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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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juzgas así porque eres una sentimental. Los hombres deben volar por su cuenta. Estoy convencida de que a Nath le irá bien. También Tom debiera hacer lo mismo en lugar de estudiar Medicina sin vocación.

      ―¿Tú crees?

      ―No lo dudes. Los hombres deberían demostrarnos de lo que son capaces y dejamos a nosotras que también lo demostrásemos, antes de que se convirtieran en unos amos absolutos y las mujeres en esclavas. Como aún no se hace así, se producen muchos errores.

      ―Estoy de acuerdo ―exclamó solemnemente Alicia Heath, una joven que como Nan tenía un carácter firme―. Que se den oportunidades a las mujeres para que demuestren su valía. Y la demostraremos sin duda alguna.

      ―¡Enarbolad la bandera de la igualdad, mujeres! ―arengó John «Medio Brooke»―. Luchad por vuestros derechos y contad con mi leal colaboración y ayuda.

      Su gesto teatral hizo reír a todos. Luego añadió:

      ―Aunque si en la vanguardia de las mujeres van Alicia y Nan, toda ayuda sobra.

      ―Gracias, John. Eres un buen chico. Admiro a los hombres sinceros que saben aceptar que no son dioses. Hay que verlos enfermos como yo los veo para darse cuenta de su verdadero valor, de su fortaleza.

      ―¡Así se habla! ―coreó John por seguirle la corriente.

      Nan siguió hablando con calor del derecho de las mujeres. Unos aprobaban, otros disentían, y todos armaban gran revuelo.

      Emil buscaba gresca con humorísticas intervenciones. Dan observaba, gozaba con aquel despliegue de energía.

      ―Vamos a ver ―siguió Nan―, parece que todos estamos aquí. Someteremos la cuestión a votación. Dan y Emil piensan como nosotras. No en vano han recorrido medio mundo; Tom y Nath han tenido hermosos ejemplos para decidirse también; de John y de Rob estamos orgullosas, y ellos están de acuerdo; Ted es un inconstante, y en cuanto a Dolly y Jorge, aunque ellos piensen ser unos grandes hombres, aún están por formar. Empecemos por el «Comodoro».

      ―Estoy dispuesto.

      ―¿Crees en el derecho de las mujeres?

      ―Creo. Tanto es así que estoy dispuesto a cambiar mis marineros por mujeres. Si ellas nos guían para volver a tierra, también nos guiarían en el mar.

      ―Muy bien, los marinos han sido nobles y generosos. Ahora tu, Dan. ¿Te parece justo que nos igualemos a vosotros?

      ―Sin dudarlo. Y desafío a quien diga lo contrario.

      Nan sonrió a Dan con complacencia. Le agradaba aquella firmeza.

      ―Ahora le toca a Nath. Tal vez piense lo contrario, pero no se atreverá a decirlo. Sin embargo, yo espero que nos defienda ahora con su voto sin esperar a que la batalla ya esté ganada. Porque entonces ya no tendría mérito.

      Nan dijo aquellas palabras para espolear a Nath. Quería que reaccionara de su abulia y languidez. Sin embargo, le dolió haber dicho aquello.

      Nath enrojeció vivamente. Luego, con conmovedora expresión contestó:

      ―Sería el más ingrato de los hombres si no deseara lo mejor para las mujeres. Porque a ellas debo cuanto soy y todo cuanto podré ser en la vida.

      Las muchachas aplaudieron y Nan le arrojó un ramo como premio, porque también se había emocionado.

      Luego, adoptando un tono solemne, casi judicial, Nan interpeló a Tom.

      ―Tomás Bangs, diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… si es que puede.

      Tom se esforzó en seguir la broma. Levantó la mano con solemnidad como dispuesto a jurar.

      ―Creo en las mujeres, en su entereza, en su valor y en su inteligencia. También creo en su resistencia. Y estoy dispuesto a morir por ellas. Especialmente por una…

      Todos rieron ante la clara insinuación de Tom. Pero Nan no se inmutó.

      ―Morir, morir. Los hombres siempre hablan de morir por nosotras las mujeres. Morir es muy cómodo. Cuesta más vivir, luchar cada día. Prometed a las mujeres que las haréis felices y cumplidlo. Morir por ellas sería dejarlas viudas… y desprestigiar a los médicos.

      Como siempre que se enfrentaba con Nan, Tom quedó corrido, sin saber qué responder. Ella lo advirtió y puso fin a la cuestión.

      ―De todas formas, aprobado, Tom. Es satisfactorio ver que Plumfield va a dar al mundo seis hombres. Espero que ninguno de los seis nos defraudará. Y ahora, a bailar de nuevo. Pero cuidado con las bebidas frías; cuando mejor van causan descomposición.

      Aquellas últimas palabras de Nan fueron una ducha helada para el romántico Tom. Pero ella era así: desconcertante.

      CAPÍTULO VI

      ÚLTIMOS CONSEJOS

      El día de la partida era domingo. En grupo se encaminaron a la iglesia disfrutando en su paseo de un tiempo magnífico. Daisy se quedó en casa alegando jaqueca. Jo comprendió que era la congoja de la próxima partida de su amado lo que tenía, y se quedó junto a ella.

      Antes, Meg habló claramente:

      ―Daisy sabe bien cuáles son mis deseos y puedo confiar en ella. De Nath debes encargarte tú, Jo. Hazle comprender bien claro que no me gustan ni deseo estos amoríos y que si no lo comprende así me veré obligado a prohibir toda correspondencia.

      ―No te preocupes, Meg. Hablaré con Nath. En realidad ya quería hacerlo, lo mismo que con Emil y Dan. Puedes marchar tranquila a misa con tu John, que más parece un novio que un hijo tuyo. Porque hoy estás guapísima y más joven que nunca.

      ―Me halagas para ayudar a Nath. Pero en eso no transijo. Lo sabes muy bien. De modo que haz lo posible por complacerme.

      ―Descuida, hablaré con el chico.

      No tuvo que esperar mucho Jo para hacerlo. Poco después de haber marchado Meg del brazo de su apuesto John apareció Nath. En su paso había algo furtivo. Deseaba aprovechar los últimos momentos para estar con Daisy.

      Jo le vio y le llamó. Nath no tuvo más remedio que acudir a su lado.

      ―Siéntate un momento, Nath. Aquí en la sombra es―taremos bien y podremos charlar un rato.

      ―Con mucho gusto ―contestó él, por compromiso.

      ―Apenas he tenido tiempo de enterarme de tus planes y me gustaría conocerlos.

      ―Aspiro a grandes cosas, que sé que me costarán. Como sé muy bien que si puedo empezar a luchar por ellas es gracias a lo que usted y el señor Laurie hacen por mí.

      ―No debes dar gracias con palabras, sino con actos. En tu carrera encontrarás muchas tentaciones, de las que sólo tu buen juicio podrá librarte. Es una ocasión que tienes para demostrar lo que valen tus principios. Como todo el mundo, cometerás equivocaciones, pero debes aprender a corregirte a tiempo. Procura estar siempre en paz con tu conciencia, hacer fuerte tu ánimo contra la adversidad y ser tan sencillo y afectuoso como ahora. Esto es lo importante.

      ―Lo procuraré, mamá Bhaer. Tal vez no llegue a ser un genio de la música. No lo sé. De lo que sí estoy convencido es de que no cambiará nada en mi corazón. Usted sabe que lo dejo aquí.

      Sin poderlo remediar, Nath dirigió una esperanzada mirada hacia la ventana, tras la cual pensaba podía estar Daisy.

      ―Precisamente quería hablarte de eso. Voy a decirte algo que tal vez sea un poco duro. Tú me lo perdonarás, porque sabes que yo simpatizo lealmente contigo.

      ―¿Va a hablarme de Daisy? sí, hábleme del ella!

      ―Escucha bien. Voy a tratar de darte un consejo y un consuelo al mismo tiempo. Todos sabemos que Daisy te quiere. Todos sabemos también que su madre se opone a vuestras relaciones. Ella obedecerá a su madre. Los jóvenes pensáis que vuestros sentimientos


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