100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.
hacia un rincón donde descansaba una gran cabeza fabricada con cartón y con la cara muy bien pintada.
—La colgué del techo con un alambre —explicó Oz—. Me quedé detrás del biombo y manipulé un piolín para hacer mover los ojos y abrir la boca.
—¿Pero y la voz?
—Es que soy ventrílocuo —explicó el hombrecillo—. Puedo dirigir mi voz hacia cualquier sitio y por eso te pareció que provenía de la cabeza. Aquí están las otras cosas que usé para engañarlos.
Así diciendo, mostró al Espantapájaros el vestido y la máscara que había usado cuando se presentó como la hermosa dama, y el Leñador vio que la bestia terrible no era más que un montón de pieles unidas entre sí y mantenidas separadas interiormente por medio de tablillas a fin de darles forma. En cuanto a la bola de fuego, el falso Mago la había colgado del techo, y en realidad era una gran bola de algodón que ardía con fiereza al encenderse el combustible de que estaba empapada.
—Francamente, deberías estar avergonzado de ser tan farsante —dijo el Espantapájaros.
Se sentaron todos y le escucharon mientras les contaba el siguiente relato:
—Nací en Omaha...
—¡Vaya, Omaha no está muy lejos de Kansas! —exclamó Dorothy.
—No, pero está más lejos de aquí —manifestó él, meneando la cabeza con gran pesar—. Cuando crecí me hice ventrílocuo y me enseñó muy bien un gran maestro. Por eso puedo imitar el grito de cualquier ser de la naturaleza. —Maulló como un gato y Toto levantó las orejas al tiempo que miraba por todas partes, muy intrigado. Luego continuó Oz—: Al cabo de un tiempo me cansé de eso y me hice aeronauta.
—¿Y eso qué es? —quiso saber Dorothy.
—Se llama así a los que vuelan en globo los días de feria a fin de atraer a la gente y conseguir que compren entradas para el circo —explicó él.
—¡Ah, sí, ya sé!
—Pues bien, un día subí en un globo y se enredaron las cuerdas, de modo que no pude volver a bajar. El globo subió más arriba de las nubes, y tan alto estaba que lo atrapó una corriente de aire que lo llevó a muchísimos kilómetros de distancia. Durante un día y una noche viajé por el aire, y en la mañana del segundo día desperté y vi que el globo se hallaba sobre un país extraño y hermoso.
"Fui bajando poco a poco y sin sufrir el menor daño; pero me encontré en medio de una extraña multitud, la que, al verme bajar de las nubes, pensó que yo era un Gran Mago. Claro que les dejé creer tal cosa, porque vi que me temían y por ello prometieron hacer lo que yo les ordenara.
"Sólo para entretenerme y tenerlos ocupados, les ordené construir esta ciudad y mi palacio, y lo hicieron de buen grado y con mucha habilidad. Después, como la región era tan verde y hermosa, se me ocurrió llamarla la Ciudad Esmeralda, y para que el nombre fuera apropiado les puse anteojos verdes a todos los habitantes, de modo que todo lo que vieran fuera de ese color.
—¿Pero no es todo verde? —preguntó Dorothy.
—No más que en cualquier otra ciudad —repuso Oz—. Pero cuando uno se pone anteojos verdes... bueno, pues, todo lo que uno ve parece verde. La Ciudad Esmeralda fue construida hace muchísimos años, pues yo era un hombre joven cuando me trajo el globo y ahora soy muy viejo. Pero mis súbditos han usado anteojos verdes durante tanto tiempo que la mayoría de ellos creen que realmente están en una ciudad de esmeraldas, y por cierto que es un lugar hermoso, donde abundan las gemas y los metales preciosos, así como todas las cosas buenas que se requieren para hacerlo a uno feliz. Yo he sido bondadoso con mis vasallos y todos me quieren; pero desde que se construyó este palacio vivo encerrado en él y no los veo.
"Uno de mis temores más grandes era hacia las brujas, porque mientras yo no tenía poderes mágicos, descubrí muy pronto que las brujas poseían el don de hacer cosas extraordinarias. Había cuatro en el país, y gobernaban a los pobladores del Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Por fortuna, las brujas del Norte y el Sur eran buenas, y sabía yo que no me harían daño; pero las de Oriente y Occidente eran terriblemente malvadas, y de no haber pensado que yo era más poderoso que ellas, seguramente me habrían destruido. Por eso viví temiéndolas durante muchos años, y ya imaginarás lo contento que me puse cuando me enteré de que tu casa había caído sobre la Maligna Bruja de Oriente. Cuando viniste a verme, estaba dispuesto a prometerte cualquier cosa si eliminabas a la otra Bruja, y ahora que la has derretido me avergüenza reconocer que no puedo cumplir mis promesas.
—Me parece que eres un hombre muy malo —dijo Dorothy.
—¡No, no, querida! En realidad soy un hombre muy bueno, aunque admito que soy un Mago bastante malo.
—¿No puedes darme un cerebro? —preguntó el Espantapájaros.
—No lo necesitas; día a día vas aprendiendo algo nuevo. Los bebés tienen cerebro, pero no saben mucho. La experiencia es lo único que trae consigo el conocimiento, y cuanto más tiempo estés en la tierra tanta más experiencia has de adquirir.
—Eso podrá ser cierto —repuso el Espantapájaros—, pero yo me sentiré muy desdichado si no me das un cerebro.
El falso mago lo miró con atención.
—Bien —suspiró al fin—, tal como dije, no soy muy hábil como mago; pero si vienes mañana por la mañana, te llenaré la cabeza de sesos. Eso sí, no podré enseñarte a usarlos, pues lo tendrás que aprender por tu cuenta.
—¡Gracias, gracias! —exclamó el Espantapájaros—. Te aseguro que aprenderé a usarlos.
—¿Y mi valor? —intervino el León en tono ansioso.
—Estoy seguro de que te sobra valor —respondió Oz—. Lo único que necesitas es tener confianza en ti mismo. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando se enfrenta al peligro. El verdadero valor reside en enfrentarse al peligro aun cuando uno está asustado, y esa clase de valor la tienes de sobra.
—Puede que así sea, pero, así y todo, me domina el miedo —declaró el León—. En realidad, me sentiré muy desdichado si no me das el valor que le hace olvidar a uno que tiene miedo.
—Muy bien, mañana te daré esa clase de coraje —replicó Oz.
—¿Y mi corazón? —preguntó el Leñador.
—Bueno, en cuanto a eso, creo que te equivocas al querer tener corazón. Lo hace a uno muy desdichado. Te aseguro que eres afortunado al no tenerlo.
—Cada uno opina lo que quiere —replicó el Leñador—. Por mi parte, soportaré en silencio todas mis desdichas si me das un corazón.
—Muy bien —admitió Oz con humildad—. Ven a verme mañana y tendrás tu corazón. He desempeñado el papel de Mago tantos años que bien puedo seguir haciéndolo un poco más.
—Y ahora —intervino Dorothy—, ¿cómo regresaré yo a Kansas?
—Eso tendremos que pensarlo —contestó el hombrecillo—. Dame dos o tres días para estudiar el asunto y trataré de hallar el medio de llevarte por sobre el desierto. Ahora, todos ustedes serán mis huéspedes, y mientras vivan en el Palacio, mis súbditos los atenderán y satisfarán sus más íntimos deseos. Sólo una cosa les pido a cambio de mi ayuda: tendrán que guardar mi secreto y no decir a nadie que soy un farsante.
Los amigos prometieron no decir nada de lo que acababan de saber y, muy animados, regresaron a sus respectivos dormitorios. Hasta Dorothy abrigaba la esperanza de que "El Grande y Terrible Farsante", como lo llamaba, pudiera hallar el medio de enviarla de regreso a Kansas. Si lo hacía, estaba dispuesta a perdonarle todo.
CAPÍTULO 16
LA MAGIA DEL GRAN FARSANTE
La mañana siguiente el Espantapájaros dijo a sus amigos:
—Felicítenme; al fin voy a ver a Oz para que me