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Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina. Esma Kučukalić IbrahimovićЧитать онлайн книгу.

Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina - Esma Kučukalić Ibrahimović


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de figuras políticas hiperpopulistas. Abordar las consecuencias para los ciudadanos de un modelo institucional como el que aquí se plantea es una lección más que necesaria para la Europa del siglo XXI.

      TABLA 1

      BALANCE DE PERDIDAS HUMANAS Y DEVASTACIÓN

      DURANTE LA GUERRA 1992-1995

      Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Derechos Humanos y Refugiados de Bosnia y Herzegovina, 2010.

       Parte I

       Dayton y la paz: un complejo binomio

       1. El origen de la etnonación

      La paz para Bosnia y Herzegovina se firmó en un lugar tan alejado del escenario de la guerra como la base militar Wright-Patterson de la pequeña ciudad norteamericana de Dayton, en Ohio. Y no es casualidad. Bosnia y Herzegovina llevaba cuatro años desangrándose en el reguero de centenares de miles de muertos, con millones de desplazados internos y refugiados, y con la constatación por parte de la Corte Penal Internacional de que ahí, en el patio trasero de la Unión Europea se estaban cometiendo los peores crímenes contra la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial –con Srebrenica como el episodio más fresco– y sin que la diplomacia europea se viera capaz de gestionar la catástrofe.

      Las negociaciones del acuerdo suponen uno de los episodios más reproducidos por sus protagonistas internacionales, especialmente por el diplomático estadounidense Richard Holbrooke, quién acuñó en esta intermediación el término de la shuttle diplomacy. Veintiún días de durísimas conversaciones en la poderosa base aérea que contaba por aquel entonces con un presupuesto anual superior al de la propia Bosnia y Herzegovina. Las delegaciones encabezadas por Milošević como negociador para la parte serbia, y quién contaba con el «voto de oro» para inclinar la balanza, con Franjo Tuđman en representación de los croatas, y un grupo bosnio nada homogéneo dirigido por Alija Izetbegović, tuvieron que buscar acuerdos sobre decisiones tan espinosas como el reparto territorial, los corredores internos, el ordenamiento institucional o la capitalidad de Sarajevo.

      Milošević tenía intereses más que evidentes por alcanzar la paz tras varios años de sanciones internacionales que habían dejado a su país en la bancarrota y habían minado su todopoderosa autoridad. Con su voto decisivo, quien fuera el máximo responsable del desmembramiento de Yugoslavia se enfundaría el traje de gran pacificador –paradojas de la política– diciendo que, si había llegado hasta ahí, recorrería una milla más para lograr la paz. Accedió a ver Bosnia y Herzegovina como un único Estado, aunque logró una división interna con un 49 por ciento del territorio, este sí homogéneo, para la parte serbia. Aceptó que Sarajevo se quedara como ciudad unificada en el territorio de la Federación bosniocroata y fuera la capital del país, si bien según cuenta la prensa, tuvo que ocultar la información a la delegación serbobosnia hasta poco antes del anuncio oficial para que el acuerdo no saltara por los aires. La delgada línea que separaba el éxito del fracaso residía en los aspectos militares sobre los que insistía Estados Unidos como anfitrión del encuentro mientras que los asuntos civiles correrían a cargo de la delegación europea, que no en balde asumió el grueso del gasto de esta operación encarnada en la figura del alto representante para Bosnia y Herzegovina como garante de su cumplimiento.

      Las últimas 48 horas de negociación fueron tan imprevisibles que los funcionarios norteamericanos llegaron a decir que «las partes tienen muy claro que es ahora o nunca pero todavía existe la posibilidad de que elijan nunca», y para no arriesgarse, se especula que llegaron a presionar a las partes mediante la privación del sueño. Cuarenta y cinco minutos después de que el secretario de Estado, Christopher Warren lograse el sí de los tres grupos, el presidente Clinton ya había convocado a la prensa. No fuera que a alguno de los protagonistas se le ocurriese cambiar de opinión.

      La paz sobre el papel se sellaba bajo la mirada custodia del presidente Clinton su homólogo francés, Jacques Chirac, el canciller alemán Helmut Kohl, el primer ministror ruso Viktor Chernomyrdin, el inglés John Major, y el presidente español Felipe González. Fuera del marco de la foto, el secretario general de la ONU, Butros Butros Ghali y Javier Solana como secretario general de la OTAN. «Todos somos perdedores, solo la paz ha salido victoriosa» diría Milošević tras la firma, mientras Tuđman sostenía que «las aplicaciones del acuerdo traerían la paz definitiva a los Balcanes». Izetbegović, tras un largo silencio, acuñará una de sus frases más célebres: «esta puede no ser una paz justa, pero es más justa que la guerra».

      Para rematar las anécdotas, el texto original del Acuerdo de Dayton –que nunca llegó a traducirse a los idiomas oficiales de los países firmantes– desapareció al poco de su firma, y ha estado extraviado durante casi dos décadas, con una copia compulsada enviada a Bosnia y Herzegovina desde Bruselas como única prueba de fe. En el año 2017 apareció el supuesto ejemplar en la casa de un policía municipal de la localidad serbobosnia de Pale a pocos kilómetros de Sarajevo, lugar de operaciones del gobierno de guerra de Karadžić, y que hoy sigue siendo bastión del nacionalismo serbio en Bosnia. Fuentes extraoficiales dicen que el susodicho lo estaba vendiendo en el mercado negro por 50.000 euros.

      Curiosidades aparte, el balance del acuerdo con la distancia de dos décadas y media es el de un texto cuyos artículos siguen siendo el principal tema de debate, tal y como ocurrió en la negociación. Nadie discute que su gran logro fue poner fin a la muerte indiscriminada de civiles. No hubo vencedores como dijo Milošević, aunque ganó una idea: la de preservar Bosnia y Herzegovina como Estado soberano dentro de sus fronteras históricas.

      Desde la internacionalización del conflicto bosnio, hubo cuatro diseños previos al formulado por Dayton. El primero, el plan de Lisboa que llegó en los momentos previos al estallido del conflicto bajo la batuta de lord Carrington y el embajador portugués José Cutileiro. Un esquema de división confederal del país en clave étnica en todos los niveles administrativos, incluso de los territorios en los que no hubiese una mayoría étnica evidente. A pesar de la aceptación del acuerdo por las tres partes, Alija Izetbegović retiró su firma tras un encuentro en Sarajevo con el embajador estadounidense, Warren Zimmermann, y la supuesta promesa de reconocimiento internacional de Bosnia y Herzegovina en el seno de la ONU si su presidente se negaba a la división del país. En plena redacción del Tratado de Maastrich, quizá la Unión Europea, en la que corrían aires de euforia, podría haber presionado a las partes para frenar la escalada bélica explicándoles que por separado no tendrían futuro en ese gran proyecto político.

      En otoño de 1992, Bosnia y Herzegovina ardía en llamas. La comisión dirigida por el diplomático finlandés Martti Ahtisaari, y cuyos enviados fueron Cyrus Vance y lord Owen, planteó una fórmula de Estado descentralizado, dividido en diez provincias, sin ejército ni adjetivos étnicos. El plan fracasó cuando se hizo evidente la fragmentación territorial a través de la limpieza étnica. La propuesta fue rechazada desde el bando serbio, comentan que, a instancias del general serbobosnio Ratko Mladic, convencido de que podían lograr mayores posesiones territoriales que las ofrecidas en este paquete. La noche en la que declinaron el plan, el patriarca de la Iglesia


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