Anatomía de las emociones. Carles FrigolaЧитать онлайн книгу.
constitucionalismo español.
¿Cómo curarse de esta angustia que nos deja respirar, que no nos deja vivir como querríamos? Nos ayudaría en gran medida ser conscientes de lo que se oculta en un nivel secundario —más profundamente que la fachada social— detrás de la culpa: la rabia. Rabia no expresada, no descargada. Reprimida. Esta rabia, en principio sana, no puede atravesar la armadura caracterológica (defensa muscular de W. Reich).
Esta energía no puede llegar a la superficie de la piel para obtener una respuesta emocional esperada. Por lo tanto, choca contra la armadura y vuelve a nuestro interior transformada en culpa y enojo. Este proceso se repite una y otra vez. Paralizando nuestras acciones: no dejo la pareja porque siento culpa, o aún más duro sería sentir culpa porque la pareja me ha dejado; no cambio de trabajo, no digo lo que pienso, etc. Empezamos a ser conscientes de que todo aquello no expresado y postergado en exceso nos hace volvernos neuróticos. Abruptamente, surgen en nuestro cuerpo contracturas, rigideces y otras somatizaciones. Existe toda una ciencia, la farmacología, para paliar y disimular las molestias colaterales de la culpa. Se ha de tener presente que nunca se trabaja la raíz del conflicto.
¿Nos salvaría quizás maquillar la culpa en un viaje o unas exóticas vacaciones en un «paraíso emocional»? Buscando sensaciones más que fuertes. Poniendo a prueba el propio cuerpo: mordiscos de serpientes, insectos venenosos, selvas peligrosas, la suciedad, el sexo por el sexo, elementos climáticos hostiles, etc. Todas estas situaciones (superyoicas) superadas y expuestas —envueltas— en forma de gesta, que a menudo enmascara una flagelación posmoderna de un alma en pena en un intento vacuo para eximirse de la culpa. ¿O bien me libero «olvidando» como sumergimiento de «salud vigorosa» según Nietzsche?
Una opción más razonable y con menos gastos económicos sería el retirar la inversión de energía en aquel objeto o vivencia que me hace sentir culpa; en esta situación es necesario construir distancia. Separación: atravesar un proceso de duelo del objeto siempre es una tarea lenta y ardua.
El silencio y la soledad (mental) son ahora buenos aliados en este «poner orden» interno. También un buen acompañamiento psicoanalítico (W. Reich). Lejos de distracciones, ellos nos ofrecen un espacio mental seguro en donde revivir ideas y sentimientos para «trascenderlos», superarlos. Un espacio de contención, de protección en donde pueda «pagar» simbólicamente la deuda de la culpa.
Analizar para deshacer y desmontar aquello que nos hace sentir culpables. Dejando salir la rabia que se oculta detrás. La consecuencia inevitable: quedarse solo. Esta soledad nos obsequia un territorio de orden para poder leer con una nueva luz y entender que ha pasado realmente dentro de nosotros. Es entonces, cuando se expresa la rabia terapéutica, que inicia el orden interno. El orden interno es capital para desvanecer y enjuagar la confusión. Licuando el movimiento de boomerang de la culpa; restaurando progresivamente la tranquilidad en uno mismo.
Es en este lugar de calma, separados del objeto, donde me regenero sin olvidar nunca. Esta consciencia, darse cuenta, comprender viviendo la propia tristeza rompe la «compulsión de repetición» (Freud). Sólo tomando consciencia pasando por un duelo del objeto se puede dejar de repetir. Lo que en lenguaje vernáculo expresa: dejar de tropezar dos veces en la misma piedra.
Quizás, la experiencia diaria sería más placentera si viviéramos en un tiempo más ligero, más etéreo, más helénico. Como lo orquestaban los maestros de la tragedia griega afirmando que al fin y al cabo la culpa de los males del mundo la tenían los Dioses.
La vergüenza
En primer lugar, el concepto de vergüenza lo podríamos definir como un mecanismo de defensa específico dentro de los diferentes que existen en el conglomerado organizativo del aparato psíquico. Es necesario tener presente que este tipo de defensa se despliega para hacer la experiencia más soportable y más ligera. Aunque el precio a pagar sea una pérdida sensible de la libertad. Sentirse expuesto, observado, ser visto, sentirse sin protección provoca sentimientos de turbación y de vergüenza. Incluso de humillación. Como si alguien nos mirara de forma crítica, juzgándonos de manera condenatoria. Recordemos que la vergüenza no es reflexiva, como explicamos al hablar de la culpa. ¿Son estos sentimientos interculturales, universales? Todo el mundo los padece. No lo es la timidez, por el contrario, que es adquirida y tiene que ver con el carácter.
Ver y ser visto, donde J. Steiner sugiere que en la suficiente distancia —fuera de la confusión con el objeto, como podría ser por ejemplo en el enamoramiento— es donde podemos apreciar tanto las cualidades buenas como las malas del objeto de amor. Este poder ver o que te vean hace surgir diversas ansiedades que se han de cotejar.La experiencia de ser vistos sería como una vivencia sin protección, desnuda, observada de manera crítica, provocando malestar. Este estado de incomodidad inicia un movimiento concreto de la energía interna, libido/impulso o agresividad sana de nuestro cuerpo. Esta energía se mueve desde el propio núcleo (self), que es nuestra parte más íntima, atraviesa la armadura caracterológica (defensa muscular) instalándose en la superficie de la piel y los ojos (segmento ocular). Este impulso libidinal pide un objeto contenedor. Busca una respuesta empática por parte de la madre o bien de una persona que ofrezca comprensión y amor.
Si existe una respuesta empática por parte de la madre como podría ser una mirada aprobadora, esta excitación libidinal desaparece al quedar satisfecha y contenida. Diríamos que la vergüenza es acompañada y desaparece. La mirada comprensiva de la madre actúa como un espejo (mirroring) donde el niño o el bebé pueden reflejarse, sintiéndose seguro. No juzgado. No experimenta turbación. Contrariamente, si no hay respuesta empática —quizás en forma de rechazo, de ignorancia, de indiferencia, etc.— o la respuesta es insuficiente, la excitación libidinal que se ha instalado en los ojos (segmento ocular) y en la superficie de la piel de la cara queda allí estancada y se manifiesta entonces como un afecto de vergüenza.
Dicho de otra manera, la energía interna (libido), que siempre se descarga de una forma o de otra, lo hace dentro de un vacío emocional por la falta de un objeto contenedor. Se puede experimentar una sensación de rechazo devastadora por falta de acompañamiento emocional. Niños y adultos pueden sentir vergüenza por haber mostrado sus necesidades y ser estas ignoradas o depreciadas.
Históricamente, se podría situar su origen en la conocida y romántica narración relatada en la Biblia donde la pareja es expulsada del Edén. En este preciso momento los dos protagonistas sienten, más bien, padecen la humillación y la vergüenza de ser mirados por un ser fantasioso y «superior». Juzgados por haber cometido una falta.
Desde un punto de vista comunitario, la expresión sentir «vergüenza ajena» la podríamos contextualizar en el caso en donde un objeto o un sentimiento son expuestos a la dura mirada de la comunidad. La vergüenza puede surgir en el ser humano como consecuencia de ser desposeído de una identidad grupal o de ser expulsado de un grupo primario. La vergüenza, que hace de guardián de la moralidad pública y de la ortodoxia (científica, cultural, política, religiosa, etc.) es básicamente un fenómeno social. Es capital recordar justo en este punto los matices entre moral (costumbre heredada y repetida) y ética (actitud adquirida, reflexionada, auténtica, a menudo alejada de la costumbre social).
La palabra hebrea bosh (vergüenza) significa ser expuesto a un cuestionamiento credencial dentro de un grupo. Ser excluido de la comunidad a la que uno siente que pertenece y con la que uno se ha identificado. La vergüenza interpretada desde la vertiente de la moral (repetir las costumbre sin trabajo de reflexión) tendría una importante función de seguridad, supervivencia y de cohesión social, pues el animal (la persona) expulsado del grupo o que decide abandonar voluntariamente el grupo será expuesto inmediatamente al ataque de los depredadores, cosa que no le pasa al animal que siempre vive en manada, bandada, en grupo y en comunidad. Otros autores creen que la vergüenza es una función social. Que en un principio puede ser producida por las expectativas o reacciones de la madre u otros significantes y después se internaliza como vergüenza. J. Lientenburg concluye que podría ser un afecto preprogramado, ya desde el mismo nacimiento.
En este sentido, la razón de ser de las instituciones, de las sociedades y de los grupos científicos y culturales que protegen a sus miembros