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Candido, o El Optimismo. VoltaireЧитать онлайн книгу.

Candido, o El Optimismo - Voltaire


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estragado algo la naturaleza, porque no naciéron lobos, y se han convertido en lobos. Dios no les dió ni cañones de veinte y quatro, ni bayonetas, y ellos para destruirse han fraguado bayonetas y cañones. Tambien pudiera mentar las quiebras, y la justicia que embarga los bienes de los fallidos para frustrar á los acreedores. Todo eso era indispensable, replicó el doctor tuerto, y de los males individuales se compone el bien general; de suerte que quanto mas males particulares hay, mejor está el todo. Miéntras estaba argumentando, se obscureció el cielo, sopláron furiosos los vientos de los quatro ángulos del mundo, y á vista del puerto de Lisboa fué embutido el navío de la tormenta mas hermosa.

      CAPITULO V

       De una tormenta, un naufragio, y un terremoto. De los sucesos del doctor Panglós, de Candido, y de Santiago el anabautista.

      Sin fuerza y medio muertos la mitad de los pasageros con las imponderables bascas que causa el balance de un navío en los nervios y en todos los humores que en opuestas direcciones se agitan, ni aun para temer el riesgo tenian ánimo: la otra mitad gritaba y rezaba; estaban rasgadas las velas, las xarcias rotas, y abierta la nave: quien podia trabajaba, nadie se entendia, y nadie mandaba. Algo ayudaba á la faena el anabautista, que estaba sobre el combes, quando un furioso marinero le pega un fiero embion, y le derriba en las tablas; pero fué tanto el esfuerzo que al empujarle hizo, que se cayó de cabeza fuera del navío, y se quedó colgado y agarrado de una porcion del mástil roto. Acudió el buen Santiago á socorrerle, y le ayudó á subir; pero con la fuerza que para ello hizo, se cayó en la mar á vista del marinero que le dexó ahogarse, sin dignarse siquiera de mirarle. Candido que se acerca, y ve á su bienhechor que viene un instante sobre el agua, y que se hunde para siempre, se quiere tirar tras de el al mar; pero le detiene el filósofo Panglós, demostrándole que habia sido criada la cala de Lisboa con destino á que se ahogara en ella el anabautista. Probándolo estaba à priori, quando se abrió el navío, y todos pereciéron, ménos Panglós, Candido, y el desalmado marinero que habia ahogado al virtuoso anabautista; que el bribon salió á salvamento nadando hasta la orilla, donde aportáron Candido y Panglós en una tabla.

      Así que se recobráron un poco del susto y el cansancio, se encamináron á Lisboa. Llevaban algun dinero, con el qual esperaban librarse del hambre, despues de haberse zafado de la tormenta. Apenas pusiéron los piés en la ciudad, lamentándose de la muerte de su bien-hechor, la mar embatió bramando el puerto, y arrebató quantos navíos se hallaban en él anclados; se cubriéron calles y plazas de torbellinos de llamas y cenizas; hundíanse las casas, caían los techos sobre los cimientos, y los cimientos se dispersaban, y treinta mil moradores de todas edades y sexôs eran sepultados entre ruinas. El marinero tarareando y votando decia: Algo ganarémos con esto. ¿Qual puede ser la razon suficiente de este fenómeno? decia Panglós; y Candido exclamaba: Este es el dia del juicio final. El marinero se metió sin detenerse en medio de las ruinas, arrostrando la muerte por buscar dinero, con el que encontró se fué á emborrachar; y después de haber dormido la borrachera, compró los favores de la ramera que topó primero, y que se dió á él entre las ruinas de los desplomados edificios, y en mitad de los moribundos y los cadáveres, puesto que Panglós le tiraba de la casaca, diciéndole: Amigo, eso no es bien hecho, que es pecar contra la razon universal, porque ahora no es ocasion de holgarse. Por vida del Padre Eterno, respondió el otro, yo soy marinero, y nacido en Batavia; quatro veces he pisado el crucifixo en quatro viages que tengo hechos al Japon. Pues no vienes mal ahora con tu razon universal.

      Candido, que la caida de unas piedras habia herido, tendido en el suelo en mitad de la calle, y cubierto de ruinas, clamaba á Panglós: ¡Ay! tráeme un poco de vino y aceyte, que me muero. Este temblor de tierra, respondió Panglós, no es cosa nueva: el mismo azote sufrió Lima años pasados; las mismas causas producen los mismos efectos; sin duda que hay una veta de azufre subterránea que va de Lisboa á Lima. Verosímil cosa es, dixo Candido; pero, por Dios, un poco de aceyte y vino. ¿Cómo verosímil? replicó el filósofo, pues yo sustentaré que está demostrada. Candido perdió el sentido, y Panglós le llevó un trago de agua de una fuente inmediata.

      Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares metiéndose por entre los escombros, cobráron algunas fuerzas, y trabajáron luego, á exemplo de los demas, en alivio de los habitantes que de la muerte se habian librado. Algunos vecinos que habian socorrido les diéron la ménos mala comida que en tamaño desastre se podia esperar: verdad es que fué muy triste el banquete; los convidados bañaban el pan en llantos, pero Panglós los consolaba sustentando que no podian suceder las cosas de otra manera; porque todo esto, decia, es lo mejor que hay; porque si hay un volcan en Lisboa, no podia estar en otra parte; porque no es posible que no esten las cosas donde estan; porque todo está bien.

      Un hombrecito vestido de negro, familiar de la inquisicion, que junto á el estaba sentado, interrumpió muy cortesmente, y le dixo: Sín duda, caballero, que no cree vm. en el pecado original; porque, si todo está perfecto, no ha habido pecado ni castigo.

      Perdóneme Vueselencia, le respondió con mas cortesía Panglós, porque la caida del hombre y su maldicion hacian parte necesaria del mas excelente de los mundos posibles. ¿Según eso este caballero no cree que seamos libres? dixo el familiar. Otra vez ha de perdonar Vueselencia, replicó Panglós, porque puede subsistir la libertad con la necesidad absoluta; porque era necesario que fuéramos libres; porque finalmente la voluntad determinada… En medio de la frase estaba Panglós, quando hizo el familiar una seña á su secretario que le escanciaba vino de Porto ó de Oporto.

      CAPITULO VI

       Del magnífico auto de fe que se hizo para que cesara el terremoto, y de los doscientos azotes que pegáron á Candido.

      Pasado el terremoto que habia destruido las tres quartas partes de Lisboa, el mas eficaz medio que ocurrió á los sabios del pais para precaver una total ruina, fue la fiesta de un soberbio auto de fe, habiendo decidido la universidad de Coïmbra que el espectáculo de unas quantas personas quemadas á fuego lento con toda solemnidad es infalible secreto para impedir los temblores de tierra. Habian sido presos por tanto un Vizcayno que estaba convicto de haberse casado con su comadre, y dos Portugueses que se habían comido un pollo un viernes, y la olla sin tocino un sábado; y despues de comer se lleváron atados al doctor Panglós y su discípulo Candido, al uno por lo que habia dicho, y al otro por haberle escuchado con ademan de aprobar lo que decia. Pusiéronlos separados en unos aposentos muy frescos, donde nunca incomodaba el sol, y de allí á ocho dias los vistiéron de un san-benito, y les engalanáron la cabeza con unas mitras de papel: la coroza y el san-benito de Candido llevaban llamas boca abaxo, y diablos sin garras ni rabo; pero los diablos de Panglós tenian rabo y garras, y las llamas ardian hácia arriba. Así vestidos saliéron en procesion, y oyéron un sermon muy tierno, al qual se siguió una bellísima música en fabordon. A Candido, miéntras duró el canto, le pegáron doscientos azotes á compas; al Vizcayno y á los dos que habian comido la olla sin tocino los quemáron, y Panglós fué ahorcado, aunque no era estilo. Aquel mismo día, tembló la tierra con un furor espantable.

      Candido atónito, desatentado, confuso, ensangrentado y palpitante, decia entre sí: ¿Si este es el mejor de los mundos posibles, cómo serán los otros? Vaya con Dios, si no hubieran hecho mas que espolvorearme las espaldas, que ya los Bulgaros me habian hecho el mismo agasajo. Pero tú, caro Panglós, el mayor de los filósofos, ¿porqué te he visto ahorcar, sin saber por qué? O mi amado anabautista, tu que eras el mejor de los hombres, ¿porqué te has ahogado en el puerto? Y tú, baronesita Cunegunda, perla de las niñas, ¿porqué te han sacado el redaño? Volvíase diciendo esto á su casa, sin poderse tener en pié, predicado, azotado, absuelto, y bendito, quando se le acercó una vieja que le dixo: Hijo mió, ten buen ánimo, y sígueme.

      CAPITULO VII

       Que cuenta como una vieja remedió las cuitas de Candido, y como topó este con su dama.

      No cobró ánimo Candido, pero siguió á la vieja á una ruin casucha, donde le dió su conductora un bote de pomada para untarse, y le dexó de comer y de beber; luego le enseñó una camita muy aseada, y al lado de la cama un vestido completo: Come, hijo, bebe y duerme, le dixo, y Nuestra Señora de Atocha, el señor San Antonio de Padua, y el señor Santiago de Compostela se queden contigo: mañana volveré. Confuso


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