Sube conmigo. Ignacio Larrañaga OrbegozoЧитать онлайн книгу.
intimidad es, para hablar con otras expresiones, una especie de clima de confianza y cariño que, como una atmósfera, nos envuelve a ti y a mí, haciéndonos adultos y alejándonos de las peligrosas quebradas de la solitariedad.
Hay otras palabras para significar lo que acabo de explicar, por ejemplo, intersubjetividad, intercomunicación, interacción...; pero, al final, es lo dicho: dos personas mutuamente entrelazadas. Eso es el encuentro.
Donde hay encuentro, hay trascendencia porque se superaron las propias fronteras. Donde hay trascendencia, hay pascua y amor. Donde hay amor, hay madurez, que no es otra cosa sino una participación de la plenitud de Dios, en quien no existe soledad.
A imagen trinitaria
En el principio, Dios nos creó a su imagen y semejanza. Pero no solamente eso. Fuimos modelados sobre todo según el estilo de vida que se «vive» en el seno insondable de la Santa Trinidad. Aquí nace la Fuente de todos los misterios. Y el misterio de la persona y de la comunidad humanas sólo puede ser entendido en el reflejo de esa Fuente profundísima y clarísima.
Todo cuanto hemos dicho en el presente capítulo sobre el misterio de la persona puede ser aplicado, en perfecta analogía y paralelismo, a las divinas personas. ¿Por qué? Porque la persona humana es una copia exacta de las personas trinitarias.
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En la Trinidad, cada persona es relación subsistente. Quiero decir: cada persona, en aquel Abismo, es pura relación respecto a las otras personas. Por ejemplo: el Padre no es propiamente padre, sino paternidad, es decir, un proceso interminable de dar a luz –al Hijo–, de relacionarse. Inclusive, para hablar con exactitud, tendríamos que inventar, aquí, una nueva palabra, pateracción, proceso de hacerse padre.
El Hijo no es propiamente hijo, sino filiación, es decir, proceso eterno de ser engendrado. El Padre no sería padre sin el Hijo. El Hijo no sería hijo sin el Padre.
Pues bien, el Padre y el Hijo se proyectan mutuamente y nace una tercera persona, que, en el lenguaje que estamos usando, se llamaría Intimidad (Espíritu Santo). Esta tercera persona no sería nada sin las dos anteriores. De manera que el Espíritu Santo es como el fruto de una relación: es como la Plenitud, la Madurez, la Personalización acabada.
Esta tercera persona constituye en aquel Abismo lo que llamaríamos el Hogar, y origina una corriente vital, en forma de circuito, entre las tres divinas personas; una corriente infinita e inefable de simpatía, conocimiento y amor. Toda esa Vitalidad, Jesús la resume diciendo que los tres son Uno.
Y así, en aquella Casa, todo es común. Dicho en nuestro lenguaje, cada persona es esencialmente mismidad (interioridad), y esencialmente relación, pero una relación subsistente; quiere decirse que de la relación depende el Ser.
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Esta comunicación (relación) hace de las tres personas una común-unidad («como nosotros somos Uno»), de tal manera que las tres divinas personas tienen, repito, todo en común: tienen el mismo conocimiento y el mismo poder. Pero, a pesar de tenerlo todo en común, cada persona no pierde su mismidad sino que subsiste como realidad diferenciada, toda entera. No existe, pues, fusión. Existe unión: identidad de persona y comunión de bienes.
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Aquí está la clave de la fraternidad: ser distintos en la intercomunicación de sí mismos, porque no se trata sobre todo de intercambiar bienes o palabras sino interioridades. Cada persona divina, como cada persona humana, son sujetos verdaderos. Sin embargo, son, deben ser, sujetos que dan y reciben todo lo que tienen y todo lo que son.
En otras palabras: en aquella inefable Comunidad, cada persona, permaneciendo subsistente en sí misma, es al mismo tiempo Don de sí; de tal manera que el Verbo, al proceder del Padre, posee y retiene las mismas perfecciones del Padre. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, posee y retiene las mismas perfecciones de las personas de quienes procede. Así se «realizan» aquellas personas dando y recibiendo.
Si aplicamos esto a la realidad humana, podríamos concluir que una persona humana se «realiza» tanto al recibir de otro sujeto todo cuanto tal sujeto es, como al dar a ese sujeto todo cuanto aquella persona es.
De cuanto acabamos de explicar en este capítulo, surge la necesidad de corresponsabilidad, participación e interdependencia, entre los miembros de una comunidad. En una palabra, la solidaridad.
«El hombre no puede encontrar su plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24).
«A través del trato con los demás, en la reciprocidad de servicios, en el diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades, y le capacita para responder a su vocación» (GS 25).
Capítulo segundo
El misterio de la fraternidad
En primer lugar, la Fraternidad cristiana no es un ideal sino una realidad divina. En segundo lugar, la Fraternidad cristiana es una realidad espiritual y no una realidad psíquica.
Dietrich Bonhoeffer
1. Grupos humanos y fraternidad
En los últimos años han ido desapareciendo numerosas comunidades religiosas en muchos países. Ha sido un fenómeno doloroso y de gran complejidad, difícil de analizar y fácil para la simplificación.
Se dejaron conducir por «animadores» secularizados. Redujeron la fraternidad a dimensiones de simple grupo humano. En lugar de apoyarse sobre fundamentos de fe, pusieron en práctica casi exclusivamente técnicas de relaciones humanas. Se les dijo que la solución mágica a todos los males consistía en disgregar las Provincias en pequeñas comunidades. Otras causas, como crisis de identidad y crisis de crecimiento, contribuyeron también a crear esta situación.
¿Resultado? Provincias enteras se desangraron en muchas partes. La nube de la desorientación cubrió amplios horizontes. La ansiedad y la tristeza se apoderaron de comunidades y provincias. Entre las diversas causas que motivaron esta situación, la principal en mi opinión es la de haber perdido de vista la naturaleza evangélica de la fraternidad.
Grupos humanos
¿Cuáles son los motivos o fundamentos por los que, generalmente, los seres humanos se juntan y conviven?
En primer lugar, la sexualidad afectiva une a un hombre con una mujer, se constituye el matrimonio y nace la primera comunidad.
Este atractivo es una fuerza primitiva, profunda y poderosa que aglutina de tal manera a un hombre con una mujer, que de ahora en adelante todo será común entre ellos: proyectos, bienes, alegrías, fracasos... Hizo de dos cuerpos un cuerpo, de dos corazones un corazón, de dos existencias una existencia... hasta la muerte y más allá.
Ese afecto constituye lo que llaman el sentido de vida, de tal manera que, aunque los cónyuges sean viejos, enfermos, pobres o fracasados, el afecto, si existe, da alegría y sentido a sus vidas.
El segundo grupo humano es el hogar o familia, cuyo fundamento es la consanguinidad o sangre común. Los hijos nacidos de ese matrimonio son y se llaman hermanos, y forman con sus padres una comunidad de amor e intereses. Lo que hay de común entre ellos es la sangre. La parentela es una prolongación de la familia.
En tercer lugar, la afinidad origina en la sociedad los diferentes círculos de amigos. Así como la consanguinidad es una realidad biológica, la afinidad pertenece a la esfera psicológica. Es una especie de simpatía que no se procura ni se cultiva sino que nace ahí, espontáneamente, como algo natural y preexistente, entre dos personas.
Esta afinidad origina grupos de amigos, que vienen a ser como comunidades espontáneas. A veces estos grupos tienen mayor solidez y más calor que algunos hogares. En la sociedad, muchos prefieren alternar con amigos más que con sus parientes.
Otra razón, menos común, por la que los seres humanos se juntan y conviven, es la proximidad o razones de patria. Por ejemplo, si dos argentinos que nunca se han visto se encuentran por sorpresa