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Mi hermano James Joyce. James JoyceЧитать онлайн книгу.

Mi hermano James Joyce - James Joyce


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      El título de la obra, My Brother’s Keeper, resume su dolorosa servidumbre, su sentido de la opresión y algo más. Cuando mencionaba el título, añadía sonriendo con sarcasmo: “Usted sabe... Caín”. En parte deseaba desarmar la censura que esperaba a su franqueza. Fundamentalmente quería exponer su caso ante un tribunal imaginario, pero con sarcasmo se presentaba a sí mismo como Caín; la evidencia demostraría que no lo era. Sin embargo, debe haber sentido que su papel de ayudante era un poco ambiguo, confuso en la sorda lucha por el dominio con un ser que lo había dominado. Como toda su familia, incluyendo sus numerosas hermanas, el profesor Joyce era capaz de grandes y repentinos discernimientos. No es difícil comprender de qué manera el genio afloraba en este ambiente familiar.

      Aun cuando el título My Brother’s Keeper es ligeramente aplicable a los años descritos en el libro, sería erróneo cambiarlo. El libro presenta un cuadro de la carrera de James Joyce y de la vida familiar hasta sus veintidós años, con vistazos ocasionales a lo que vendría después. El período en el que el profesor Joyce fue el guardián de su hermano comienza un poco más tarde. Si hubiera vivido para terminar su libro, habría relatado que en Trieste, entre los años 1905 y 1915, salvó a su hermano de amigos dudosos, de disipaciones y de un peligro mayor: la inercia.

      Stanislaus protestó airadamente (así lo hizo en ensayos dispersos) al no admitir James que hubiera sido salvado ni que necesitara salvación. Sin embargo, parece que no hay razón para negar que James pasó esos diez años en enredos y que Stanislaus se dedicó a sacarlo de ellos.

      Otro reclamo hace el profesor Joyce, aún menos discutible. Contrariamente a la descripción ficcional de la vida familiar de Joyce en Retrato del artista adolescente, demuestra que su hermano tenía un inteligente y simpático adicto en su propio hogar. Stanislaus se convirtió más tarde en un guardián, pero siempre fue su discípulo.

      Nació el 17 de diciembre de 1894 y era casi tres años menor que su hermano. Llevaba su carga con veneración. Obedientemente, hacía la rabona con él. Años después comenzó a servirle de “piedra de afilar”, como James lo llama desdeñosamente en Ulises. James se apoderaba de las teorías de Stanislaus y le hacía objeciones útiles que lo ayudaban a verlas con claridad. Luego anotaba las inteligentes observaciones de su hermano y las suyas en un diario, porque también él tenía ambiciones literarias. En el diario –muchas de sus anotaciones tuvieron distintas versiones– intentó algunos experimentos, como, después de leer El sitio de Sebastopol, de Tolstói, escribir los diferentes pensamientos de una persona a punto de dormirse. James leyó ese texto y, con aire de superioridad, lo dejó a un lado, pero quizá de allí tomó numerosas sugerencias para el monólogo interior. Sin embargo, años más tarde, James prefería atribuir el descubrimiento de esta técnica al olvidado escritor francés Edouard Dujardin antes que a un miembro de su familia.

      Originalmente James pensó utilizar como personaje de su novela autobiográfica a Stanislaus. Así, en Stephen el héroe, la tentativa anterior a Retrato del artista adolescente, lo presenta como el hermano de Stephen, Maurice, y habla con cariñosa ironía de su “sombría gravedad” y de la “cuidadosa limpieza de sus ropas gastadas”. Ambos debían contrastar notablemente al caminar juntos por las calles de Drumcondra y Fairview, absorbidos en conversaciones y riéndose de la manera desenfrenada que los caracterizaba, con las cabezas erguidas; Stanislaus pesado, de mediana estatura, vigoroso; James alto, delgado, desaliñado. También en sus modales eran diferentes; James era imprevisible, en tanto que Stanislaus era tan sencillo como un personaje de Ben Jonson. Stanislaus siguió la orientación intelectual de James en muchos aspectos, pero a menudo fue más lejos. Así, mientras James se despidió fríamente de la Iglesia Católica, Stanislaus continuó toda su vida agitando el puño contra ella. Siendo todavía joven, llegó a tal extremo su apostasía que James, aunque rara vez asumía el papel de pacificador, le sugirió que moderara su rebeldía en interés de la armonía familiar. Stanislaus reconoce su deuda con James, pero también exhibe su ocasional independencia, que fue alternativamente heroica y patética.

      En su diario, en septiembre de 1903, a los dieciocho años, intentó analizar el problema:

      Mi vida fue modelada en el ejemplo de Jim, pero cuando mi reticente tío John o Gogarty me acusan de imitarlo, puedo destruir con fundamento la acusación. No es mera imitación, como ellos quieren significar; creo que soy demasiado inteligente y mi mente demasiado adulta para ello. Es más una valoración de lo que, en verdad, admiro en James y deseo para mí en una medida mayor. Pero es terrible tener un hermano más inteligente. No me otorga crédito en materia de originalidad. Sigo a Jim en la mayoría de las opiniones, pero no en todas. Creo incluso que Jim toma algunas de mí. En ciertas cosas, sin embargo, nunca lo sigo. En beber, por ejemplo, en frecuentar prostitutas, en hablar mucho, en ser franco sin reservas con los demás, en escribir versos, prosa o ficción, en los modales, en la ambición y no siempre en las amistades. Percibo que me consideran absolutamente vulgar y carente de interés –no intentan disimularlo–, y aunque comparto plenamente esta opinión, no me agrada. Es una cuestión que ninguno de los dos puede resolver.

      Este autorretrato es indebidamente severo; algo más tarde, su hermano elogió sus críticas, que consideraba brillantes. Sin embargo, esos elogios lo llenaron de dudas. En el diario se ofrece un retrato del hermano, escrito por esa época, y aunque el tono es un tanto áspero, Stanislaus está evidentemente bajo el hechizo de James:

      Jim es un genio. Cuando digo “genio” expreso exactamente un poquito más de lo que creo; sin embargo, recordando su juventud y nuestra intimidad, lo afirmo. A los hombres de ciencia que han medido la distancia de las estrellas invisibles y también a los que han observado movimientos apenas perceptibles con la ayuda de aparatos mecánicos, se los considera igualmente excepcionales. Jim, quizá, es un genio con una mente minuciosamente analítica. Tiene sobre todo un orgulloso egoísmo lleno de voluntad y rencor, fuera de lo cual, de vez en cuando, escribe un poema o una “epifanía” o bien cae en la mezquindad del deseo y el capricho, que fue en un principio rigor protestante, quizá fruto de la desesperación, pero que ahora tiene fuertes raíces –¿o desarrollo?– en su naturaleza; un verdadero Yggdrasil. Tiene un coraje moral tan extraordinario que creí que llegaría algún día a ser el Rousseau de Irlanda. A Rousseau, sin duda, se le podría acusar de alimentar la secreta esperanza de vencer la irritación de sus lectores disconformes confesándose con ellos; pero de Jim no se puede esperar tal cosa. Su gran pasión es un feroz desprecio por lo que llama “el populacho”, un odio cerval, insaciable. Tiene porte y aspecto distinguidos y muchas cualidades: una voz musical (de tenor), especialmente cuando habla, un gran talento musical no desarrollado y una ingeniosa conversación. Tiene el penoso hábito de decir tranquilamente a sus íntimos las cosas más hirientes sobre sí mismo y sobre los demás y de elegir los momentos más inadecuados; resultan molestas por ser ciertas. Cosas tales que, incluso conociéndolo muy bien, logra ofendernos a mí y a Gogarty con sus rimas obscenas. Sus modales, sin embargo, son generalmente muy cuidadosos y corteses con los extraños, y aunque le disgusta ser brusco, creo que es de naturaleza poco amable. Sentado frente a la chimenea, tomadas las rodillas con las manos, la cabeza un poco echada hacia atrás, los cabellos bien peinados, la frente despejada, la cara alargada, rojiza como la de un indio por el reflejo del fuego, tiene una expresión de crueldad en la mirada. Por momentos es amable, ya que sabe serlo y su gentileza no sorprende (es sencillo y franco con los que lo son con él). Pero creo que pocas personas lo querrán, no obstante sus cualidades y su genio, y quien intercambia favores con él está expuesto a llevar la peor parte.

      Como siempre, Stanislaus duda de la precisión artística de la descripción que acaba de hacer y escribe entre paréntesis, con su letra clara y perfecta: “Esto tiene un tono muy subido, parece una caricatura”.


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