100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.
León—. Casi sospecharía que tienes sesos en la cabeza en lugar de paja.
El Leñador puso manos a la obra sin perder tiempo, y tan filosa era su hacha que no tardó en cortar casi todo el tronco. El León apoyó entonces sus fuertes garras contra el árbol y empujó con gran energía, logrando inclinar poco a poco al gigante del bosque y hacerlo caer ruidosamente hacia el otro lado del barranco, donde quedó apoyada su copa.
Habían empezado a cruzar por este puente improvisado cuando oyeron un tremendo gruñido que les hizo volverse y, para su gran horror, vieron dos bestias enormes con cuerpo de oso y cabeza de tigre.
—¡Son los Kalidahs! —exclamó el León Cobarde, empezando a temblar.
—¡Rápido! —les urgió el Espantapájaros—. Terminemos de cruzar.
Dorothy marchó adelante, con Toto en sus brazos, seguida por el Leñador y, luego, por el Espantapájaros. Aunque tenía mucho miedo, el León se volvió para enfrentar a los Kalidahs, y entonces lanzó un rugido tan terrible y ensordecedor que Dorothy dejó escapar un grito y el Espantapájaros cayó hacia atrás, mientras que aquellas bestias espantosas se detuvieron y miraron sorprendidas al felino.
Pero al darse cuenta de que eran más grandes que el León y, por añadidura, llevaban la ventaja del número, los Kalidahs reanudaron su avance. Por su parte, el León cruzó por el árbol y volvióse para ver qué hacían sus enemigos. Sin detenerse un instante, las terribles fieras empezaron a cruzar también.
—Estamos perdidos —dijo el León a Dorothy—. Seguro que nos harán pedazos con esas garras que tienen. Pero quédate detrás de mí y te defenderé de ellas mientras me dure la vida.
—¡Espera un momento! —intervino el Espantapájaros.
El hombre de paja había estado pensando qué convendría hacer, y ahora pidió al Leñador que cortara la parte del árbol que reposaba sobre ese lado del barranco. El Leñador empezó a usar su hacha sin demora y, cuando los dos Kalidahs estaban a punto de llegar a ellos, el árbol cayó estrepitosamente al fondo, llevándose consigo a las dos rugientes fieras, las que se hicieron pedazos al dar contra las filosas rocas de abajo.
—Bueno —suspiró aliviado el León Cobarde—. Veo que vamos a vivir un poco más, y me alegro de ello, porque debe ser muy incómodo eso de no estar vivo. Esos animales me asustaron tanto que todavía me salta el corazón en el pecho.
—¡Ah! —exclamó apenado el Leñador—. ¡Ojalá tuviera yo un corazón que me saltara en el pecho!
Esta última aventura hizo que los viajeros se sintieran más ansiosos que antes por salir del bosque, y marcharon con tanta rapidez que Dorothy se cansó y tuvo que cabalgar sobre el lomo del León. Para gran alegría de todos, los árboles se fueron tornando cada vez más escasos a medida que avanzaban, y en la tarde llegaron de pronto a la orilla de un ancho río de corriente muy rápida. Del otro lado del agua pudieron ver el camino amarillo que se extendía por una hermosa región de verdes praderas salpicadas de flores y llenas de árboles cargados de frutos deliciosos. Grande fue la alegría de todos al contemplar tanta belleza.
—¿Cómo cruzaremos el río? —preguntó Dorothy.
—Muy fácil —respondió el Espantapájaros—. El Leñador nos construirá una balsa para que lleguemos a la otra orilla.
El hombre de hojalata tomó su hacha y se puso a derribar algunos árboles pequeños con los cuales construir la balsa, y mientras él se ocupaba de esto, el Espantapájaros descubrió en la orilla un árbol cargado de sabrosos frutos, lo cual complació mucho a Dorothy, que no había comido más que nueces durante todo el día, y ahora tuvo un buen almuerzo de fruta madura.
Pero lleva mucho tiempo hacer una balsa, aun cuando uno es tan trabajador e incansable como el Leñador de Hojalata, y al llegar la noche todavía no estaba terminado el trabajo. Por consiguiente, buscaron un lugar cómodo bajo un árbol donde pasaron la noche, y Dorothy soñó con la Ciudad Esmeralda y con el buen Mago de Oz que muy pronto la mandaría de regreso al hogar.
CAPÍTULO 8
EL CAMPO DE AMAPOLAS
Nuestro grupito de viajeros despertó a la mañana siguiente muy descansado y con grandes esperanzas, y Dorothy comió un principesco desayuno constituido por duraznos y ciruelas de los árboles próximos al río. A sus espaldas quedaba el oscuro bosque que acababan de cruzar sin mayores males, aunque con tantos inconvenientes; pero ante ellos presentábase la hermosa y soleada región que parecía llamarlos hacia la Ciudad Esmeralda.
Claro que el ancho río los separaba de aquella tierra tan hermosa, pero la balsa estaba casi lista, y luego que el Leñador hubo cortado algunos troncos más y los unió con trozos de madera aguzada, ya estuvieron listos para cruzar. Dorothy sentóse en el centro de la balsa con Toto en sus brazos. Cuando subió el León Cobarde, la embarcación se inclinó bastante, pues el felino era grande y pesado, pero el Leñador y el Espantapájaros se pararon sobre el otro extremo para equilibrarla y pudieron partir sin inconveniente alguno.
El hombre de paja y el Leñador impulsaban la balsa con dos largas varas y al principio todo marchó bien; pero cuando llegaron al centro del río la fuerte corriente empezó a arrastrar a la embarcación, alejándola cada vez más del camino amarillo. Además, la profundidad era allí tan grande que las varas no llegaban a tocar el fondo.
—Esto es malo —dijo el Leñador—. Si no podemos llegar a tierra, la corriente nos llevará a la región de la Maligna Bruja de Occidente, que nos esclavizará con sus hechizos.
—Y entonces yo no conseguiría cerebro —dijo el Espantapájaros.
—Ni yo valor —gruñó el León Cobarde.
—Ni yo un corazón —gimió el Leñador.
—Y yo no volvería más a Kansas —terminó Dorothy. —Tenemos que tratar por todos los medios de llegar a la Ciudad Esmeralda —continuó el Espantapájaros.
Así diciendo, empujó su vara con tanta fuerza que se le quedó hundida en el barro del fondo. Luego, antes de que pudiera sacarla o soltarla, la balsa fue arrastrada por la corriente y el pobre hombre de paja se quedó colgado de su vara en medio del río.
—¡Adiós! —les gritó.
Todos lamentaron mucho dejarlo. El Leñador empezó a llorar; pero por suerte se acordó de que podía oxidarse y se secó las lágrimas con el delantal de Dorothy.
Naturalmente, lo ocurrido era terrible para el Espantapájaros.
—Ahora estoy peor que cuando conocí a Dorothy —se dijo—. Entonces estaba clavado en un poste en el maizal, donde por lo menos podía fingir que asustaba a los pájaros; pero seguramente que de nada sirve un espantapájaros clavado en medio de un río. Mucho me temo que ya no conseguiré un cerebro.
Mientras tanto, la balsa se iba río abajo, dejando muy atrás al pobre Espantapájaros.
—Tenemos que hacer algo para salvarnos —dijo de pronto el León—. Creo que puedo nadar hasta la costa y llevar conmigo la balsa si ustedes se agarran bien fuerte de mi cola.
Acto seguido se lanzó al agua y el Leñador se asió de su cola mientras que el felino nadaba con gran energía en dirección a la orilla. No era tarea sencilla, a pesar de su fortaleza, pero poco a poco salieron de la parte más fuerte de la corriente y entonces Dorothy tomó la larga vara del Leñador y ayudó a impulsar la balsa hacia tierra.
Estaban agotados cuando al fin llegaron a la costa y pusieron pie sobre la verde hierba. También sabían que la corriente habíalos llevado muy lejos del camino amarillo que iba hacia la Ciudad Esmeralda.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó el Leñador cuando el León se tendió sobre la hierba para secarse al calor del sol.
—De algún modo tenemos que volver al camino —dijo Dorothy.
—Lo mejor será marchar por la orilla hasta que lo hallemos —opinó el León.