkner como principal representante. En “A Rose for Emily”, el viejo Sur, representado por una casa, resiste a pesar de su innegable declive:

      Era una casa de madera, grande, más bien cuadrada, que alguna vez había sido blanca; estaba decorada con cúpulas, agujas y balcones con volutas, según el airoso y pesado estilo de los setenta. Se ubicaba en la que antiguamente fue nuestra mejor calle, después invadida por talleres y limpiadoras de algodón que se inmiscuyeron e hicieron caer en el olvido incluso los apellidos más ilustres de ese vecindario. Sólo la casa de la señorita Emily seguía alzando su obstinada y coquetona decadencia por encima de los camiones de algodón y las bombas de gasolina —un adefesio entre adefesios. Y ahora la señorita Emily había ido a reunirse con los que otrora portaran aquellos ilustres apellidos en el lánguido cementerio de cedros, donde yacían entre las tumbas, ordenadas en


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