La Fontana de Oro. Benito Pérez GaldósЧитать онлайн книгу.
si había parientes esperando, empezaban los abrazos, los besos, las felicitaciones. Era propinado con algún real mal contado el cochero, y cada cual se iba por su camino, siendo costumbre tomar allí mismo, en los aposentos de la Riojana, un preámbulo estomacal para poder subir la calle de Atocha, que era entonces algo más inaccesible que ahora.
Esta vez, cuando la nave hizo su parada definitiva en el patio, hubo una aclamación general. El Doctrino abrazó á sus amigos.
–¡Javier!
–¡Lázaro!
Y se abrazaron con efusión. Después de los monosílabos de alegría y sorpresa, el segundo dijo al primero:
–¿Tú en Madrid? … al fin! ¿Vienes de Ateca?
–Sí.
–Bien. No podías llegar más á tiempo. ¿Y los amigos de Zaragoza? ¿Pero de dónde vienes? … ¿Y el club … y nuestro club? …
–Ya sabes que nos lo disolvieron. Hace seis meses que estoy en Ateca.
–¿Y estarás mucho aquí?
–Siempre!
–Bien. Aquí la juventud, la vida. Y si he de decirte la verdad … hacemos falta.—Sí … ¿oh?
–Señores, aquí tenéis á mi amigo, al grande orador del club de Zaragoza, mi amigo y compañero.
Los demás jóvenes, tanto viajeros como visitadores, rodearon al aragonés.
Expliquemos. Cuando Javier estuvo en Zaragoza, trabó amistad muy íntima con Lázaro. En el club propagaron ambos las ideas democráticas (democracia de 1820)que entonces cundieron rápidamente por aquella noble ciudad. Privadamente estos dos jóvenes, afines por carácter y temperamento, se miraban como hermanos, tenían una misma bolsa, comían en un mismo plato, y confundían en un común sentimiento sus pesares y alegrías. Desde la salida de Lázaro para su pueblo no se habían visto.
–Cuánto me alegro de que vengas acá!—dijo Javier, abrazándole otra vez.—Hacen falta jóvenes como tú. La juventud de ayer se va corrompiendo: unos se enervan, otros retroceden y algunos se venden por falta de fe.
–Señores, vamos á Vicentini—dijo el Doctrino, llevándose á sus amigos.
–¿Qué Vicentini? A La Cruz de Malta. Allí hay muchos aragoneses, todos son aragoneses.
–Este no viene sino á la Fontana—dijo Javier, señalando á su amigo.
–Viva la Fontana, el rey de los clubs!
–Y el club de los reyes—dijo uno que se escurrió como si hubiera dicho una imprudencia.
–¿Quién ha dicho eso?—exclamó el Doctrino furioso.
–No hagas caso: es uno de los que creen esas calumnias—indicó Javier.—Vamos, señores: esta noche hay gran sesión en la Fontana.
–Mañana me llevarás allá—dijo Lázaro á su amigo con empeño.
–¿Cómo mañana? Esta noche misma, ahora mismo. ¿Vas á perder la más importante sesión que se ha visto ni verá?
–¿Pero cómo puedo ir esta noche? Si acabo de llegar. Tengo que ir á casa de mi tío.
–¿Tienes aquí un tío? ¿Es liberal?
–Presumo que sí: no le conozco.
–¿Y ahora vas allá?
–Naturalmente.
–¡Qué disparate! Déjate ahora de tíos. Vente á la Fontana. Son las ocho: ya va á empezar. A la salida irás á tu casa.
–Hombre … eso no me parece bien—dijo Lázaro suspenso.
–¿Pero cómo vas á perder esta sesión? Habla Alcalá Galiano, Romero Alpuente, Flórez Estrada, Garelli y Moreno Guerra. No habrá otra sesión como ésta. ¿Qué más da que vayas á tu casa ahora ó á las doce? Tu tío creerá que no ha llegado la diligencia.
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