Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez RodríguezЧитать онлайн книгу.
como una alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las piedras; y que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre; y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.
La cercanía es así mayor que considerar a Dios como rey tan poderoso, sabio, limpio y lleno de todos los bienes. La frase teresiana es deliciosa: Dios «ha tenido por bien ser vuestro Padre».
Capítulo 4. Santa Teresa, la «ganavoluntades»
Corona de piropos
Un gran escritor, Antonio de San Joaquín, carmelita descalzo, además de otros libros, escribió doce tomos sobre santa Teresa. En ese que llamó Año Teresiano, en el tomo V publicó, en Madrid año de 1749: «Índice que en diversos idiomas atesora abundante copia de epítetos, con que numerosa variedad de personas ha procurado manifestar las perfecciones y prerrogativas que el Cielo concedió a nuestra Madre santa Teresa de Jesús». El buen fraile reunió más de 1324 epítetos laudatorios de la Santa.
Aunque esta palabra «ganavoluntades» que va en el título no aparezca en el Diccionario de la lengua, ni registrada en esa fecha del siglo XVIII, me gusta emplearla y aplicársela a santa Teresa, pues era eminente en este campo de ganar la gracia y voluntad de las personas. La quisieron y la veneraron grandes figuras de la Iglesia: carmelitas descalzos, jesuitas, dominicos, franciscanos, sacerdotes seculares, obispos. La cuestionaron el nuncio Felipe Sega y algunos otros eclesiásticos y buen número de los padres del antiguo Carmelo, y tuvo sus mayores peleas y sinsabores con la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda.
Felipe Sega
El nuncio Felipe Sega se hizo famoso por el exabrupto que lanzó contra la Santa ante el padre carmelita descalzo Juan de Jesús (Roca), llamándola «fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra el orden del concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen»[9].
Bartolomé de Medina
Con alguna de estas lindezas estaba de acuerdo el dominico Bartolomé de Medina, profesor de teología de la Universidad de Salamanca, pues también él, en un primer momento, la desaprobaba. Uno de sus discípulos de entonces lo cuenta así:
Al tiempo que la dicha santa Madre fue a Salamanca a fundar como fundó el monasterio de su reformación, el maestro fray Bartolomé de Medina, de la Orden de Santo Domingo, catedrático de Prima de Teología, cuyo discípulo fue este testigo, al principio recibió mal las cosas de la santa Madre, en tanta forma que públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus casas rezando e hilando (BMC 19, 349).
La «ganavoluntades», sabiendo que se mofaba de ella, le estimó en tanto que procuró con el Comisario apostólico... le diese sus veces y en algunas ausencias le dejase por superior de ella.
Hombre sincero comprendió Bartolomé que tenía que retractarse, y el mismo discípulo nos informa que en la misma cátedra que había hablado mal de ella, dijo: «Señores, el otro día dije aquí unas palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas descalzas. Hablé mal. Hela comunicado y tratado, y sin duda tiene espíritu de Dios y va por muy buen camino». Y solía decir después a menudo que «no había tan gran santa en la tierra». Es la propia Santa la que confiesa en su Relación 4, 8 en 1575 o 1576:
Trató con el padre Maestro fray Bartolomé de Medina, catedrático de Prima de Salamanca, y sabía que estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y parecióle que este le diría mejor si iba engañada que ninguno. Y procuróse confesar con él, y dióle larga relación de todo, lo que allí estuvo y procuró que viese lo que había escrito, para que entendiese mejor su vida. Él la aseguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo.
De tal manera conquistó santa Teresa a Bartolomé que iba con frecuencia a verla en Alba de Tormes y a confesarla; y retenía una gracia del cielo poder ver y tratar a la Madre. Los lazos de buen entendimiento con ella se fueron afianzando y terminó por ser uno de los más grandes defensores de Teresa de Jesús. En enero de 1574 la duquesa de Alba, María Enríquez, envió a la Santa una trucha muy hermosa y en viéndola pensó Teresa en hacérsela llegar a Bartolomé de Medina a su convento de San Esteban de Salamanca. Se lo cuenta a la priora de Salamanca a la que escribe:
Esa trucha me envió hoy la duquesa tan buena, que he hecho este mensajero para enviarla a mi padre el maestro fray Bartolomé de Medina. Si llegare a hora de comer, vuestra reverencia se la envíe luego con Miguel, y esa carta; y si más tarde, no se la deje tampoco de llevar, para ver si quiere escribir algún renglón (Cta 59, 2).
Es una lástima que no haya llegado a nosotros esa carta y no sabemos tampoco si Bartolomé le escribió alguno de esos renglones que la Madre esperaba. La trucha sí se la guisaron y le supo tan rica.
Juan de Salinas
Otro fraile que andaba un poco dubitativo frente al espíritu de la Madre también tuvo que rendirse ante ella. Se llamaba Juan de Salinas, provincial de los dominicos. Cuenta el padre Báñez que le preguntó: «¿Quién es una Teresa de Jesús que me dicen que es mucho vuestra? No hay que confiar de virtud de mujeres; pretendiendo en esto hacer a este testigo recatado, como si no estuviera tanto y más que él». Báñez le respondió: «Vuestra Paternidad va a Toledo y la verá, y experimentará que es razón de tenerla en mucho; y así fue». Salinas pasó en Toledo la cuaresma entera y, aunque predicaba cada día «la iba a confesar casi todos los días e hizo de ella grandes experiencias». Más adelante se volvió a encontrar con Báñez que le preguntó: «¿Qué le parece a Vuestra Paternidad de Teresa de Jesús?». Y respondió con gracia: «¡Oh, habíadesme engañado, que decíades que era mujer; a la fe que no es sino hombre varón y de los muy barbados!; dando a entender en esto su gran constancia y discreción en el gobierno de su persona y de sus monjas» (BMC 18, 9).
Pedro Fernández
Y otro gran dominico Pedro Fernández, comisario apostólico de los carmelitas descalzos en sus principios, quiso asegurarse acerca del espíritu de la Madre Teresa, y como cuenta el mencionado padre Báñez: «Siendo hombre muy legal y recatadísimo de falsos espíritus, tratando con Teresa de Jesús, a quien con más miedo que este testigo comenzó a examinar, y al fin se venció y le dijo a este testigo que, en fin, Teresa de Jesús era mujer de bien, que en boca de dicho maestro era grande encarecimiento» (BMC 18, 9). Y este Pedro Fernández la llamaba «Teresa, la de la gran cabeza», después que en su trato con ella había podido comprobar lo lista y sagaz que era.
Alonso Valdemoro
Finalmente podemos poner como ejemplo de captación el caso de un carmelita calzado, llamado Alonso Valdemoro, y de una comunidad entera. La Madre iba en 1579 desde Ávila a Valladolid pasando por Medina; y Valdemoro fue con ella hasta San Pablo de la Moraleja. Este fue uno de los peores enemigos que tuvo la Madre, y se lo dieron como compañero de camino en ese viaje. Ana de San Bartolomé, compañera, secretaria y enfermera de Teresa dice de él que «andaba con harto cuidado para mirar todo lo que ella hacía y contradecir sus cosas» (BMC 2, 297). ¿Cómo recibió la Madre aquel acompañamiento?: «como de la mano de Dios; como veía que la venía por la obediencia, y fue con un amor y beneplácito tratando con este padre por el camino, que nos hacía alabar a Dios, y no solo le regalaba con lo que podía, mas como a amigo le daba las imágenes y estampas que ella tenía para su regalo, y le decía: “Mire, mi padre, si le contenta otra cosa de lo que yo traigo, que se lo daré de muy buena voluntad”. Y le dio una imagen del Espíritu Santo, que ella quería mucho y no la había querido dar a otras personas, y díjole que por lo mucho que le quería se la daba» (BMC 2, 297). ¡Qué arte y qué virtud y sagacidad la de esta mujer!
Sabiendo que había cerca del camino que llevaban un convento de carmelitas, que le eran contrarios, pidió a Valdemoro que le llevase hasta allí, aunque hubiese que rodear alguna legua. Aunque el fraile sabía de la contradicción que tenían en aquella casa con la Madre, viendo la humildad