Electra. Benito Pérez GaldósЧитать онлайн книгу.
vuelve la cabeza para mirar a Máximo.)
Máximo (mirando a Electra y a Pantoja). ¿Contigo…? Ya se verá con quién. (Máximo y Don Urbano salen los últimos.)
ACTO SEGUNDO
La misma decoración.
ESCENA PRIMERA
Evarista, Don Urbano, sentados junto a la mesa despachando asuntos; Balbina, que sirve a la señora una taza de caldo.
Don Urbano (preparándose a escribir). ¿Qué se le dice al señor Rector del Patrocinio?36
Evarista (con la taza en la mano). Ya lo sabes. Que nos parece bien el plano y presupuesto, y que ya nos entenderemos con el contratista.
Don Urbano. No olvides que la proposición de éste asciende a… (leyendo un papel) trescientas veintidós mil pesetas…
Evarista. No importa. Aún nos sobra dinero para la continuación del Socorro.37 (A Balbina que recoge la taza.) No olvides lo que te encargué.
Balbina. Ya vigilo, señora. Este juego de la señorita Electra creo yo que no trae malicia. Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente, es por pasar el rato y tener un motivo más de risa y fiesta.
Evarista. ¿Pero cómo llegan a casa…?
Balbina. ¿Las cartas de esos barbilindos? Aún no lo sé. Pero yo vigilo a Patros, que me parece…
Evarista. Mucho cuidado y entérame de lo que descubras…
Balbina. Descuide la señora. (Vase Balbina.)
ESCENA II
Los mismos; Máximo por el foro, presuroso, con planos y papeles.
Máximo. ¿Estorbo?
Evarista. No, hijo. Pasa.
Máximo. Dos minutos, tía.
Don Urbano. ¿Vienes de Fomento?38
Máximo. Vengo de conferenciar con los bilbaínos. Hoy es para mí un día de prueba. Trabajo excesivo, diligencias mil, y por añadidura la casa revuelta.
Evarista. ¿Pero qué te pasa? Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas.
Máximo. Me servían detestablemente, me robaban… Estoy solo con el ordenanza y la niñera.
Evarista. Vente a comer aquí.
Máximo. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa.
Evarista. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero. Todo me lo revuelven, todo me lo ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los gatos, de que se mojen, de que se descalabren.
Máximo. Yo prefiero que me mande usted una cocinera…
Evarista. Irá la Enriquetilla. Encárgate, Urbano; no se nos olvide.
Máximo. Bueno. (Disponiéndose a partir.)
Evarista. Aguarda. Según parece, tus asuntos marchan. Ya sabes lo que te he dicho: si el Mágico prodigioso39 necesita más capital para la implantación de sus inventos, no tiene más que decírnoslo…
Máximo. Gracias, tía. Tengo a mi disposición cuanto dinero pueda necesitar…
Don Urbano. Dentro de pocos años el Mágico será más rico que nosotros.
Máximo. Bien podría suceder.
Don Urbano. Fruto de su inteligencia privilegiada…
Máximo (con modestia). No: de la perseverancia, de la paciencia laboriosa…
Evarista. ¡Ay, no me digas! Trabajas brutalmente.
Máximo. Lo necesario, tía, por obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo científico.
Don Urbano. Es ya una monomanía, una borrachera.
Evarista (con tonillo sermonario). ¡Ah! No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos trastorna y acaba por perderlos.
Máximo. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que…
Evarista (quitándole la palabra de la boca). El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón. No pensáis en la brevedad de la vida, ni en la vanidad de los afanes por cosa temporal; no acabáis de convenceros de que todo se queda aquí.
Máximo (con gracia, impaciente por retirarse). Todo se queda aquí, menos yo, que me voy ahora mismo.
José (anunciando). El señor Marqués de Ronda.
Máximo (deteniéndose). ¡Ah! Pues no me voy sin saludarle.
Evarista (recogiendo papeles). No quiere Dios que trabajemos hoy.
Don Urbano. Me figuro a qué viene.
Evarista. Que pase, José, que pase. (Vase José.)
Máximo. Viene a invitar a ustedes para la inauguración del nuevo Beaterio de La Esclavitud,40 fundado por Virginia. Anoche me lo dijo.
Evarista. ¡Ah! sí… ¿Pero es hoy?…
ESCENA III
Evarista, Don Urbano, Máximo, El Marqués.
Marqués (saludando con rendimiento). Ilustre amiga… Urbano. (A Máximo.) ¿Qué tal? No creía yo encontrar aquí al mágico…
Máximo. El mágico saluda a usted y desaparece.
Marqués. Un momento, amigo. (Reteniéndole.)
Evarista. Pues sí, Marqués: iremos.
Marqués. ¿Ya sabía usted…?
Don Urbano. ¿A qué hora?
Marqués. A las cinco en punto. (A Máximo.) A usted no le invito: ya sé que no le sobra tiempo para la vida social.
Máximo. Así es, por desgracia. Hoy no le espero a usted.
Marqués. ¿Cómo, si estamos de fiesta religiosa y mundana? Pero esta noche no se libra usted de mí.
Evarista (ligeramente burlona). Ya hemos notado… celebrándolo, qué duda tiene… la frecuencia de las visitas del señor Marqués a los talleres del gran nigromántico.
Máximo. El Marqués me honra con su amistad y con el interés que pone en mis estudios.
Marqués. Me ha entrado súbitamente el delirio por la maquinaria y por los fenómenos eléctricos… Chifladuras de la ancianidad.
Don Urbano (a Máximo). Vaya, que sacarás un buen discípulo.
Evarista. Sabe Dios… (maliciosa) sabe Dios quién será el maestro y quién el alumno.
Marqués. A propósito del maestro: siento que por estar presente, me vea yo privado de decir de él todas las perrerías que se me ocurren.
Evarista. Vete, Máximo; vete para que podamos hablar mal de ti.
Máximo. Me voy. Despáchense a su gusto las malas lenguas. (Al Marqués.) Abur, siempre suyo. (A Evarista.) Adiós, tía.
Evarista. Anda con Dios, hijo.
Marqués (a Máximo, que sale). Hasta la noche… si me dejan. (A Evarista.) ¡Hombre extraordinario! De fama le admiré; tratándole ahora y apreciando por mí mismo sus altas prendas,
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