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Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias - AAVV


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criterio y creía en mis dotes artísticas». Esa inicial biblioteca no cesó de crecer, la pasión bibliográfica –iniciada en Leipzig en sus años de formación como fisiólogo– le acompañó toda su vida. En 1944 en una carta a Luis Araquistáin se calificó de «maniático e indiscriminador coleccionista de libros».1

      Destacado miembro de la Generación del 14, la primera generación universitaria y europeísta, Juan Negrín (1892-1956) fue un lector atento, curioso y cosmopolita cuya biblioteca –pronto fragmentada y dispersa– apenas conocemos. Algo sabemos de la valiosa colección de libros y revistas científicas de su propiedad que acomodó en el Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios, del que fue nombrado director en 1916. Algo sabemos también de la subasta de una parte de sus libros, decidida por sus hijos, Juan, Rómulo y Miguel, y por su viuda, Maria Mijailov, poco después de su fallecimiento. En 1958 la firma londinense Sotheby & Co. publicaba el Catalogue of a Library of Spanish Books, European Literature and Works on a variety of Learned Subjects, propiedad de un Spanish Private Collector que no era otro que don Juan Negrín. De lo que sucedió con sus libros entre ambas fechas, entre 1916 y 1958, las noticias escasean y están algo deshilvanadas. Este apunte aspira a paliar esa precariedad. Lo que aquí se ofrece es un vislumbre que aguarda la catalogación definitiva del archivo Negrín, depositado en la Fundación Juan Negrín, y sobre todo la precisa catalogación de los libros, revistas y folletos que con tanto esmero y esfuerzo han logrado conservar, en el que fue su domicilio en París, Feliciana López de Dom Pablo, la mujer que compartió su vida con Negrín desde 1925 y, fallecida ésta en 1987, su nieta Carmen Negrín.2

      Entre Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad que le vio nacer 1892, y París, donde falleció el 12 de noviembre de 1956, hubo muchas geografías en la vida de Negrín. Geografías elegidas, pero sobre todo dictadas por circunstancias políticas entre 1936 y 1946. Con él viajaron sus libros y documentos y cuando no fue posible, como sucedió al llegar exiliado a Francia y apenas un año después a Inglaterra –donde residió entre 1940 y 1947–, colmó su residencia de volúmenes recién adquiridos. Lo que llamamos biblioteca de Negrín es, sobre todo, la imposible reunión de dispersos fragmentos de bibliotecas.

      ENTRE LEIPZIG Y MADRID (1911-1936)

      No debieron ser diez mil los libros que trajo de Alemania, como pensaba Quintanilla, pero fue un número considerable, sin duda. Allí comenzó su pasión por los libros. Formado en Kiel y Leipzig, en el reconocido Instituto de Fisiología que dirigía Theodor von Brücke, Negrín obtuvo el doctorado en Medicina en 1912, iniciando una carrera académica que se vio interrumpida por el estallido de la Gran Guerra en julio de 1914. A comienzos de ese año había contraído matrimonio con Maria Mijailov Fiedelmann, una estudiante de música, perteneciente a una acomodada familia judía llegada de Ucrania, y a fines de 1914 nació su primer hijo, Juan Negrín Mijailov. Las circunstancias familiares y las dificultades creadas por la guerra aconsejaban el regresó a España. Fue entonces, señala Moradiellos, cuando aprovechando la caída del precio de los libros causada por el conflicto y con la ayuda económica de su padre comenzó a adquirir una amplía biblioteca de Fisiología y de Química Fisiológica. Leipzig que era el más importante centro editorial alemán, alentó el gusto por la bibliofilia y amplió sus intereses temáticos, dos rasgos que siempre conservó. La ciudad invitaba a la lectura, recordó Julio Álvarez del Vayo, estudiante por un tiempo, que bien pudo conocerle en 1913.3 En su biblioteca se conserva Neue Französische Malerei, una antología preparada por Hans Arp –el primer libro del artista–, impresa en Leipzig en 1913. Allí debió adquirir obras científicas como Biochemische Central-Blatt, Chemische Krystallographie, o Handbuch der Spectroscopie que aparecen en el catálogo londinense, también publicadas en la ciudad sajona.

      La estancia de Negrín en Las Palmas, a donde llegó en octubre de 1915, fue breve. Un año después se instalaba en Madrid al serle ofrecida por Santiago Ramón y Cajal la dirección del recién creado Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios. Los libros se habían quedado en Leipzig y tardarían en llegar, lo hicieron acabada la guerra al regularizarse las comunicaciones y los transportes. La biblioteca médica y científica se acomodó en el Laboratorio; en tanto los libros de artes, letras, historia o ensayo, debieron ir a su domicilio de la calle Serrano. Es conocida la fotografía que muestra la biblioteca del Laboratorio. Fue publicada en la revista Residencia, en febrero de 1934. «Solamente la Biblioteca era amplia y estaba muy bien surtida», escribió José María García Valdecasas en 1961, «subscrita a las principales revistas científicas, de algunas de ellas existía la colección completa a partir del primer número. Con sus estanterías hasta el techo, plenas de libros, ofrecía un ambiente agradable y acogedor». Un ambiente que describieron otros discípulos como Rafael Méndez, José Puche, Francisco Grande Covián o Severo Ochoa: «La sala contigua, a la izquierda del mismo según se entraba, contenía una magnífica biblioteca. Esta biblioteca, creación de Negrín, era sin duda en aquellos tiempos las más completa que en el área de la biología existía en el país». Allí leyó Ochoa la obra de Jacques Loeb, The Mechanistic Conception of Life, publicado la Universidad de Chicago en 1912.4 Esa edición, que hoy aparece entre los fondos de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, bien pudo llegar desde el Laboratorio de la Residencia. Es, con toda probabilidad, uno de los libros olvidados de Negrín.

      En marzo de 1922, tras convalidar sus títulos en España, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la que no tardó en ser elegido secretario. Ese mismo año colaboró en el Libro en honor de D. S. Ramón y Cajal y fue uno de los firmantes de la convocatoria de la cena en homenaje a Valle-Inclán que organizó la revista España. También le encontraremos entre los muchos que fueron a la Estación de Atocha de Madrid a la despedida de Miguel de Unamuno, camino de su exilio en Fuerteventura en 1924.5 Las ciencias y las letras se confunden en su biblioteca porque se fueron confundiendo en su vida desde fechas muy tempranas. Junto a obras de Albert Einstein –la tercera edición ampliada de Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (Braunschweig, 1918)–, de Max Planck o de su amigo y compañero de la Residencia de Estudiantes Blas Cabrera, primer divulgador de la relatividad eisensteniana, encontramos libros de Juan Ramón Jiménez, Marinetti, Julio Camba –Alemania (1916), publicado el año de la llegada de Negrín a Madrid–, Valentín Andrés Álvarez, Rufino Blanco-Fombona o Tomas Meabe. Las dedicatorias de muchos de ellos orientan sobre su cercanía a los ambientes literarios y artísticos. Teresa de la Cruz, pseudónimo de Teresa Wilms, le dedicó sus Cuentos para hombres que todavía son niños (Buenos Aires, 1919). «Muy afectuosamente al compañero de viaje. Thérèse de la † Julio 1919», escribió la bella y turbadora poeta chilena. También dedicados, en 1924, entraban en su biblioteca Crítica al margen (Primera Serie), de Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal), otro de sus amigos de tertulia, y el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, con un cordial autógrafo: «A Juan Negrín, diminuto en nombre, positivo en ciencia, aumentativo en bondad corpórea, su doliente amigo Pedro Salinas. 29 de junio de 1924». Por entonces su nombre aparecía entre los de José Moreno Villa y Edgar Neville en la relación de suscriptores –suerte de breve compendio de la Edad de Plata– de la «plaquette» en homenaje al poeta ultraista José de Ciria y Escalante, fallecido ese año.6 A Moreno Villa lo trató en el Laboratorio de la Residencia –ocasión de una tertulia «después de las comidas a tomar café» a la que el pintor y escritor acudía a menudo. Allí fue donde Moreno Villa se interesó por el color de los reactivos y en 1931 comenzó a dibujar sobre los papeles ahumados –los llamados grafumos– que se utilizaban para los registros.7

      A comienzos de 1926 su nombre aparecía junto a los de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Manuel Azaña o Gregorio Marañón, entre otros, en el Manifiesto fundacional de «Alianza Republicana», clara muestra de su filiación progresista y del trato con los círculos intelectuales. Ese año significó un tournant en su biografía: publicó sus últimos trabajos de investigación –una versión mejorada de su estalagmógrafo, aparecida en el Boletín de la Sociedad Española de Biología– y se dedicó a la formación de un sobresaliente grupo de discípulos que lograron crear una escuela fisiológica de renombre internacional.8 También por entonces, la necesidad de aumentar


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