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Obras Completas de Platón. Plato Читать онлайн книгу.

Obras Completas de Platón - Plato


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Platón había amado igualmente a Alexis y a Fedro, de los que hablamos más arriba. Acerca de ellos hizo los versos siguientes:

      Ahora que Alexis no existe,

      pronunciad solamente su nombre,

      hablad de su belleza,

      y cada uno tome su rumbo.

      Mas ¿por qué, alma mía,

      excitar en ti vanos pesares[22]

      que en seguida es preciso ahogar?

      Fedro no era menos bello,

      y le hemos perdido.

      Se dice también que obtuvo los favores de la cortesana Arqueanassa de Colofón, a la que consagró estos versos:

      La bella Arqueanassa está conmigo.

      El amor abrasador reposa aún en sus arrugas.

      ¡Oh!, con qué ardor ha debido abrazaros, a vos

      que habéis gustado las primicias de su juventud.

      Se le atribuyen también los versos siguientes sobre el poeta trágico Agatón de Atenas:

      Cuando cubría yo a Agatón de besos,

      mi alma toda entera estaba en mis labios,

      dispuesta a volar.

      Otros:

      Te doy esta manzana,

      si eres sensible a mi amor;

      recíbela y dame en cambio tu virginidad;

      si me la rechazas, tómala también,

      y considera cuán fugaz es la belleza.

      Otros:

      Mírame, mira, esta manzana

      que te arroja un amante,

      cede a mis votos ¡oh Jantipa!

      porque ambos dos

      nos marchitaremos igualmente.

      Se le atribuye también este epitafio de los eretrios, sorprendidos en una emboscada:

      Somos eretrios, hijos de Eubea,

      y reposamos cerca de Susa,

      bien lejos ¡ay de nosotros!

      del suelo de la patria.

      Los versos siguientes son igualmente de él:

      Cypris dijo a las Musas:

      Jóvenes, rendid homenaje a Afrodita,

      o envío contra vosotras el Amor con sus dardos.

      —No te burles, dijeron las Musas;

      este niño no se separa de nuestro lado.

      Estos en fin.

      Un hombre iba a colgarse;

      encuentra un tesoro,

      deja allí la cuerda en lugar del tesoro.

      El dueño de éste, no encontrándolo,

      coge la cuerda y se ahorca.

      El político Melón de Atenas aborrecía a Platón, y dijo un día que era menos extraño ver a Dionisio en Corinto que a Platón en Sicilia. El historiador y filósofo Jenofonte abrigaba alguna prevención contra Platón. Al parecer había entre ambos alguna rivalidad por haber tratado los mismos objetos: el Banquete, la Apología de Sócrates, los Comentarios morales. Además Platón trató de la República, y Jenofonte de la Educación de Ciro (Cropedia). Platón en las Leyes dice, que esta última obra es una pura utopía, y que Ciro no se parecía en nada al retrato que hace Jenofonte. Ambos citan frecuentemente a Sócrates, pero jamás se citan el uno al otro; una sola vez, sin embargo, Jenofonte nombra a Platón en el tercer libro de las Memorias.

      Se cuenta que el filósofo Antístenes, fundador y jefe de la escuela cínica, fue un día a suplicar a Platón que asistiera a la lectura de una de sus obras. Platón preguntó sobre qué materia versaba.

      —Sobre la dificultad de comprender —respondió Antístenes.

      —Entonces —replicó Platón—, ¿para qué escribes sobre esta cuestión?

      Y le demostró que incurría en un círculo vicioso. Antístenes, herido, escribió contra Platón un diálogo titulado Sothon, y desde este momento fueron enemigos. Se dice igualmente que Sócrates, habiendo oído a Platón leer el Lisis, exclamó:

      —¡Dioses!, ¡qué de cosas me presta este joven!

      Y en efecto, puso como de Sócrates muchas cosas que éste jamás dijo.

      Platón estaba indispuesto con Arístipo de Cirene; y así le acusa en el Tratado del alma[23] de no haber asistido a la muerte de Sócrates, aunque en aquel acto había ido a Egina, a poca distancia de Atenas. Tampoco amaba al político y orador ateniense Esquines,[24] porque se celaba de la estimación que le daba Dionisio. Con este motivo se refiere, que habiéndose visto precisado Esquines a ir a Sicilia, Platón le rehusó su apoyo, y que fue Arístipo el que lo recomendó al tirano. El filósofo epicúreo Idomeneo de Lámpsaco asegura, por su parte, que no fue Critón, como lo supone Platón, sino Esquines, el que propuso a Sócrates su evasión; y Platón no pudo atribuir este ofrecimiento al primero, sino como resultado del odio que tenía al segundo. Por lo demás, no cita jamás a Esquines en sus diálogos, excepto en el Tratado del alma y en la Apología.

      Aristóteles observa que su estilo ocupa un medio entre la poesía y la prosa. Favorino dice en alguna parte que, cuando Platón leyó su Tratado del alma, sólo Aristóteles quedó escuchándole, y que todos los demás se marcharon. El filósofo académico Filipo de Opunte pasa por haber trascrito las Leyes que Platón había dejado solamente en borrador; también se le atribuye el Epínomis. El poeta y filólogo Euforión de Calcis y el estoico Panecio de Rodas dicen que se encontró un gran número de variantes para el exordio de la República. Aristóxeno pretende, por su parte, que esta obra se encontraba ya casi toda entera en las Contradicciones del sofista Protágoras de Abdera. El Fedro pasa por su primera composición, y a decir verdad, este diálogo se resiente de la mano joven que lo hizo. El filósofo peripatético Dicearco de Mesina llega hasta el punto de censurar todo el conjunto de esta obra, y no encuentra en ella ni arte, ni placer.

      Habiendo visto Platón a un joven jugando a los dados, le reprendió.

      —Por poca cosa me reprendes —dijo el joven.

      —¿Crees tú —repuso Platón— que el hábito es poca cosa?

      Le preguntaron si dejaría algún monumento durable, como los filósofos que le habían precedido:

      —Lo primero que hay que hacer —dijo— es crearse un nombre, y hecho esto, lo demás ya vendrá.

      Como entrara Jenócrates de Calcedonia, alumno de la Academia, en casa de Platón, le suplicó éste que castigara en su lugar a uno de sus esclavos, porque no quería hacerlo él mismo, por estar montado en cólera. Otra vez dijo a un esclavo:

      —Te abofetearía, si no estuviera irritado.

      Montó un día a caballo, y se apeó luego, temiendo que el caballo podía comunicarle su fiereza. Aconsejaba a los borrachos que se miraran a un espejo, para que la vista de su degradación les preservase para lo sucesivo. Decía que jamás era conveniente embriagarse, excepto, sin embargo, durante las fiestas del dios a quien se debe el vino. También llevaba a mal el exceso del sueño, y a este propósito dice en las Leyes: «Un hombre que se duerme no es bueno para nada».

      Pretendía que lo más agradable del mundo es oír la verdad, o, según otros, decirla. He aquí, por lo demás, cómo habla de la verdad en las Leyes:


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