Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez DíezЧитать онлайн книгу.
un verdadero «giro copernicano». Suponen una interpretación teórica y práctica radicalmente nueva del ser humano y de la realidad que lo rodea. Este giro no es el resultado de altas elucubraciones metafísicas; es resultado de acelerados y profundos cambios en el conocimiento científico y en el desarrollo tecnológico. De ahí la necesidad de tomar una postura adecuada frente a la ciencia y frente a la técnica. Ni tecnofilia ni tecnofobia.
Hoy se habla también con frecuencia de «un punto de inflexión» cuando las cosas toman un giro totalmente nuevo. La expresión puede referirse a una simple conversación, cuando se cambia de tema o de tono de forma violenta. Puede referirse –y esto es más serio– a la vida de una persona, cuando las circunstancias o la propia orientación de la vida experimentan un cambio radical. Puede referirse a la marcha política, social, económica de un país, de un continente o de este mundo global, cuando los cambios atacan a los fundamentos de la cultura. Entonces el punto de inflexión se convierte en un verdadero giro copernicano. Un punto de inflexión de este tipo lo preconizan quienes conocen a fondo o simplemente se asoman a los postulados y las promesas del transhumanismo. Lo que se preconiza es un posthumanismo.
Cuando tienen lugar cambios tan radicales en la vida de las personas y de la sociedad, cuando tienen lugar verdaderos giros copernicanos, aparecen toda clase de reacciones. Lo estamos comprobando a medida que se va expandiendo la información sobre el transhumanismo y el posthumanismo. Aparece en algunas personas –científicos o no– el entusiasmo desbordado y la seguridad de que, al fin, el paraíso está a las puertas y la conquista de la felicidad plena es cuestión de días. En otras personas aparece el miedo y hasta el pánico irracional pensando que el fin del mundo está próximo y que la catástrofe apocalíptica es inevitable. Y otras personas reaccionan con prudencia y procuran mantener la calma. Saben por la historia que todos los descubrimientos han tenido su lado positivo de progreso y su lado negativo de riesgos. Y saben que, de alguna forma, el hecho de que prevalezcan los beneficios del verdadero progreso o las fatales consecuencias de los riesgos que el progreso lleva consigo, depende, en definitiva, del ejercicio responsable de la libertad humana.
Eso sí, desde ahora conviene decir que el giro copernicano del que estamos hablando es tan profundo y radical que no es comparable a ninguno de los anteriores en la historia. El progreso de la ciencia y el desarrollo de la tecnología están adquiriendo tal poderío que la propia libertad humana, la propia responsabilidad, parecen incapaces de controlar tales procesos. Crece la convicción de que no tenemos ética para tanta ciencia y tanta técnica. Quizá lo más nuevo de la situación consiste precisamente en que los descubrimientos de la ciencia y el desarrollo de la tecnología están traspasando los límites de la libertad. Son de tal poderío y trascendencia que traspasan con mucho el ámbito de la libertad y de la responsabilidad de las personas. Quienes se asoman a los postulados y a las promesas del transhumanismo y del posthumanismo presienten que la ética ya no da de sí para gestionar esta situación, que no tenemos ética para tanta técnica, que no podemos prever ni controlar las consecuencias de estos descubrimientos científicos y de estas posibilidades tecnológicas. Y no por falta de voluntad, sino por falta de capacidad.
Pero, ¿qué es eso del transhumanismo o del posthumanismo para que suponga tal giro copernicano, tal punto de inflexión en la historia de la humanidad? ¿Cuáles son sus propuestas para auspiciar un cambio tan radical en la vida humana? ¿De qué progreso científico y desarrollo tecnológico se trata?
No es lo mismo decir transhumanismo que decir posthumanismo. El primero es una especie de puente hacia el segundo. El transhumanismo es ese tramo laboral y temporal que la ciencia y la técnica deben recorrer para dar paso al advenimiento del posthumanismo. El transhumanismo es lo provisional; el posthumanismo es lo definitivo, si es que cabe hablar de lo definitivo. Lo que sí será definitivo, según las promesas del transhumanismo, será la superación de eso que hasta ahora se ha llamado el humanismo, cristiano o no cristiano. El humanismo, incluso el más moderno e ilustrado, será superado por el posthumanismo.
Después del transhumanismo vendrá el posthumanismo. Como el propio nombre indica, el posthumanismo supone el paso de la humanidad hacia una etapa radicalmente nueva. Se puede hablar de la «nueva humanidad», de la «posthumanidad», pero siempre metafóricamente, puesto que la humanidad que conocemos habrá desaparecido. Será un nuevo estadio que apenas podemos imaginar, puesto que no tenemos experiencias que nos permitan imaginarlo y definirlo. En este sentido, se puede afirmar que ni siquiera es posible proyectarlo y diseñarlo. El progreso científico y el desarrollo tecnológico nos irán llevando de sorpresa en sorpresa. En buena lógica los transhumanistas más radicales consideran que incluso se dejará de hablar de la humanidad. Pues lo que aparecerá en el posthumanismo será otra cosa distinta a lo que actualmente entendemos por humanidad.
¿Podemos imaginar un cambio más radical que el que supone para una persona el hecho que su identidad (conciencia, conocimientos, experiencias, recuerdos...) sea copiada y cargada (uploading) en un mega ordenador, liberándola del sustrato biológico, algo así como mandar esa identidad a la nube? ¿Podemos imaginar siquiera cuál será la consciencia que el futuro sujeto puede tener de su identidad? ¿Es posible imaginarse qué género de humanidad o post-humanidad será esa? Es solo un ejemplo de los cambios radicales que el transhumanismo pronostica para la etapa definitiva del posthumanismo.
De entrada, el transhumanismo ve ese futuro muy positivamente, muy prometedor. De hecho, el símbolo utilizado para nombrar el fenómeno del transhumanismo es el signo más (+). El símbolo que se utiliza ya para abreviar los términos transhumanismo o posthumanismo es H+. El símbolo aparece en la portada del Manifiesto transhumanista.
Las aspiraciones del transhumanismo evocan el lema olímpico, pronunciado por el barón P. de Coubertin en las primeras olimpíadas modernas celebradas en Atenas e ideado por el fraile dominico Henri Didon: «Citius, altius, fortius» ( más rápido, más alto, más fuerte). El transhumanismo apunta a unas metas más rápidas, más altas, más fuertes. Más, más, más...; no cabe el menos, no cabe la marcha atrás. O quizá ya ni siquiera es posible el stop. Sucede con el progreso científicotécnico lo mismo que está sucediendo hoy en día con los récords deportivos o con toda clase de récords Guinness. No hay lugar para el stop, para establecer una meta, para declarar un final. E. Fromm llamó a esta carrera de las marcas y los récords la búsqueda del predominio de la cantidad sobre la calidad. El ideal de la cantidad parece haberse impuesto al ideal de la calidad. Por el contrario, Stuart Mill pedía que se perfeccionara «el Arte de la vida» y se abandonara o se dejara de estar absorbidos por «el Arte de ponerse a la delantera».
Quizá se está volviendo realidad el conocido cuento del «aprendiz de brujo». Un mago aconseja a un perezoso y atolondrado ayudante que cuide su castillo y su laboratorio. El muchacho, impulsado por la pereza y la curiosidad, pronuncia las palabras mágicas y da vida a la escoba y al balde, para que le ahorren el trabajo de barrer y fregar. La escoba y el balde comienzan a moverse. El aprendiz de brujo pierde el control de la situación. No encuentra la fórmula para parar a la escoba y al balde y se produce el gran desastre, ya el agua le llega hasta el cuello. Menos mal que el mago llegó a tiempo de parar el desastre y salvar la situación. La reprimenda fue fuerte, porque la irresponsabilidad había sido grande y el peligro, mortal. Esta fue la recomendación del mago maestro: «Antes de aprender magia y hechicería deberías aprender a ser responsable».
Ya no se trata de la confrontación entre la magia y la responsabilidad. La ciencia y la tecnología no entienden de magia y superstición. Se mueven con unos criterios muy prácticos y muy utilitarios. El verdadero problema que plantea el desarrollo científico y tecnológico actual es de otro tipo. Se trata, sobre todo, de confrontar y armonizar las posibilidades científico-técnicas y las exigencias de la ética. Se trata de armonizar posibilidad y conveniencia.
Un gran desafío para la humanidad en este momento es armonizar el progreso científico-técnico con las exigencias de la ética. Este es un problema que hoy tiene planteado la humanidad: si dispone de ética suficiente para gestionar y controlar las posibilidades científicas y técnicas, para manejar el progreso de forma que pueda garantizar una humanidad siempre mejor. Si la responsabilidad y la ética no son suficientes para mantener bajo control el progreso científico y tecnológico, el desastre puede ser muy grande, el agua nos llegará al