Mujeres con poder en la historia de España. Vicenta Marquez de la PlataЧитать онлайн книгу.
No considere S. M. a su hijo muerto o ausente para siempre, si no trasladado a aquella patria celestial donde no hay llanto, clamor, angustia, ni dolor. Ha ido a donde S.M. desea ir [...] Y luego añade en un impulso de su corazón y quisieran que todos los golpes de la pena dieran en mi y que no tocara a S. M.
—En la Concepción Descalza de Ágreda. Besa la Mano de V. M., su menor sierva. Sor María de Jesús.
Ya se había aparecido el espíritu de la reina Isabel de Borbón la cual le había pedido oraciones para salir del purgatorio. Entre tantas preocupaciones que tenía el rey en esos años, al menos tuvo el consuelo de que la monja le pudiera confirmar la salvación eterna de su hijo. Le había mandado el rey que pusiera por escrito la relación de la enfermedad y muerte del príncipe Baltasar Carlos, tal y como él se lo había contado, cosa que obedeció sor María de Jesús. Curiosamente en el relato de la muerte del heredero intercala unos comentarios acerca de que ella ya sabía que alguna terrible desgracia iba a acaecer en el reino:
[…] y por espacio de un mes que precedió a la muerte del príncipe, tuve conocimiento de que amenazaba a estos reinos y monarquía un nuevo azote y castigo muy sensible para todos sus vasallos… [con estas noticias] …quedé despavorida, contristada y llena de discursos temerosos… sin saber adonde caería o a quién heriría (el castigo divino). En esta ocasión se disponía el socorro de Lérida, que había cuatro o cinco meses que estaba sitiada por los franceses y discurría sobre la importancia de la pérdida (de esa ciudad) y llegué a temer que se perdiese y si ese era el castigo que nos amenazaba.
[Entonces clamaba] al Todopoderoso por que nos diese victoria y felices sucesos a las armas de Su Majestad y una paz universal […] y que nos castigase con otro azote que no fuese ocasión de perderse tantas almas… me manifestó el Señor muchos secretos del estado de estos reinos… que vendría por esto otro azote que tocaría en las personas reales porque así convenía.
Tuve ese aviso el 6 de octubre después de la comunión y fue ese mismo día que sobrevino al príncipe la enfermedad…
Al final de una larga disertación en que describe cómo tuvo múltiples visiones del príncipe y de su ángel de la guarda, llega al día en que se le manifestó el alma de Baltasar Carlos en la beatitud de la gloria, el cual le habló largo y tendido sobre muchos asuntos y sobre todo sobre la conveniencia de que el rey gobernase por sí mismo. En esto coincidía el alma del difunto con el parecer de la monja de Ágreda, parecer que ella ya había manifestado al rey desde luengo tiempo ha.
En todo momento, sor María de Jesús vio con malos ojos el valimiento de Haro. Incluso en los primeros tiempos, cuando el conde-duque aún vivía, aunque retirado en Loeches y ajeno a las responsabilidades que antes tuvo, supo la monja que la esposa de don Gaspar, doña Inés de Zúñiga, aún continuaba siendo dama de la reina y por ello escribió al soberano:
[…] y como tan apriesa no se ven los buenos sucesos y aciertos, paréceles que gobierna quien gobernó antes, pues han de favorecer los que están a la vista de Vuestra Majestad al que los puso en ella, y también la carne y la sangre hacen su oficio; y no fuese desacertado dar una prudente satisfacción al mundo que la pide, porque Su Majestad necesita de él.
Dicho en román paladino la monja aconsejaba a don Felipe que se retirase de la Corte a doña Inés de Zúñiga porque la gente creía que a través de ella seguía gobernando quien gobernó antes. Acertado sería, dice ella, dar satisfacción a los que la quieren lejos. Siguió don Felipe el consejo de su valida en la sombra y alejó a doña Inés a principios del mes siguiente con toda discreción, habiendo escrito a la monja respecto a ello que saldría la dama «apriesa, tan sin ruido y con tanto secreto…».
Ahora, el alma misma de Baltasar Carlos venía a incidir en esto, que su padre gobernase solo, conminando a la monja:
Adviértele pues, con instancia y cuidado, que vuelva sobre sí y se levante y desahogue, desembarazándose de estas cadenas… aunque sea a costa de grandes trabajos y sacudiendo de sí a todos…
De las emulaciones y envidias que tienen en palacio sobre quien alcanzará más la voluntad y gracia del Rey, se disgusta el Altísimo… porque buscan sus fines y comodidades ambiciosas y por conseguirlas y conservarlas proceden injustamente en la justicia distributiva y en la equidad del gobierno… Para atajar estos y otros males […] Dios dará a conocer a mi padre le conviene que con ninguno se particularice ni se señale para el gobierno, porque alzarse alguno con él es causa de muchos desórdenes.
Es en este tipo de manifestaciones cuando podemos ver la intención de la monja de Ágreda de influir en la voluntad del rey, bien que no lo hace motu proprio, sino que lo manifiesta por ser voluntad divina o haberle sido manifestado por las almas benditas. La monja no suele decir directamente qué se debería hacer o no respecto a asuntos de gobierno, sino que más bien manifiesta intereses de orden general como que reza constantemente a Dios para que «el ejército se aplique con toda diligencia en el rescate de Lérida» o cosas similares.
La situación en España era difícil y a veces crítica. Sin duda el rey no podía confesar sus dudas y temores a muchas personas, el mismo sentido de la dignidad real se lo prohibía, pero durante toda la correspondencia y a lo largo de más de veinte años, una y otra vez, con gran ingenuidad se permitía confesar sus penas y miedos a sor María de Jesús y pedirle sus oraciones para ayudarle, casi como si invocase a un cirineo. Con estas expansiones el soberano debió de hallar algún consuelo y desahogo, aunque una sombra de desconfianza no lo abandonó, pues una y otra vez le recomendaba todo sigilo y reserva. Ella no solo levanta el espíritu apocado de don Felipe, sino que le habla constantemente de perfección espiritual y con sentido común le hablaba a veces de arduos problemas de Estado. Ella no es aguda conocedora de la política y su mérito, si es que lo queremos buscar, es que su obra consiste en hacer llegar al rey la voz del pueblo o lo que cualquier persona con buen sentido y cordura opinaría. El rey no siempre hacía caso de lo que ella decía, aunque la escuchaba con paciencia y muchas veces atendió sus sugerencias. Por ejemplo, a las sugerencias de que «le conviene que con ninguno se particularice ni se señale para el gobierno» él contestó con cierto pesar y como disculpándose, aunque obviamente sin intención de seguir las indicaciones que le hacía el alma de su hijo:
Este modo de Gobierno ha corrido en todas cuantas Monarquías, así antiguas como modernas, ha habido en todos los tiempos, pues ninguno ha dejado de haber un ministro principal o criado confidente [y se excusa] porque ellos no pueden por sí solos obrar todo lo necesario […] no es lícito [a la dignidad real] andar de casa en casa de ministros y secretarios por ver si ejecutan con puntualidad lo que les mandan…
Carta CXIV del rey. Madrid, 30 de enero de 1647.
Cuando en la guerra de Cataluña a punto estuvo don Felipe de indisponerse con Aragón por la jurisdicción del Tribunal de la Fe, la monja de Ágreda le aconsejó con gran prudencia que evitase a toda costa el negocio de la Inquisición «por ser de mucho peso y preciso resolverlo con tiento y tomando medios y arbitrios para ajustarse a todos». En todo caso, explica don Felipe a su destinataria que él, aunque tenga valido no por eso deja de trabajar todo lo que su cuerpo le permite:
Yo, Sor María, no rehúso trabajo alguno, pues, como todos pueden decir, estoy continuamente sentado en esta silla con los papeles y la pluma en la mano, viendo y pasando por ella todas cuantas consultas se me hacen en esta Corte y los Despachos que vienen de fuera, resolviéndolas más materias allí inmediatamente, procurando se ajuste el dictamen que tengo por más ajustado a la razón. Otros negocios de mayor peso me piden más inspección…
Sin querer otorgarle dotes de mujer sagaz en asuntos internacionales, la monja en política exterior estaba claramente a favor de la paz. Pero en realidad ello es solo muestra de su sentido común, de sabiduría popular, pues el pueblo siempre prefiere la paz a la guerra y ve más inconvenientes en las hostilidades que los dirigentes que a veces se ven literalmente obligados a defender algo. Durante las negociaciones de la paz en Münster y Osnabruck que habían de culminar en la Paz de Westfalia, trató de inclinar a Felipe IV a terminar la guerra con Francia, para concentrarse en el problema de Portugal. «En las materias generales no hay nada nuevo. El emperador y el Imperio han hecho la Paz con Francia, harto trabajosa,