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Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la PlataЧитать онлайн книгу.

Los mejores reyes fueron reinas - Vicenta Marquez de la Plata


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situación del Imperio no permite seguir eludiendo o aplazando esas reformas. […] Tenemos, como madre e hijo, un solo propósito: queremos devolver a nuestro Imperio su antiguo esplendor […].

      Al fin Cixí había comprendido la inmensa superioridad de las fuerzas materiales del mundo occidental y el poder que la cultura y los medios de comunicación podían ejercer en Europa.

25.tif

      Yuan Chi-kai

      Los manchúes, orgullosos e ignorantes, tendrían que verse con los europeos más tarde o más temprano; más valía aprender de ellos para al menos saber cómo enfrentarse a ese peligro cierto. En primer lugar había que abandonar todos o algunos de sus privilegios, pues eran un anacronismo en esos años. Para evitar a los manchúes su destrucción era mejor alentar la fusión de las razas, lo que derogaba aquella ley que prohibía el matrimonio entre manchúes y chinos (raza Han), que en las nuevas leyes pasaron a estar categóricamente recomendados. Si China había de sobrevivir, la emperatriz comprendió que se debería más a los chinos que a los manchúes.

      Había que unificar la lengua, pues chinos y manchúes hablaban diferentes lenguas; por otro lado prohibió una costumbre que los extranjeros consideraban bárbara: la de comprimir los pies de las mujeres chinas para hacerlas más atractivas, la emperatriz la calificó de inhumana y la proscribió. Cixí reconoció la ignorancia de sus cortesanos y permitió que todos los nobles y miembros del clan imperial saliesen a estudiar al extranjero.

      El Gobierno pensionaría a un grupo de manchúes jóvenes, de entre quince y veinticinco años, para que saliesen a estudiar fuera de China. En cuanto al pueblo y su educación, tras discutirla con Yuan Chi-kai y con Tchan Tchi-tung, llegaron a la conclusión de que el obstáculo para toda reforma era el sistemas de exámenes y que había que encauzarlos como en Occidente. A este tenor en 1904 emitió un mandato que abolía los exámenes clásicos, solo tras aprobar los nuevos exámenes se podría optar a un cargo público.

      Yuan Chi-kai (Hunan, 1859 - Pekín, 1916). Político y militar chino. Pertenecía a una de las familias militares chinas con más tradición. Fue protagonista de las profundas transformaciones por las que pasó China desde la transición de su estructura medieval y tradicional hacia la construcción del Estado moderno. Yuan consiguió una brillante carrera militar y política, aun sin haber conseguido altas graduaciones. En 1882 fue enviado a Corea, donde permaneció hasta 1894 con la orden de evitar y controlar la penetración japonesa en la zona. Tras el derrocamiento del último emperador Puyi, perteneciente a la dinastía Qing, pasó a ser el primer ministro de la nueva República de China, tal y como había sido decretado por el emperador.

      Otro de los decretos más importantes entre los que se dictaron fue el de la supresión del comercio del opio, que dio para la total liquidación un plazo de diez años. Se creó un nuevo Ministerio, muy necesario, el de Correos y Comunicaciones, pues estos servicios hasta entonces eran poco operativos, casi inútiles, por la corrupción y la dejadez de los encargados de este quehacer. También intentó, la vieja emperatriz, la reorganización de la justicia, declarándose contraria al uso del tormento y a cualquier abuso sobre las personas. Mientras todo esto entraba en vigor en todos los lugares, la pena máxima sería la degollación, suprimiendo el descuartizamiento, la mutilación, la marca con hierro al rojo y hacer pagar las penas a la familia en lugar del reo si este no podía ser apresado. Todos estos abusos se prohibieron en teoría, en teoría, porque en los lugares remotos seguían existiendo. Con todos estos mandatos esperaba la emperatriz instituir las bases de un Gobierno aceptable para los occidentales, a quienes consideraba el germen de un gobierno constitucional. Para demostrar su buena voluntad Cixí envió una comisión presidida por el duque Tse-Tse a estudiar los sistemas políticos en los países extranjeros y sus resultados, a su regreso el duque daría razón de sus estudios y se tomarían las decisiones pertinentes, eso sí, como conviniese. Según la soberana: «[…] cuando los funcionarios y el pueblo hayan comprendido qué es el poder ejecutivo en un Gobierno, la nación estará preparada para una Constitución».

      Los artículos chinos tenían gran demanda sobre todo en Gran Bretaña, mientras que los productos de los europeos no tenían demanda ni mercado en China, por ello el comercio entre uno y otro era deficitario sobre todo en Inglaterra. Los ingleses descubrieron que llevando opio a China desde la India, donde se cultivaba, podían equilibrar su balanza, pues el opio proporcionaba ganancias de 1 a 400. Cuando los chinos protestaron ante la emperatriz Victoria, su respuesta fue enviar a las tropas para proteger el comercio de esta droga, de esta actitud surgió la llamada guerra del Opio. Fue un comercio indigno de una nación civilizada.

      Naturalmente tal abundancia de cambios atrajo el descontento de muchos. Ni siquiera la emperatriz, con todo su prestigio, podía proponer tantas transformaciones sin levantar recelos y resistencias. Los antiguos funcionarios y burócratas continuaron aferrados a sus costumbres ancestrales y la resistencia se manifestó en un obstinado apego a lo habitual, lo tradicional, lo de siempre. De no ser porque los mandatos emanaban del Viejo Buda, seguramente la resistencia hubiese tomado una forma violenta, pero todos la temían y se guardaron muy mucho de exteriorizar su oposición o descontento.

      En Pekín no había prensa, sobre todo prensa crítica, pero en las provincias del sur, en Shanghai y en Hong Kong, los periódicos desaprobaban abiertamente las medidas adoptadas por la emperatriz. Fue acusada de seguir al pie de la letra los mandatos de los diablos extranjeros, de los hombres peludos primarios y de los enanos del Japón; sin apreciar su inteligencia que le hacía ver lo necesario de esos cambios, que por otra parte odiaba. Acusaron a la emperatriz viuda de querer destruir las esencias del pasado y la tradición milenaria. No apreciaron su talento y astucia para manejar una situación explosiva a corto plazo.

      Por otro lado, los extranjeros, Inglaterra, Alemania, Francia, Austria, Rusia, sospechaban que la emperatriz los engañaba con fingidos propósitos; recordaban su actitud anterior de franca hostilidad a todo lo extranjero, su conocida xenofobia y por ello no se creían que las intenciones de la soberana fuesen verdaderas. En realidad nadie le daba el crédito que necesitaba para llevar a cabo su envite por la modernidad. Ni unos ni otros comprendieron la energía y la virilidad de esta mujer anciana. Había tenido errores, pero no por ello dejaba de ser un político de primera fila, un conductor de hombres, un talento dirigente, un gobernante experimentado.

      Los periódicos de Shanghai y de Hong Kong publicaban cada día diatribas a los menores actos de la emperatriz. Un crítico escribía:

      Es poco creíble que a su edad pueda cambiar todas sus costumbres y hacer nuevas amistades tan contrarias a su educación y su carácter. ¿No se preguntarán los extranjeros si Su Majestad puede sinceramente sentir el menor afecto a unas gentes que han saqueado su palacio y la han obligado a entregar al verdugo [el tratado de paz tras el levantamiento de los bóxers establecía el compromiso del Gobierno chino de ejecutar a 10 oficiales implicados en la revuelta] a sus colaboradores más fieles y más seguros?

      En todo caso, Cixí estaba convencida de la bondad de su proyecto y continuó el camino que se había trazado para sacar a China de su marasmo de siglos. Tenía que vencer prejuicios por ambas partes, entre los nacionales y los extranjeros, además existían alianzas y pactos de intereses en ambos lados, era una obra formidable, incluso para una personalidad como la suya. Necesitaba tiempo, aun con el empuje de toda una mujer de talento, pero tiempo era precisamente lo que no tenía el Viejo Buda. La nave del Estado iba a la deriva, había controversia de todos los lados, sin su mano el Estado encallaría en las dificultades que presentaba este modo nuevo de gobernar que deseaba implantar la emperatriz.

      Cuando la emperatriz iba a cumplir setenta y tres años, el pueblo se preparaba para las celebraciones. Una función teatral que duraría cinco días había


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