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El «encanto» de la vida consagrada. José Cristo Rey García ParedesЧитать онлайн книгу.

El «encanto» de la vida consagrada - José Cristo Rey García Paredes


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los apóstoles– es dada a quien hace profesión de observar una determinada regla, en el segundo grado, después de recibir las sagradas órdenes, tal como constanta Dionisio (Eccliastica Hierarchia VI).[80]

      Aquí se armonizan la acción del ser humano que ofrece y hace su promesa a Dios y la consagración por parte de Dios de esa ofrenda. Emergen las dos dimensiones de culto y santificación, proprias de los sacramentos.

      Desde hace siglos (desde el siglo XII), el ingreso oficial se hace en la mayoría de nuestros institutos con la profesión de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Quizá el primer testimonio que de ello tenemos es una carta de Odón, prior de los Canónigos regulares de Santa Genoveva de París, del año 1148, en la que se dice:

      Así pues, en la profesión que nosotros hicimos, prometimos tres cosas, como bien conocéis: castidad, comunión fraternal y obediencia.[81]

      En la regla de los Trinitarios del año 1198 aparece también la tríada. Y la encontramos más tarde en las reglas primeras de san Francisco de Asís:

      Esta es la regla y vida de los hermanos: vivir en obediencia, en castidad y sin nada propio (sine proprio).

      Decía antes que esto se impuso en la mayoría de los institutos, pero no en todos. La tradición benedictina mantuvo su propia tríada (obediencia, conversión de costumbres, estabilidad). Los dominicos emitían únicamente voto de obediencia. El monacato de Oriente no profesa esta tríada. El mismo san Ignacio de Loyola, en la primera redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, no insistió tanto en la tríada de votos, cuanto en la entrada sincera en la vida de la comunidad apostólica.

      Los llamados «tres votos» no son tres votos distintos, sino uno solo en tres dimensiones. Cuando una persona se entrega totalmente a Dios no puede dividirse en tres partes –cada una de las cuales sería entregada a través de un voto–. Los tres votos son dimensiones transversales del único voto. Cada uno de ellos enfatiza una dimensión del mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo. La fórmula «yo hago voto a Dios» es la fórmula de la alianza:

      Como respuesta al don de Dios, los votos son la triple expresión de un único «sí» a la singular relación creada por la total consagración. Son ellos la acción, mediante la cual, los religiosos y religiosas se entregan a Dios de manera nueva y especial.[82]

      c) La profesión de los votos asociada al sacrificio eucarístico

      Uno se puede preguntar: ¿por qué es necesario profesar la alianza por medio de votos? He aquí lo que dijo al respecto el concilio Vaticano II:

      La Iglesia no solo eleva mediante su sanción la profesión religiosa a la dignidad de estado canónico, sino que, además, con su acción litúrgica, la presenta como un estado consagrado a Dios. Ya que la Iglesia misma, con la autoridad que Dios le confió, recibe los votos de quienes la profesan, les alcanza de Dios, mediante su oración pública, los auxilios y la gracia, los encomienda a Dios y les imparte la bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico (LG 45).

      Nuestra profesión de los votos recibe de la Iglesia «la bendición especial y asocia su oblación al sacrificio eucarístico».

      El voto es una expresión de nuestro culto a Dios. Es como un sacrificio ofrecido a Dios[83]. Por otra parte, a través del voto quedamos «ligados» «ob-ligados» a Dios y no solo en el presente, sino también en el futuro. «¡No solo se entregan los frutos del árbol, sino el mismo árbol con sus frutos!», comenta plásticamente santo Tomás[84]. Y esto se hace, no por autosuficiencia, sino todo lo contrario: porque somos conscientes de nuestra debilidad y fragilidad, de nuestra tendencia a la seducción idolátrica.

      El voto pronunciado públicamente ante la Iglesia nos compromete más y deja fija nuestra voluntad en el bien. De una forma muy lúcida, Tomás de Aquino lo denominó «sacrificio de holocausto» para indicar que en la oblación no se reserva nada de la víctima ofrecida[85]. Si el sentido de la profesión es «la entrega total», eso significa que cada uno de los votos no es una parte de tres en el conjunto de la entrega, sino más bien una dimensión, una perspectiva desde la que se expresa y simboliza la entrega total.

      Los llamados «tres votos» no son tres votos distintos, sino uno solo en tres perspectivas, en perichṓresis. Consecuencia de ello, es que pueden ser explicados conjuntamente, paralelamente, con el mismo esquema y en complementariedad. Por ello, pretendo hacer ver que son variaciones de una vida según la nueva alianza en el amor y que cada uno de ellos enfatiza en una dimensión el mandamiento principal: sea el amor a Dios o al prójimo, sea el amor con todo el corazón (castidad), con toda el alma (obediencia), con todas las fuerzas (pobreza), sin que sean perfectamente distinguibles, sino en perichṓresis también[86].

      La promesa de la profesión religiosa es una y triple. Expresa su unidad en una tríada, que son los votos de obediencia, castidad y pobreza; y la tríada expresa la unidad total de la entrega sin reservas, total, al carisma recibido. Castidad, pobreza y obediencia no son, sino los símbolos de una respuesta sin reservas, total, al carisma recibido. Sin reservas, en cuanto al propio ser, porque hacen referencia a la totalidad de la existencia humana –el ámbito del corazón, de la vida y de las posesiones–. Sin reservas en cuanto al tiempo, porque no solamente se entrega el pasado y el presente, sino que en el don se quiere anticipar todo el futuro a través del voto. ¡Eso está claro en toda la historia de la interpretación teológica y espiritual de la vida religiosa!

      La vida consagrada profesa su voto fundamental de alianza ante la Iglesia, en la Iglesia, sintiéndose Iglesia. Ella quiere expresar todo el amor que la une al Jesús-Esposo de su Iglesia y desea hacerlo con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, formando la comunidad que tiene «un solo corazón, una sola alma y todo en común» (He 4,32-35). Es consciente, así mismo, de las amenazas diabólicas que tientan y tentarán su fidelidad a la alianza. El voto –compromiso público– de alianza se lo recuerda constantemente y enciende alarmas cuando la amenaza es real.

      2. Cada instituto configura «carismáticamente» los votos

      Cada instituto plasma su profesión de los votos según el carisma recibido. No existe una profesión estándar. Ni siquiera una profesión que se identifique únicamente con el proyecto de cumplir el mandamiento principal que caracteriza toda vida cristiana. El mandamiento principal se profesa como voto pero con rasgos liminales y proféticos, propios de la vida consagrada[87].

      a) Desde la biodiversidad carismática

      Pero también dentro de la vida consagrada existe una bio-diversidad carismática impresionante. Cada carisma colectivo le da una configuración especial a la profesión del mandamiento principal como único voto y a cada una de sus explicitaciones en los tres votos. No pocos institutos expresaron su especificidad carismática en la profesión de un cuarto voto. Últimamente nos estamos dando cuenta de que esa excelente iniciativa tal vez hoy no sea necesaria. Basta con re-interpretar el único voto y sus tres explicitaciones votivas desde el carisma fundante. Así se descubren, por ejemplo, los diversos matices del voto de pobreza en los franciscanos, o en los hermanos de san Juan de Dios, o en los hermanitos o hermanitas de Jesús. Por eso, en la revisión de los textos constitucionales se hace lo posible para no presentar los votos –sin más– con el rostro estándar de los documentos de la Iglesia, sino releyéndolos desde la propia especificidad carismática.

      Todos los institutos de vida consagrada viven la alianza desde el seguimiento del Jesús histórico, pero también desde la fe en el Cristo resucitado. Todos quieren unirse a Él por la fe y la participación en sus sacramentos. Pero ese seguimiento y esa fe acontecen en cada creyente y en cada grupo bajo la acción del Espíritu del Señor que nos ha sido enviado y que nos concede –según el querer del Padre y del Señor resucitado– los dones que más necesita la Iglesia.

      Hay formas de vida consagrada a las que seduce el Jesús de Nazaret de la vida oculta, el Jesús laico, familiar, trabajador, «uno de tantos» (hermanitos y hermanitas de Jesús, inspirados en Charles de Foucauld, u otros institutos denominados «de Nazaret» o «de la Sagrada Familia», o «de Belén»).

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