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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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uno de los Munchkins—, y creo que tienen algo mágico, aunque nunca supimos cuál era su magia.

      Dorothy los llevó al interior de la casa y los puso sobre la mesa. Cuando volvió a salir, dijo:

      —Estoy ansiosa por volver al lado de mis tíos, pues es seguro que estarán preocupados por mí. ¿Pueden ayudarme a encontrar el camino?

      Los Munchkins y la Bruja se miraron unos a otros y luego a Dorothy. Al fin menearon las cabezas.

      —Hacia Oriente, no muy lejos de aquí —dijo uno—, está el gran desierto que nadie puede cruzar.

      —Lo mismo que en el Sur —declaró otro—, pues yo he estado allí y lo he visto. El Sur es el país de los Quadlings.

      —Y a mí me han dicho que en el Occidente es lo mismo —expresó el tercero—. Y ese país, donde viven los Winkies, es gobernado por la Maligna Bruja de Occidente, que te esclavizaría si pasaras por allí.

      —En el Norte está mi país —dijo la ancianita—, y en su límite se ve el gran desierto que rodea el País de Oz. Querida mía, mucho temo que tendrás que quedarte a vivir con nosotros.

      Al oír esto, Dorothy empezó a sollozar, pues se sentía muy sola entre aquella gente tan extraña. Sus lágrimas parecieron apenar a los bondadosos Munchkins, los que en seguida sacaron sus pañuelos y rompieron también a llorar. En cuanto a la Bruja buena, se quitó el gorro cónico y lo puso en equilibrio sobre la punta de la nariz mientras contaba hasta tres con voz solemne. Al instante, el gorro se convirtió en una pizarra sobre la que estaban escritas con tiza las siguientes palabras:

      DEJEN QUE DOROTHY VAYA A LA CIUDAD ESMERALDA

      La ancianita se quitó la pizarra de la nariz y, una vez que hubo leído el mensaje, preguntó:

      —¿Te llamas Dorothy, queridita?

      —Sí. —La niña levantó la vista y se enjugó las lágrimas.

      —Entonces debes ir a la Ciudad Esmeralda. Puede que Oz quiera ayudarte.

      —¿Dónde está esa ciudad?

      —En el centro exacto del país, y la gobierna Oz, el Gran Mago de quien te hablé.

      —¿Es un buen hombre? —preguntó Dorothy en tono ansioso.

      —Es un buen Mago. En cuanto a si es un hombre o no, no podría decirlo, pues jamás lo he visto.

      —¿Y cómo llegaré hasta allí?

      —Tendrás que caminar. Es un viaje largo, por una región que tiene sus cosas agradables y sus cosas terribles. Sin embargo, emplearé mis artes mágicas para protegerte de todo daño.

      —¿No irá usted conmigo? —suplicó la niña, que había empezado a considerar a la ancianita como su única amiga.

      —No puedo hacer tal cosa; pero te daré un beso, y nadie se atreverá a hacer daño a una persona a quien ha besado la Bruja del Norte.

      Acercóse a Dorothy y, con gran suavidad, la besó en la frente. La niña descubrió más tarde que sus labios le habían dejado una señal luminosa en el lugar donde rozaron su piel.

      —El camino que va a la Ciudad Esmeralda está pavimentado con ladrillos amarillos —expresó la Bruja—, de modo que no podrás perderte. Cuando veas a Oz, no le tengas miedo; cuéntale lo que te ha pasado y pídele que te ayude. Adiós, querida mía.

      Los tres Munchkins se inclinaron respetuosamente ante la niña y le desearon un agradable viaje, después de lo cual se alejaron por entre los árboles. La Bruja le hizo una amable inclinación de cabeza, giró tres veces sobre su tacón izquierdo y desapareció por completo, para gran sorpresa de Toto, el que empezó a ladrar a más y mejor ahora que ella se había ido, pues no se había atrevido a gruñir siquiera en su presencia.

      Pero Dorothy, que sabía que era una bruja, estaba preparada para su brusca partida, de modo que no sintió la menor sorpresa.

      CAPÍTULO 3

      DE CÓMO SALVÓ DOROTHY AL ESPANTAPÁJAROS

      Al quedar sola, Dorothy empezó a sentir apetito, de modo que fue a la alacena y cortó un pedazo de pan al que le puso manteca. Dio un poco a Toto, descolgó el cubo y se fue al arroyuelo para llenarlo con agua. Toto corrió hacia los árboles y empezó a ladrarle a los pajarillos. Cuando fue a buscarlo, la niña vio unas frutas tan deliciosas pendientes de las ramas que recogió algunas para completar su desayuno.

      Volvió entonces a la casa, y luego de haber bebido un poco de agua, se dispuso para el viaje a la Ciudad Esmeralda.

      Sólo tenía otro vestido, pero estaba muy limpio y colgaba de una percha al lado de su cama. Era de algodón, a cuadros blancos y azules, y aunque el azul estaba algo descolorido por los frecuentes lavados, la prenda le sentaba muy bien. La niña se lavó cuidadosamente, se puso el vestido limpio y se caló el sombrero rosado. Llenó con pan una cesta y la cubrió con una servilleta blanca. Luego se miró los pies y notó cuán viejos y gastados estaban sus zapatos.

      —Seguro que no me van a servir para un viaje largo, Toto —dijo, y el perrillo la miró con sus ojos negros y meneó la cola para demostrar que entendía sus palabras.

      En ese momento vio Dorothy los zapatos plateados que habían pertenecido a la Bruja del Oriente y que reposaban sobre la mesa.

      —¿Me calzarán bien? —dijo—. Serían lo más apropiado para una caminata prolongada, pues no creo que se gasten.

      Quitóse los viejos zapatos de cuero y se probó los otros, viendo que le calzaban como si se los hubieran hecho de medida. Después recogió su cesta.

      —Vamos, Toto —ordenó—. Iremos a la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al Gran Oz cómo podemos regresar a Kansas.

      Cerró la puerta, le echó llave y se guardó ésta en el bolsillo. Luego, mientras que Toto la seguía pegado a sus talones, emprendió su viaje.

      Había varios caminos en las cercanías, pero no tardó mucho en hallar el que estaba pavimentado con ladrillos amarillos. Poco después marchaba a buen paso hacia la Ciudad Esmeralda, y sus zapatos de plata resonaban alegremente sobre el amarillo pavimento. El sol brillaba con todo su esplendor y los pájaros cantaban dulcemente, por lo que Dorothy no se sintió tan mal como era de esperar en una niña a la que de pronto sacan de su ambiente familiar y colocan en medio de una tierra extraña.

      Mientras marchaba le sorprendió ver lo bonita que era aquella región. A los costados del camino se extendían bien cuidadas cercas pintadas de celeste, y más allá de ellas vio campos en los que abundaban los cereales y verduras. Sin duda alguna, los Munchkins eran buenos labriegos y obtenían excelentes cosechas. De tanto en tanto pasaba frente a alguna casa cuyos ocupantes salían a mirarla y la saludaban con gran respeto, pues todos sabían que era ella quien había destruido a la Bruja Maligna, salvándolos así de la esclavitud. Las viviendas de los Munchkins eran muy extrañas, de forma circular y con una gran cúpula por techo. Todas estaban pintadas de azul, el color favorito de la región oriental.

      Hacia el atardecer, cuando Dorothy sentíase ya cansada de tanto caminar y empezaba a preguntarse dónde pasaría la noche, llegó a una casa algo más grande que las otras, y en el jardincillo del frente vio a muchas personas que danzaban. Cinco violinistas tocaban sus instrumentos con gran entusiasmo, y todos los circunstantes reían y cantaban, mientras que una gran mesa cercana mostrábase cargada de deliciosas frutas, nueces, pasteles, tortas y otras viandas igualmente tentadoras.

      Todos la saludaron con amabilidad y la invitaron a comer y pasar la noche con ellos, pues aquella era la residencia de uno de los Munchkins más ricos de la región, y sus amigos habíanse reunido allí para festejar su recién recuperada libertad.

      La niña comió con muy buen apetito, siendo atendida personalmente por el dueño de casa, que se llamaba Boq. Después fue a sentarse en un sillón y observó bailar a los invitados.

      —Tú debes ser una gran hechicera —dijo Boq


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