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Cuentos Clásicos del Norte, Segunda Serie. Washington IrvingЧитать онлайн книгу.

Cuentos Clásicos del Norte, Segunda Serie - Washington Irving


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sentimiento de curiosidad respecto de la vida futura, no muy alejado de aquel que se considera en general como la tendencia del espíritu humano a la inmortalidad individual. El nombre de Van Winkle fué una feliz elección de Írving, pero no ha sido inventado por él. El impresor del Sketch-Book, sin ir más lejos, llevaba el mismo nombre. El de Kníckerbocker se encuentra también entre los holandeses, pero Írving lo ha hecho típico. En The Author’s Apology, que agregó como prefacio a una nueva edición de la History of New York, dice: “He encontrado que este nombre es una palabra de orden para dar sello familiar a cualquiera cosa destinada al favor del público, como las sociedades Kníckerbocker; las compañías de seguros Kníckerbocker; los vapores Kníckerbocker; los ómnibus Kníckerbocker; el pan Kníckerbocker; el hielo Kníckerbocker; y… hasta los neoyorquinos de origen holandés tienen a gala llamarse “genuinos Kníckerbockers.”

      RIP VAN WINKLE

      OBRA PÓSTUMA DE DÍEDRICH KNÍCKERBOCKER

      Por Woden (Odin), Dios de los sajones, de quien procede Wednesday (miércoles) que es Wodensday (día de Odin). La verdad es algo que siempre conservaré hasta el día en que me arrastre hacia la tumba.

Cártwright.1

      EL CUENTO siguiente se encontró entre los papeles del difunto Díedrich Kníckerbocker, un viejo caballero de Nueva York, muy curioso respecto de la historia holandesa de la provincia y de las costumbres de los descendientes de sus primitivos colonos. Sus investigaciones históricas dirigíanse menos a los libros que a los hombres, pues que los primeros escaseaban lamentablemente en sus temas favoritos mientras que los viejos vecinos y, sobre todo sus mujeres, eran riquísimos en aquellas tradiciones y leyendas de valor inapreciable para el verídico historiador. Así, cuando le acontecía tropezar con alguna familia típica holandesa, agradablemente guarecida en su alquería de bajo techado, a la sombra del frondoso sicomoro, mirábala como un pequeño volumen de letra gótica antigua, cerrado y abrochado, y lo estudiaba y profundizaba con el celo de la polilla.

      El resultado de todas estas investigaciones fué una historia de la provincia durante el dominio holandés, publicada hace algunos años. La opinión anduvo dividida con respecto del valor literario de esta obra que, a decir verdad, no vale un ápice más de lo que pudiera. Su mérito principal estriba en su exactitud, algo discutida por cierto en la época de su primera aparición, pero que ha quedado después completamente establecida y se admite ahora entre las colecciones históricas como libro de indiscutible autoridad.

      El viejo caballero falleció poco tiempo después de la publicación de esta obra; y ahora que está muerto y enterrado no perjudicará mucho a su memoria el declarar que pudo emplear mejor su tiempo en labores de más peso.2 Era bastante hábil, sin embargo, para encaminar su rumbo como mejor le conviniera; y aunque de vez en cuando echara un poco de tierra a los ojos de sus prójimos y apenara el espíritu de algunos de sus amigos, a quienes profesaba sin embargo gran cariño y estimación, sus errores y locuras se recuerdan “más bien con pesar que con enojo,” y se comienza a sospechar que jamás intentó herir ni ofender a nadie. Mas como quiera que su memoria haya sido apreciada por los críticos, continúa amada por mucha gente cuya opinión es digna de tenerse en cuenta, como ciertos bizcocheros de oficio que han llegado hasta el punto de imprimir su retrato en los pasteles de Año Nuevo,3 dándole así ocasión de inmortalizarse casi tan apreciable como la de verse estampado en una medalla de Wáterloo o en un penique de la reina Ana.4

      RIP VAN WINKLE

      TODO aquél que haya remontado el Hudson recordará las montañas Káatskill. Son una desmembración de la gran familia de los montes Appalachian y se divisan al este del río elevándose con noble majestad y dominando toda la región circunvecina. Todos los cambios de tiempo o de estación, cada una de las horas del día, se manifiestan por medio de alguna variación en las mágicas sombras y aspecto de aquellas montañas, consideradas como el más perfecto barómetro por todas las buenas mujeres de la comarca. Cuando el tiempo está hermoso y sereno, las montañas aparecen revestidas de púrpura y azul, destacando sus líneas atrevidas sobre el claro cielo de la tarde; pero algunas veces, aun cuando el horizonte se encuentre despejado, se adornan en la cima con una caperuza de vapores grises que se iluminan e irradian como una corona de gloria a los postreros rayos del sol poniente.

      Al pie de estas montañas encantadas5 puede descubrir el viajero el ligero humo rizado que se eleva de una aldea, cuyos tejados de ripia resplandecen entre los árboles cuando los tintes azules de la altura se funden en el fresco verdor del cercano panorama. Es una pequeña aldea muy antigua, fundada por algunos colonos holandeses en los primeros días de la provincia, allá por los comienzos del gobierno del buen Péter Stúyvesant6 (¡que en paz descanse!), y donde se sostenían contra los estragos del tiempo algunas casas de los primitivos pobladores, construídas de pequeños ladrillos amarillos importados de Holanda, con ventanas de celosía y frontones triangulares rematados en gallos de campanario.

      En aquella misma aldea y en una de las aludidas casas que, a decir verdad, estaba lastimosamente maltratada por los años y por la intemperie, vivía hace mucho tiempo, cuando el país era todavía provincia de la Gran Bretaña, un hombre bueno y sencillo llamado Rip Van Winkle. Era descendiente de los Van Winkle que figuraron tan heroicamente en los caballerescos días de Péter Stúyvesant y le acompañaron durante el sitio del fuerte Christina.7 Había heredado muy poco, sin embargo, del carácter marcial de sus antecesores. Hice ya notar que era un hombre sencillo y de buen corazón; era además vecino atento y marido dócil, y gobernado por su mujer. A esta última circunstancia se debía probablemente aquella mansedumbre de espíritu que le valió universal popularidad; porque los hombres que están bajo la disciplina de arpías en el hogar son los mejor preparados para mostrarse obsequiosos y conciliadores en el exterior. Indudablemente su carácter se doblega y vuelve maleable en el horno ardiente de las tribulaciones domésticas; y, a decir verdad, una reprimenda de alcoba es más eficaz que todos los sermones del mundo para enseñar las virtudes de la paciencia y longanimidad. Una mujer pendenciera puede así, en cierto modo, considerarse una bendición; y a este respecto Rip Van Winkle era tres veces bendito.

      Lo cierto es que era el favorito de todas las comadres de la aldea que, como las demás de su amable sexo, tomaban parte en todas las querellas domésticas y nunca dejaban de censurar a la señora Van Winkle siempre que se ocupaban de este asunto en la chismografía de sus reuniones nocturnas. Los chicos de la aldea le aclamaban también alegremente cuando se presentaba. Tomaba parte en sus diversiones, les fabricaba juguetes, les enseñaba a volar cometa y a jugar bolas, y les refería largas historias de aparecidos, brujas, e indios salvajes. Fuera donde quisiese, escabulléndose por la aldea, rodeábale una turba de pilluelos colgándose de sus faldones, encaramándose en sus espaldas y jugándole impunemente mil pasadas; y ni un sólo perro del vecindario se habría decidido a ladrarle.

      El gran defecto de la índole de Rip era su aversión insuperable a toda clase de labor provechosa. No que adoleciera de falta de asiduidad o perseverancia, pues se habría sentado a pescar sin un murmullo en una roca húmeda y armado de una caña larga y pesada como la lanza de un tártaro, aun cuando no picara el anzuelo un sólo pez en todo el día para alentarle en su faena. Podía llevar por largas horas una escopeta al hombro y arrastrarse por selvas y pantanos, por colinas y cañadas para tirar a unas cuantas ardillas o palomas silvestres. Nunca rehusaba ayudar a sus vecinos aun cuando fuera en la tarea más penosa, y era el primero en todas las reuniones de la comarca para desgranar las mazorcas de maíz, o construir cercos de piedra; las mujeres de la aldea le ocupaban también para sus correrías, o para ciertos trabajillos de poca monta que sus poco amables maridos no querían desempeñar. En una palabra, Rip estaba siempre dispuesto a atender a los negocios de cualquiera de preferencia a los propios; pues cumplir con sus deberes domésticos o mirar por las necesidades de su granja le era punto menos que imposible.

      Declaraba, en efecto, que resultaba inútil trabajar en su propia


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<p>1</p>

Wílliam Cártwright, 1611-1643, fué amigo y discípulo de Ben Jonson.

<p>2</p>

La History of New York ofendió a muchos neoyorquinos a causa del uso atrevido de algunos nombres tenidos hasta entonces en veneración como tronco de antiguas familias, y por su sátira burlesca del carácter holandés. Entre los críticos se contaba un entusiasta amigo de Írving, Gulian C. Verplanck, quien declaró terminantemente en un discurso pronunciado ante la Sociedad Histórica de Nueva York: “Lastima ver que un talento admirable por su exquisita percepción de lo bello y por su rápida apreciación del ridículo, derroche su rica fantasía en un tema ingrato, y su sátira exuberante en una vulgar caricatura.” Írving tomó la crítica por el buen lado y, como leía las palabras de Verplanck justamente al terminar su historia de Rip Van Winkle, dió la jocosa nueva en su introducción.

<p>3</p>

Pastel oblongo de semillas aromáticas que se hace todavía en Nueva York para el Año Nuevo, y es de origen holandés.

<p>4</p>

Existía una tradición popular que aseguraba que sólo se habían acuñado tres peniques en el reinado de la reina Ana; que dos de ellos se conservaban bajo la custodia pública; y que nadie sabía donde se hallaba el tercero, pero que la persona bastante feliz para encontrarlo podría obtener por él un precio enorme. Diremos de paso que hubo ocho monedas de penique en el reinado de la reina Ana y que los numismáticos no consideran de gran valor estos ejemplares.

<p>5</p>

Hábil toque para preparar el espíritu del lector a recibir el cuento.

<p>6</p>

Stúyvesant fué gobernador de los Nuevos Países Bajos desde 1647 hasta 1664. Desempeña papel muy importante en la Knickerbocker’s History of New York, como sucedió en la vida real. Hasta muy recientemente se mostraba en el Bówery un peral que se decía haber sido plantado por él.

<p>7</p>

Los Van Winkle figuran en el ilustre catálogo de héroes que acompañaron a Péter Stúyvesant al fuerte Christina y estaban

“Llenos de ardor y coles.”

Véase la History of New York, libro VI, capítulo VIII.

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