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Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la PlataЧитать онлайн книгу.

Los mejores reyes fueron reinas - Vicenta Marquez de la Plata


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y adiestrase. Kung destacaba por su sabiduría y honradez, y enseguida supo ver la inteligencia de Ye-ho-na-la, ahora Cixí. La concubina, para evitar habladurías, solicitó estar acompañada en cada lección por algunas de sus damas y alguno de sus eunucos, que más tarde jugaron un papel muy importante en su vida. Desde entonces, todos los asuntos del imperio estuvieron en sus manos, una mujer sin experiencia, concubina, de veintidós años.

      Aunque aún andaba en la treintena, la salud del emperador Xianfeng no era buena, con seguridad su afición al opio había minado su resistencia física y su voluntad. Se había decidido que en la primavera de 1861 abandonaría el lugar en que estaba y regresaría a Pekín, pero su enfermedad impidió que se moviese de Jebol, que era el sitio en que se encontraba entonces. No se sabe exactamente por qué o cómo, aunque se dice que por su fragilidad y salud ya muy debilitada, se dejó aconsejar en muchos asuntos por el príncipe Tse-Yuen (también conocido como Yi), el cual, aliado con otros miembros de la familia imperial, decidió adueñarse del poder, ya que estaba seguro de que el fin del emperador estaba cerca y de que pronto atravesaría la Puerta del Dragón. Tal vez con un poco de ayuda…

      Aunque nominalmente, por su prestigio, el príncipe Tse-Yuen encabezaba la conjura, en realidad el miembro más activo y el organizador de la conspiración era un tal Sushun, hermano de leche del jefe de las ocho familias principales de manchúes. Sin ser originariamente nadie, Sushun, como hermano de leche de un poderoso manchú y de su mano, había llegado muy alto hasta considerarse él mismo como perteneciente a la familia imperial.

      El poderoso manchú, el hermano de leche de Sushun, era un verdadero príncipe de sangre real. Se llamaba Tse-Chen y podía, al igual que Tse-Yuen, aspirar al trono si el emperador fallecía y ambos se movían con rapidez, mientras que el brazo ejecutor, Sushun, era solo un instrumento en manos de los dos ambiciosos príncipes.

      Para lograr su fin, Sushun fue vivamente recomendado por los dos príncipes al debilitado emperador y este lo trajo junto a sí en calidad de ayudante al ministro de Hacienda. También acontecía que Sushun, como solía suceder con los arribistas y aduladores de los poderosos, era vicioso y disipado. Para no dejar el cuadro inconcluso era así mismo ambicioso, avaro y cruel.

      La concubina Yehenara, ahora ascendida a emperatriz del este, se percató de la nefasta influencia de este personaje, que para entonces era el primer secretario adjunto, y trató de contrarrestar su poder y la dependencia que el enfermizo soberano empezó a manifestar por este personaje.

      Con el favor del soberano, Sushun, elevado al cargo de Gran Mandarín, instituyó un verdadero régimen de terror y cualquiera que se opusiese a sus deseos era desterrado o degradado. En poco tiempo amasó una inmensa fortuna a base de enormes multas a los funcionarios, sobre todo a los de Hacienda o a los de otras administraciones, pues los acusaba de engañar y defraudar a las reales arcas, cosa que podía ser cierta, pero que él explotaba en beneficio propio. Con este dinero él y los príncipes esperaban financiar su proyecto de llegar al poder por el camino más directo. Sin embargo, había un problema: la emperatriz del este intentaba influir en el emperador para que alejase al favorito y esto no podían permitirlo, puesto que Sushun era el que, con malas artes, proporcionaba la financiación del proyecto.

07.tif

      El palacio de Jebol, residencia de verano de la familia imperial

      Empezaron a propagar calumnias sobre ella y al soberano le manifestaron que Yenehara lo engañaba con un apuesto militar que había estado prometido a ella antes de que entrase en palacio. Al mismo tiempo difundieron los rumores de que el príncipe y maestro Kung estaba en connivencia con los diablos extranjeros (las potencias occidentales). Todo ello hizo que el soberano separase al niño heredero de su madre, la emperatriz del este, y ordenara que lo entregasen a la madre de Tse-Yueng, el gran conspirador, para su educación y crianza. Con el heredero en su poder los conspiradores ya estaban más cerca del trono. La idea de los dos príncipes era hacer matar a todos los europeos residentes en Pekín y también a los otros hermanos del emperador. Incluso habían preparado el documento que justificaría tales acciones.

      En todo esto estaban cuando el séptimo día de la séptima luna la concubina Yenehara envió un mensaje urgente a su maestro el príncipe Kung haciéndole saber el mal estado de la salud del Hijo del Cielo, su real esposo. Asimismo le rogaba tomar medidas para proteger al niño heredero y a ella misma, y no menos a sí mismo, toda vez que los conjurados eran también enemigos a muerte del príncipe Kung. Para ello le pedía que enviase urgentemente un destacamento formado por militares del clan de la emperatriz del este, es decir, por sus simpatizantes, no adeptos a los dos príncipes.

      Los sucesos se precipitaron: el 16 de junio de 1861, un grupo de los partidarios de Tse-Yuen entraron violentamente en el dormitorio del moribundo emperador y, tras expulsar a la emperatriz Zhen y a la concubina real, obligaron al Hijo del Cielo a firmar un documento en que nombraba a Tse-Yuen, Tuan Hua y Sushun, los tres conspiradores, regentes tras su posible muerte, lo que les quitaba a las dos mujeres toda autoridad sobre el rey niño, Tongzhi. La ley hasta entonces prescribía que la emperatriz y la madre serían las tutoras legales del rey en minoridad, los conspiradores intentaban quitar esta prerrogativa de las dos mujeres y apoderarse del niño y a través de él del poder supremo.

      A la mañana siguiente murió el rey Xianfeng y Tongzhi, de apenas cinco años, era el nuevo emperador. Los conspiradores habían preparado su acción por medio de varios decretos ya escritos, pero se hallaron con una dificultad insalvable, el sello real que había de dar legitimidad a los documentos, no aparecía por ninguna parte y sin él no se podía legitimar documento alguno. En espera de que apareciese se leyó el testamento en que se nombraba regentes a los conspiradores y no se hacía mención de las mujeres: madre y emperatriz viuda.

      El 25 de agosto el príncipe de Kong anunciaba que «el emperador había partido en la jornada del 22 montado en el dragón para entrar en los países de lo alto y que en consecuencia las relaciones oficiales debían ser interrumpidas durante un tiempo». De momento, las relaciones con Occidente quedaron en suspenso.

      En este período la joven Ye-ho-na-la demostró su capacidad de dirigir los acontecimientos sin levantar sospechas. Con la ayuda y complicidad de su eunuco, Ngan Te-he, enviaba informes diarios al príncipe Kung, que estaba en Pekín, y le mantenía al corriente de lo que sucedía. Por otro lado manifestaba al príncipe Tse-Yuen el mayor respeto y consideración. Aparentaba tranquilidad mientras lo trataba con estudiada deferencia, lo que hizo que este se confiase sin sospechar que la paciente concubina estaba tejiendo su tela de araña. No estaba ella dispuesta a dejarse arrebatar el poder que quería ejercer, aunque fuese en nombre de su hijo Tongzhi.

08.tif

      Retrato de Jung-Lu, primo de Yenehara y luego general y consejero

      Tras el período fijado por la etiqueta el entierro del emperador se debía llevar a cabo con toda solemnidad, siguiendo el tradicional protocolo. El féretro debía ser llevado a hombros hasta el lugar en que el difunto había de ser enterrado, que distaba del sitio en que había muerto a unas ciento cincuenta millas del lugar (una milla equivale a 1609 metros, es decir, más de un kilómetro y medio). Todos los personajes del Consejo de Regencia habían de acompañar al catafalco y como este era pesado solo se podrían hacer el equivalente a treinta kilómetros al día en el mejor de los casos. Esto le daba a Cixi un período de unos diez días sin ser espiada por los príncipes y el Gran Mandarín. En sus planes ella ya había contado con ello, pues el protocolo pedía que las emperatrices habían de adelantarse a palacio y ofrecer oblaciones y plegarias por el difunto soberano; allí habían de esperar el regreso de la comitiva funeraria y ofrecer de nuevo junto con


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