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Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez DíezЧитать онлайн книгу.

Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez


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científicos previamente adquiridos, en este momento la tecnología es un factor imprescindible para el progreso del conocimiento científico. Ciencia y tecnología se han asociado para caminar casi a la par. Por eso se habla ya de la tecnociencia, esa especie de simbiosis entre la ciencia y la técnica. La ciencia necesita cada vez más de la tecnología y viceversa. Ambas caminan juntas en el éxito y en el fracaso. Pero ambas buscan la mejora de la humanidad con herramientas muy distintas de la simple palabra. Aquí radica una gran diferencia entre la tradicional educación y el moderno progreso científico-tecnológico.

      Pero quizá la gran distancia entre el moderno transhumanismo y la educación tradicional radica en otro asunto de consecuencias mayores.

      La educación clásica apuntaba al alma o a la mente en su intento de procurar la mejora de las personas y de la humanidad. Llámese alma, espíritu o mente, lo cierto es que la educación clásica apuntaba a la interioridad de la persona para configurarla y mejorarla. Es cierto que nunca la educación abandonó el cuidado del cuerpo y de la salud. En general, nunca faltó «la educación física». Se tenía muy en cuenta aquel ideal de salud integral que se formuló en latín: «mens sana in corpore sano» (una mente sana en un cuerpo sano). Pero la educación apuntaba al alma, al espíritu, a la mente de las personas, a la interioridad del sujeto. Educar significaba sobre todo proporcionar conocimientos para facilitar a las personas una correcta visión de la realidad. Un buen conocimiento permitiría a las personas situarse correctamente en el tiempo y en el espacio, en la realidad. Para la educación tradicional la mejora humana suponía sobre todo descubrir el sentido de las cosas, del mundo, de la vida, de los acontecimientos, de la historia.

      Esta era una forma de mejorar la propia vida. Educar significaba también transmitir valores para moldear los sentimientos, los afectos, el ánimo de las personas y así garantizar su salud psíquica, el bienestar personal, la convivencia saludable. La educación tenía como objetivo irrenunciable procurar una vida virtuosa, «la vida buena» de la que hablaban ya los filósofos griegos. Educar significaba ayudar a comprender que esta «vida buena o virtuosa» es mucho más que la «buena vida». A esto se dedicaba la educación: a moldear el alma, el espíritu, la mente de las personas, de las distintas generaciones, de los pueblos... Para esa educación no había especiales implantes ni chips. Solo servía el implante de la palabra, de los buenos sentimientos, del ejemplo de aquellas personas que se convertían en modelos y referentes. La intervención en el cuerpo no iba más allá de lo que se llamaba gimnasia o ejercicio físico.

      Por el contrario, el transhumanismo pretende una mejora de la humanidad tomando como base la intervención directa en el cuerpo. En el transhumanismo se privilegia el aspecto biológico sobre el aspecto cultural. La biotecnología constituye el más destacado punto de inflexión en el intento de mejora humana. En cierto sentido el cuerpo es el supuesto irrenunciable del proyecto transhumanista. Las carencias y los límites del ser humano tienen su raíz en el cuerpo, la mayor parte a causa de la herencia genética. Por eso las mejoras humanas propuestas por el transhumanismo están en su mayoría relacionadas con el sustrato corporal.

      Julian Huxley utilizó ya el término «transhumanismo» a finales de los años 50 del siglo pasado, preconizando el advenimiento de un nuevo ser humano tras la posguerra. Quizá en aquel momento se pensaba preferentemente en mejoras culturales. Pero pronto el término se aplicó a mejoras del ser humano mediante nuevas tecnologías que permitirían a los seres humanos verse libres de su endémica precariedad. Pronto se fue imponiendo el lema: «La especie humana puede trascenderse a sí misma». Con este propósito fueron apareciendo nuevos avances en ingeniería genética, en neurotecnología, en nanotecnología, en criogenia... Todas estas tecnologías han dado lugar a que se hable de «antropotecnias».

      Las intervenciones en el organismo humano ya no se limitan a unos trasplantes realizados para mejorar el funcionamiento del organismo biológico e incluso para garantizar la supervivencia. Los trasplantes de corazón, de riñón, de hígado... las prótesis dentales o de cadera o de brazos y de piernas... ya se realizaban antes de que se comenzara a hablar del transhumanismo. Ciertamente en los últimos tiempos trasplantes y prótesis han progresado también exponencialmente. Pero lo más característico del transhumanismo es la propuesta de unas intervenciones tecnológicas en el cuerpo humano que afecten de forma definitiva –utilizando vocabulario clásico«al alma, al espíritu, a la mente». Se trata de intervenciones sobre el organismo que aspiran a «ampliar sus capacidades mentales y físicas y a mejorar el control sobre sus propias vidas... más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas», como lo expresa el Manifiesto transhumanista.

      El transhumanismo se propone mejorar y trascender las actuales facultades humanas mediante intervenciones tecnológicas sobre el sustrato de las facultades humanas, que es el organismo biológico. Aquí han adquirido una importancia singular las ciencias neurológicas. El transhumanismo supone en cierto sentido una concepción neurologista y funcionalista del ser humano, al que se le reduce prácticamente a conexiones neuronales. El organismo humano es una especie de máquina que puede ser reparada y potenciada por medio de la ciencia y de la técnica. En ese organismo el cerebro es la pieza central. De ahí la importancia trascendental de las ciencias neurológicas. La mayoría de los transhumanistas desconocen la diferencia entre el cerebro y la mente o, más bien, ignoran lo que el pensamiento clásico y moderno ha llamado la mente.

      El transhumanismo procura profundizar en el conocimiento del cerebro humano como base para dichas mejoras. Mediante la intervención en las conexiones neuronales las nuevas tecnologías pretenden mejorar y elevar las capacidades físicas y mentales. Pese a que la mayoría de los transhumanistas se declaran materialistas no creyentes, consideran que la neurociencia será capaz incluso de gestionar la dimensión espiritual de las personas. Permitirá incluso el control de los estados alterados de conciencia y la gestión de una nueva espiritualidad para la humanidad. Olvidan con frecuencia que la mente humana es más que cerebro o conexiones neuronales. En la mente humana confluyen infinidad de factores: razones, intenciones, creencias, experiencias, historia personal... La psicología abarca un campo mucho más amplio que el que puede abarcar la neurología, aunque no se debe olvidar, por supuesto, la base neurológica.

      Lo que ya están realizando los fármacos con respecto a la capacidad física, especialmente entre los deportistas, se podrá conseguir también a nivel psíquico mediante intervenciones tecnológicas. El transhumanismo pronostica intervenciones tecnológicas para mejorar y elevar las capacidades de conocimiento y de memoria. La terminal de esta carrera será una «inteligencia artificial» –una inteligencia posthumana– que supere la inteligencia humana. Será la máquina capaz de vencer al ser humano. El triunfo de la supercomputadora de IBM llamada Deep Blue sobre el gran campeón de ajedrez Garry Kaspárov supuso un serio aviso. A medida que se vayan consiguiendo esos estadios, el transhumanismo estará dando paso al posthumanismo.

      La farmacología será un factor importante para la consecución de los objetivos transhumanistas. Potentes fármacos se han venido usando ya, sobre todo en el campo del deporte, para mejorar el desempeño físico de las personas. Pero también la psicología y la psiquiatría han recurrido cada vez más a los fármacos para la terapia y la mejora de la psique y de los estados de ánimo de las personas. Por este camino el transhumanismo promete garantizar a las personas una felicidad cada vez más plena, pues la ciencia y la tecnología estarán en condiciones de moldear la psicología humana hasta el punto de eliminar «toda psicología indeseable y el sufrimiento», en expresión del Manifiesto transhumanista.

      Hoy existen fármacos muy potentes capaces de provocar cambios profundos en la psicología humana. Se trata sobre todo de drogas utilizadas para proporcionar a las personas estados anímicos de felicidad y satisfacción personal. Cuadran bien con una cultura en la que prevalece la aspiración a «sentirse bien». Lo importante son las sensaciones placenteras, confortables. Se ha llegado a hablar del nuevo «sentimentalismo químico». Se consideran fármacos legítimos y convenientes en la medida que contribuyen a facilitar estas sensaciones placenteras. Porque lo que importa es sentirse bien. Importa menos la bondad o la maldad intrínseca de las vivencias, de las acciones. Las emociones y los estados de bienestar cuentan más que los grandes valores de la bondad, la verdad y la belleza. Pero suele suceder que muchos fármacos disuelven los problemas de la existencia humana;


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