Despertar en armonía y equilibrio. Pamela Castillo SilvaЧитать онлайн книгу.
ceremonias y dos habitaciones que arrendaba por día. Yo estaba tan cansada que tomé una de las habitaciones, lo que me daba derecho a una vela para la noche, desayuno y una ducha con agua quitadita de hielo. Al otro día comenzaría mi entrenamiento en ese extraño mundo de las energías, un conocimiento vetado por la Santa Iglesia Católica. Para mis oídos pechoños sonaba casi subversivo, contestatario. ¿Dónde me había metido?
En la mañana del segundo día compartí el desayuno con Ramón y el matrimonio formado por Alex y Norma. Cuando me preguntaron por qué estaba ahí, medí mis palabras y dije que quería conocer el mundo de las energías, porque estaba en una fase de apertura. Sonaba cursi, pero al menos pude evitar las carcajadas. La conversación matinal giró en torno a los extraterrestres, que según mis contertulios serían maestros universales y que nos querían entregar enseñanzas. Según mis compañeros de mesa, existían libros de sabiduría que habrían sido entregados por ellos para ayudar a la humanidad. En ese momento pensé seriamente en arrancar de vuelta a Santiago, pero mi curiosidad fue más fuerte. Me contuve y terminé el desayuno con huevos revueltos y pan amasado casero, poniendo cara de interés.
Después del desayuno, Ramón se acercó y me dijo que cerca del mediodía había reservado un tiempo para conversar conmigo. Él se había tomado muy en serio lo de guiarme en mis primeros acercamientos al mundo esotérico. Llegó con unas varillas para ver cómo estaban mis chakras. “¿Qué es eso?”, le pregunté. Me explicó que los chakras son centros energéticos por donde ingresa la Energía Divina al cuerpo. Resultó que las varillas se abrían o cerraban conforme el estado de apertura del chakra. En mi caso, del cuello para abajo mis chakras lograban abrir un poco las varillas, pero de ahí para arriba se cerraban completamente. Quedé conmocionada. Rápidamente Ramón me explicó que los chakras superiores casi siempre están cerrados porque tienen que ver con la conexión directa con lo divino. En nuestra sociedad lo espiritual o sentido de divinidad está dejado de lado. Entendí que, en mi caso en particular, estar imbuida en la religión católica, que cuenta con un gran contingente de intermediarios, me había inhabilitado para creerme digna de conectarme directamente con Dios.
Después de la breve introducción al mundo esotérico, Ramón me sorprendió al sugerirme, como primera tarea de novata, leer la Biblia completa desde el Génesis. Acepté la misión como un desafío y me dediqué el resto de la semana a leerla. Como conclusión pude decir que, si los héroes del Antiguo Testamento fueron capaces de estafar a su hermano, como Jacob, vender como esclavo al favorito del clan, que era José, o arrasar a pueblos completos para honrar a Yavé, era lógico entender por qué el mundo estaba tan convulsionado.
Lo mágico comenzaba en las noches cuando nos reuníamos en un círculo. Escuchábamos con los ojos cerrados una hermosa melodía en la que sonaban campanas lejanas. Después Ramón nos guiaba en meditación hacia un jardín: un espacio lleno de flores y un sendero que conducía a un río donde nos quitábamos la ropa para purificarnos. Una vez que llegábamos a la otra orilla nos esperaba un Maestro, quien nos daría un mensaje. Ramón, curioso, me preguntó: “¿viste a tu Maestro?”. Mi respuesta era otra pregunta: ¿El Maestro Jesús? Esta meditación se repetiría todas las noches y la pregunta también.
Con los ahorros de su vida se compró ese terreno, entre la falda de un cerro y un estero de aguas cristalinas
La noche previa a la Navidad compartimos una sencilla cena. Nuestra conversación, los chistes y anécdotas nos hicieron sentir en familia. Fue extraño, me sentí contenida por esta pequeña comunidad y el cielo estrellado del Valle del Elqui, que me abrazaba mostrándome su magnificencia haciéndome sentir pequeña, pero parte de un todo. Por fin estaba sintiendo lo que era vivir el momento. Sentía mi vida en Santiago como otra vida.
Después de Navidad la llegada de Diana coincidió con la de Rafael y Nicole. Rafael era un maestro de Tai Chi en busca de un período de reflexión. Nicole era una chica bien que quería vivir de la fotografía y la artesanía en el Valle del Elqui. Su especialidad era todo lo referente a la marihuana, como los matacolas y pipas. Nicole llamaba la atención porque sus relatos inevitablemente terminaban con la frase: “Esto es una volá súper heavy, ¿cachai?”. La emocionalidad estaba dada por la pausa y el tono que usaba al pronunciar su frase. Rápidamente quedó bautizada como: “La Heavy”.
Fueron días de luz con un calor implacable, por lo que entre todos logramos revivir unas pequeñas piscinas donde compartíamos nuestros sueños, historias sin resolver o definitivamente resueltas. Nos poníamos tareas, dentro de las que destacó nuestra ascensión al cerro que nos cobijaba.
La premisa era que, si lográbamos llegar a la cima, todos nuestros sueños se volverían realidad. Es así como en la última mañana del año 1997 iniciamos la travesía, que resultó bastante más difícil de lo que pensábamos. Cuando hicimos cumbre y pudimos ver el paisaje que estaba al otro lado, todo el cansancio, las pequeñas caídas y los rasguños quedaron en el olvido. Aún recuerdo como mi corazón palpitaba a más no poder. Ante mí se mostraba toda una vida nueva que me estaría esperando cuando me decidiera a dejar atrás la antigua.
La cena de Año Nuevo consistió en preparar unos choripanes que habíamos comprado en el pueblo. Jugamos al amigo secreto regalándonos unos presentes que tenían como condición ser elaborados por nosotros mismos. La ceremonia de entrega de regalos tuvo toda la formalidad que se espera de un evento como este. Fui la amiga secreta de La Heavy, y como regalo recibí un matacola hecho de bambú. Si bien no fumo marihuana, quedé profundamente agradecida de Nicole, que me dijo: “Este es para si algún día te animas”.
Mi última noche en la escuela participé de la meditación guiada como todos los días. Pero al momento de atravesar el río no quise imaginar a nadie sino solamente sentir. Esta vez, en la calma previa a la despedida, pude ver una gran luz y dentro de ella, la silueta de una mujer. Ramón se acercó para preguntarme si había visto a mi Maestro.
–Vi a una mujer–, respondí.
–Ramón, ¿hay Maestras?–, pregunté.
Él solo me sonrió.
Al momento de partir, Ramón me regaló un cassette con la música que usábamos en la meditación para que no me sintiera sola en mi regreso a Santiago. Desgraciadamente extravié el cassette, pero esa melodía quedó guardada en mi memoria. Pasaron más de veinte años para volver a reencontrarme con esos sonidos.
El encuentro
A mi regreso a Santiago, retomar mis actividades me fue enredando en la vorágine de lo inmediato. A pesar de la rutina, me sentía más liviana. Había logrado perdonar, aceptar y liberarme de lo que no fue. El regalo de mi viaje fue haber enfrentado a uno de mis mayores tabúes: el mundo esotérico.
Cada vez me sentía más desconectada de los dogmas católicos. No respondían a ninguna de mis inquietudes. Una vez me encontré con uno de los curas de la parroquia donde asistían mis padres. Sin ninguna contemplación le pregunté: “¿Qué piensa de la reencarnación?”. Su respuesta me sorprendió al contarme que había estudiado a fondo el tema, había leído mucho -porque siempre le había hecho ruido- hasta convencerse de que no era posible, o no hubiera podido seguir su camino como sacerdote.
Con el tiempo pude ver que mi tibia permanencia al alero de la iglesia católica se debía a mi profundo amor al maestro Jesús. Mi respuesta llegó a mediados del año 2000. Sin saber para qué un día entré a la iglesia El Bosque, donde antaño solía asistir. Cerré mis ojos y claramente me vi afuera de la iglesia, en la vereda. Caminando hacia mí un hombre me sonreía amablemente. Usaba barba y cabello largo amarrado. Estaba vestido de jeans y camisa deportiva con las mangas arremangadas hasta los codos. Reconocí enseguida su transparente mirada, él era el Maestro Jesús versión 2.0. Ese encuentro significó para mí su invitación a seguirlo por caminos diferentes a los que conocía. Me sentí liberada.
En una clase de danza hindú las alumnas estábamos tratando de mantener el ritmo vigoroso de la profesora. Destacaba una chica muy joven a quien se le hacía fácil seguir las coreografías. Durante el descanso ella contó que su mamá “daba energía”.