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El juego de las élites. Javier VasserotЧитать онлайн книгу.

El juego de las élites - Javier Vasserot


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tenía una sensación de vacío tremenda. Todo este esfuerzo no era sino el primero de muchos similares que le esperaban. Si Tomás y «Henry», con veinte años más que él en edad y experiencia, también se habían pasado sus tres buenas noches sin dormir, su destino en El Gran Bufete no podía sino reservarle unas cuantas docenas de «matadas» similares. ¿Era eso lo que él buscaba al dedicarse a la abogacía? No estaba seguro de ello.

      En medio de esas disquisiciones se le acercó un jovial, digamos más bien que «espídico», Álvaro:

      –Joder, gordo, de esta seguro que nos cae un tombstone.

      –¿Un qué?

      –Sí, hombre, las placas esas de metacrilato con toda la información de la operación para conmemorar la firma. ¿No has visto nunca una? Las tienen todos los socios en las mesas de sus despachos.

      Bernardo ahora caía. Se trataba de esas cositas transparentes con una hojita metida dentro que coleccionaban con tanto ahínco «Henry» y los demás socios de M&A. Tenían verdaderas filas de esas plaquitas alineadas de manera ordenada en un lugar visible del despacho como si tratase de trofeos de caza. El que más tenía era el más importante, el que acumulaba más mega-operaciones. A veces incluso lograban que les diesen dos o tres plaquitas por la misma operación, que por supuesto camuflaban entre las otras para hacer bulto y que no se notase que estaban «repes».

      No sabía qué decir. Para Bernardo el tombstone de Átomo solo podría recordarle el absurdo vivido esas tres noches. No lo quería para nada. A sus ojos era como guardar de recuerdo la cruz en la que uno había sido clavado.

      * * *

      David llevaba meses desarrollando sus propias estrategias de supervivencia. Tras haber pecado de inexperto ya en demasiadas ocasiones en las que había acabado pringando de manera innecesaria, había logrado, a base de observación, encontrar la manera de que lo dejasen en paz. Sabía perfectamente que nunca podría irse a casa antes de las diez de la noche aunque fuera viernes y no tuviera nada de trabajo pendiente. Eso te convertiría en un vago. Sabía igualmente que tampoco podía quedarse calentando silla hasta esa hora, puesto que en cuanto algún socio le viera ocioso en su despacho lo «enmarronaría» con algún asunto nuevo. Así que se las ingenió para estar, pero sin estar. Para aparentar ocuparse, pero sin estarlo.

      Su ritual comenzaba poco antes de las ocho de la tarde, que es cuando por una parte había concluido diligentemente con lo que tenía pendiente de hacer ese día, y por otra, aumentaba exponencialmente el riesgo de marrón. Porque era justo entonces cuando los socios comenzaban a pensar ellos mismos en irse a sus casas, por lo que iniciaban la ronda de búsqueda de júniores dispuestos a echarles «voluntariamente» un cable, esto es, a cargarse con el trabajo que aún tenían por hacer y así poder marcharse tranquilos a cenar con sus familias.

      A esa hora David colocaba la chaqueta en el respaldo de su sillón, situaba estratégicamente dos o tres informes o contratos con revisiones bien visibles sobre la mesa y dejaba abierto en el portátil un contrato a medio redactar. Era sumamente importante tener configurado el ordenador para que no se activase el salvapantallas. Esto daría imagen de estar parado, de llevar tiempo inactivo fuera de su sitio y sin trabajar. Después se pasaba por la máquina de refrescos y comida. Compraba una lata de cualquier cosa y un par de sándwiches. Abría la lata, bebía un poco y la dejaba al lado de los contratos. Mordisqueaba uno de los sándwiches y dejaba el otro sin abrir. Los depositaba junto al refresco. A continuación salía del despacho dejando la luz encendida y la puerta bien abierta. Ya podía dirigirse a la biblioteca, donde a esas horas prácticamente no quedaba nadie. Allí se sentaba con un buen libro delante y dejaba pasar el peligro. Normalmente, llegadas las diez ya podía volver tranquilamente a su sitio, comerse los dos sándwiches, que también tenía hambre, recogerlo todo y marcharse a casa.

      En algunas ocasiones la biblioteca estaba ocupada por abogados que estaban verdaderamente trabajando allí, buscando jurisprudencia o revisando doctrina. En tal caso, se dirigía a la planta baja, donde se encontraban las salas de reuniones. Preguntaba qué salas estaban libres a los encargados de la seguridad del edificio, que a esas horas ya habían hecho una primera ronda y habían apagado las luces de las salas que no estaban ocupadas ni se iban a ocupar ya. Se metía en la más lejana a la entrada, encendía la luz y volvía a sacar su libro. Era un plan casi infalible.

      Casi. A veces fallaba, como esa tarde víspera de puente en que Tomás lo había enganchado para Átomo. Al tratarse de una reunión inesperada, los de seguridad no le habían podido advertir a tiempo y no había podido prever el riesgo que implicaba el estar allí a esas horas. Y lo cazaron. Así que David no llegaría nunca a recibir el tombstone de Átomo ni de ninguna otra operación. La operación del año había sido demasiado para él. Eso no era trabajar, ni asesorar, ni nada. Era una auténtica mierda que le ponía los nervios de punta y él no estaba dispuesto a aguantarlo ni un segundo más. Así que, de la manera más estrambótica, en medio de la reunión preparatoria de todo el equipo Átomo antes de acudir a la Notaría, se puso de pie en una silla y entregó oralmente desde ahí a «Henry» su carta de renuncia, a lo Club de los Poetas Muertos, su película favorita.

      –Querido «Henry» –declamó delante de todos–, ha sido un inmenso placer formar parte de tu equipo. Como te he oído decir en muchas ocasiones, de verdad que habría estado dispuesto a pagar por haber tenido esta oportunidad de trabajar en un lugar así con abogados como tú. Porque he aprendido una barbaridad. Y es que en la vida se aprende más por el contraejemplo que por el ejemplo.

      Se bajó de la silla, consciente de que jamás podría volver a trabajar ni en ese ni en ningún otro bufete. Mientras tanto retumbaban en su cabeza las notas de Lápiz cargado, el bombazo hip-hop de Dato Anómalo:

       Llevo este lápiz cargado

       De detonantes ideas

       Con las que hoy he perpetrado

       Aquí

       Un despiadado atentado:

       Hoy solo he escrito de aquello

       De lo que no me han hablado

       Ni de algo que habré leído,

       Ni

       De lo que otros han contado.

       Ideas propias y feas

       Sin un brillo milenario

       Desprovistas de mecenas

       Y

       De espacio en los noticiarios

       Sin apoyo popular

       Por su falta de simpleza

       Por tratar sin ligereza

       Mil

       Asuntos de gran calado

       Llevo este lápiz cargado

       ¿Y tú?

       Tú opinas de segundas

       Sin contrastar lo escuchado

       Por bueno el dictamen dando

       Del que tan solo especula

       Despreciando al que razona

       Aquel que te contradice

       Porque incluye mil matices

       En tu realidad simplona.

       Y es que el estudio asegura

       Aterrizar en los grises

       Donde nadie te bendice

       Al ser la verdad


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