El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel MurugarrenЧитать онлайн книгу.
rel="nofollow" href="#ulink_8f88d1cf-fd72-5177-b0b0-56389b3c02df">69 lo que está directamente relacionado con los movimientos, a medio o largo plazo, de aumento de las desigualdades sociales.
Sin necesidad de recurrir a Thomas Piketty, cuando afirma que la desigualdad crece cuando la tasa de remuneración del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, podemos preguntarnos hasta qué punto las desigualdades que provocan un aumento exponencial de la pobreza han podido obstaculizar, o no, una fase larga de crecimiento.70 Capacidad, sostenibilidad y desigualdad, no incluidos en la contabilidad del PIB por parte de ningún modelo histórico-económico, son tres pilares que ponen en duda los conocidos indicadores cuantitativos –y sobre todo los sofisticados cálculos matemáticos– para medir el bienestar social. El medievalista Todeschini repite incansablemente que el verdadero desarrollo –o la ausencia del mismo– debería medirse mediante la evaluación a largo plazo de las condiciones de quienes están en situación de pobreza, exclusión o privación (gente comune, gente qualunque, malviventi, persone sospette son los títulos de sus trabajos) y mediante el incremento, o no incremento, de las desigualdades.
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES
De lo anteriormente expuesto emergen una serie de conclusiones sobre la historia económica como disciplina y su aplicación al estudio de las sociedades preindustriales. Ciertos «retornos» del interés por lo económico en la investigación y por la «larga duración» como escala temporal más apropiada, incluso en perspectiva de «historia mundo», privilegian de forma clara argumentos relativos a la naturaleza y cuantificación del crecimiento y al análisis de los mecanismos internos de su funcionamiento. Una investigación común parece interesar a diversas regiones y a muchos historiadores por los niveles de ingresos, de renta o de producto interior bruto (PIB) por habitante. Con informaciones y abundantes datos sobre salarios reales, estructuras de empleo de la población, tasas de urbanización y, sobre todo, la productividad agraria y la producción total se pueden identificar situaciones muy distantes del mundo ricardo-maltusiano que hemos descrito durante años. A los estudios pioneros de los historiadores anglosajones (Bruce Campbell, Robert Allen, Jan Luiten van Zanden y otros) se añaden ahora trabajos relativos a la Europa meridional,71 todos ellos especialmente fecundos en nuevas estimaciones de posibles incrementos de la productividad agrícola basada en pequeñas innovaciones tecnológicas y en sistemas financieros, comerciales y de mercado más eficaces.
Es posible, como escribía Alain Guerreau, que «un productivismo un poco simple sea el cuadro general de esta reflexión»72 y, en muchos casos, los resultados obtenidos confirman tendencias ya descritas con datos cualitativos y estimaciones menos sistemáticas. Parece que las nuevas temáticas, metodologías y planteamientos de la historia económica hayan convertido la investigación en algo menos «histórico» y más «económico», un aspecto destacado ya por muchos historiadores que sienten la necesidad de correcciones y de una mayor crítica interna de los datos.73 Las cuestiones más polémicas se refieren al uso de las categorías de la contabilidad actual, a la aplicación en las sociedades preindustriales de recientes teorizaciones de economistas puros y a los cálculos del rédito nacional o del producto nacional bruto, familiar o por habitante, basados en el salario real. En realidad, el salario representa solo una parte del rédito familiar en estas sociedades y va siempre acompañado de otras formas de remuneración no ligadas al mercado, sobre todo las aportaciones del trabajo femenino o infantil y los ingresos provenientes de sistemas informales de retribución. Por otra parte, hasta la misma noción de «crecimiento» o de «crisis» –sobre todo la crisis bajomedieval– resulta variable e incluso limitada. Si bien el crecimiento supone un aumento de la capacidad productiva y una mejora de los sistemas de distribución y consumo, un fenómeno de incremento del rédito por habitante, resultado de una recesión demográfica más profunda que el descenso de la producción agraria, no debería ser considerado un signo de desarrollo económico. Con todo, de estos estudios emergen dos elementos básicos de gran utilidad. En primer lugar, pueden ser el fundamento para un estudio comparativo de las variables de producción, productividad y consumo entre las diversas áreas europeas, única forma de interpretar estas economías en un contexto global. En segundo lugar, constatan la existencia de aumentos significativos de larga duración en algunas regiones clave de la Europa medieval derivados de mejoras organizativas, de la intensificación del trabajo y de cambios en los sistemas productivos.
Procesos similares parecen haber tenido lugar también en el sector industrial. Stephan Epstein señaló hace años los puntos más importantes sobre este tema. En primer lugar, el rechazo del presunto carácter obstruccionista de las corporaciones artesanales –una idea muy discutida actualmente– en lo que respecta a los procesos de innovación tecnológica y al análisis del papel de los oficios en la formación de trabajadores especializados.74 Epstein remarcaba la necesidad de distinguir entre diferentes tipos de conocimiento y las diversas formas de «transmisión de saberes»,75 o de conocimientos técnicos, a través de mediaciones sociales y culturales como las migraciones de artesanos o las culturas prácticas tradicionales con vistas a la difusión de un know-how profesional. El segundo tema es el de la protoindustria, que desde hace tiempo está siendo estudiada como fenómeno de larguísima duración, que va del 1200 al 1800. El logro más interesante de las investigaciones recientes es el descubrimiento de que la protoindustrialización, es decir, la difusión de industrias en el medio rural, era un fenómeno generalizado y cíclico más que de expansión continua y que debe considerarse una respuesta a la reordenación de la población y de las economías familiares (la famosa «revolución industriosa» de Jan de Vries) más que un signo de crecimiento económico. Como es lógico suponer, no escapa a estos procesos la incidencia de los sistemas financieros y comerciales que, en virtud de una conexión más integrada entre mercados, conocen en el siglo XIII un extraordinario desarrollo de nuevas técnicas. Paolo Malanima se preguntaba si el declive de la urbanización entre 1350 y 1450 y el aumento de ciudades de tamaño medio no habría estado determinado, al menos en parte, por un aumento de las actividades manufactureras fuera de las murallas de las grandes ciudades.76 Muchos medievalistas responderían afirmativamente, lo que explica las dos fases de expansión «protoindustrial» –y sus distintos protagonistas y hasta la «pequeña divergencia» entre la Europa meridional y septentrional– que siguieron a las dos crisis de la baja Edad Media y del siglo XVII: la primera fase, propiamente medieval y que afectó en gran medida a los países meridionales (Italia, España), y la segunda, más dinámica y tardía, de los países norteuropeos.
Soy consciente de haber marginado algunos temas muy frecuentados por la historia económica de los últimos años, entre otros, la formación y función del capital humano, la circulación de modelos y de conocimientos tecnológicos (economía del saber o del conocimiento), los comportamientos y procesos decisionales de los actores económicos o una reflexión más amplia de los cambios institucionales. Todo lo que podría ser considerado «micro» para el análisis de los mecanismos internos del crecimiento y muy útil para «definir» las sociedades preindustriales, pero analíticamente diferente de las variables «macro» más idóneas para «medir y cuantificar» los cambios económicos. Al final de estas reflexiones, siento la necesidad de reafirmar que podemos, y debemos, evitar el peligro de convertir la historia económica en historia del crecimiento en vez de centrarnos en el funcionamiento de las economías del pasado: «el gran desafío del futuro –decía Bartolomé Yun– es estudiar el pasado tratando de interpretar las sociedades preindustriales en sus componentes y no solo en su mayor o menor predisposición al crecimiento».77 En el fondo, el actor principal de los hechos económicos