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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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Christian–. Y lo tememos. Es algo contrario a nuestra naturaleza, que no podemos controlar. Por eso los dragones –añadió, mirando a Jack– pueden vencernos en ocasiones. Y por eso es importante que aprendas a usar tu fuego de dragón.

      Jack desvió la mirada, entre incómodo y molesto. No le hizo gracia que Christian le recordara que como dragón no valía gran cosa. Victoria entendió lo que sentía y cambió de tema:

      —¿Qué nos puedes contar acerca de los poderes telepáticos de los sheks? –preguntó; aquello siempre le había fascinado.

      Christian la miró con una media sonrisa, adivinando lo que pensaba.

      —Que son peligrosos para otros seres telepáticos –respondió–. Las ondas telepáticas de los sheks solo pueden ser captadas por otros seres telépatas, con mentes lo bastante sensibles como para percibirlas.

      —Pero tú puedes leer las mentes de las personas, ¿no es así? –preguntó Victoria, sin poderse contener–. Incluso puedes obligarlas a hacer cosas que no quieren hacer...

      —... Mirándolas a los ojos –completó Christian, asintiendo–. Es lo que os iba a explicar a continuación. Los ojos son la puerta de la mente de las criaturas no telépatas. Un shek puede comunicarse con vosotros por telepatía, puede hacer sonar su voz en vuestra mente, pero no puede manipularla, a menos que os mire a los ojos. Con criaturas como los szish o los varu, más sensibles al poder mental, esto no es necesario.

      —¿Y los propios sheks? –preguntó Jack–. ¿Puede un shek controlar a otro de esta manera?

      —Nosotros conocemos maneras para proteger nuestra propia mente de las intrusiones –respondió Christian a media voz–. Aunque no nos hace falta protegernos contra los de nuestra especie... normalmente.

      Jack comprendió lo que quería decir, y se abstuvo de añadir nada más. Su preocupación por el estado de salud de Shail le había impedido pensar en lo que Ha-Din le había dicho, pero ahora lo recordó, y observó a Christian con un nuevo interés. Era cierto que había en él algo diferente. Su mirada parecía más cálida que de costumbre, y Jack se preguntó si era debido a que él era cada vez más humano... o se trataba, simplemente, del reflejo del fuego de la hoguera en sus ojos.

      Christian percibió su mirada y se volvió hacia él. Jack volvió a sentir que algo se estremecía en el ambiente. Ambos pertenecían a dos razas poderosas que se habían odiado desde el principio de los tiempos, y hasta entonces siempre les había costado mucho reprimir el instinto que los empujaba a luchar el uno contra el otro... hasta la muerte. Pero, en aquel momento, Jack descubrió que cada vez le resultaba más difícil odiarle.

      Christian pareció comprenderlo también. Jack creyó detectar en sus ojos un breve destello de tristeza.

      Alexander volvía a la carga:

      —Es decir, que los sheks matan con la mirada. Eso me resulta familiar.

      Christian se volvió hacia él, con una expresión indescifrable. Todos entendieron enseguida a qué se refería Alexander. Christian había asesinado a mucha gente mediante Haiass, su espada mágica, pero otros muchos habían encontrado la muerte en sus ojos de hielo.

      —También a mí –respondió sin alterarse.

      Alexander lo miró un momento. Un salvaje fuego amarillo relucía en sus pupilas, y Jack temió que fuera a perder el control. Hacía rato que las tres lunas brillaban en el firmamento; aunque, en teoría, los cambios de Alexander seguían las fases del satélite de la Tierra, el muchacho no pudo evitar preguntarse hasta qué punto las lunas de Idhún podían tener poder sobre él. Por otro lado, el joven estaba furioso por lo de Shail, y tenía que descargar su frustración con alguien. Era lógico que atacase a Christian.

      Pero Alexander logró controlarse. Sacudió la cabeza, se levantó y se alejó de ellos, sin una palabra.

      Jack, Christian y Victoria se quedaron solos. Jack y Victoria estaban sentados el uno al lado del otro, muy juntos, y el brazo del muchacho rodeaba la cintura de ella. Los tres se dieron cuenta enseguida de que aquella situación era muy incómoda, pero fue Christian quien reaccionó primero. Se despidió de la pareja con una inclinación de cabeza... y desapareció entre las sombras.

      Jack y Victoria cruzaron una mirada. Jack se preguntó si debía decirle a su amiga lo que Ha-Din le había contado acerca de Christian... pero no tuvo ocasión de hacerlo, porque en aquel momento llegó un hada con la noticia de que Shail había despertado de su sueño.

      Cuando Shail abrió los ojos, solo Zaisei estaba junto a él. Le pareció que debía de ser un sueño; el rostro de la sacerdotisa desapareció un momento de su campo de visión, y la oyó decirle a alguien que fuera a avisar a sus amigos. Se esforzó por despejarse.

      —¿Qué... dónde estoy?

      —En el bosque de Awa –dijo la celeste con suavidad–. A salvo.

      Shail intentó recordar lo que había sucedido. Las imágenes de la desesperada batalla junto a la Torre de Kazlunn le parecían confusas, y más propias de una pesadilla que de una experiencia real.

      —¿Zai...sei? –murmuró al reconocerla.

      Ella sonrió con cariño.

      —Me alegro de volver a verte.

      Shail le devolvió una cálida sonrisa. La había conocido al regresar a Idhún, dos años atrás; eran amigos desde entonces.

      —También yo –confesó.

      Los ojos de ella estaban llenos de emoción contenida, y Shail fue consciente de que él la estaba mirando de la misma forma. Incómodos, ambos desviaron la mirada.

      —¿Están bien los demás? –dijo Shail entonces.

      —Tus amigos están bien –respondió Zaisei–. Era por ti por quien temíamos.

      La sonrisa de Shail se hizo más amplia.

      —Estoy bien. Solo un poco cansado, pero creo que puedo levantarme.

      Y, antes de que Zaisei pudiera detenerlo, retiró las mantas que lo cubrían e hizo ademán de incorporarse.

      El tiempo pareció congelarse durante un eterno segundo.

      Jack y Victoria llegaron a la cabaña de Shail, siguiendo al hada, justo cuando salía Zaisei. El bello rostro de la sacerdotisa estaba dominado por la pena. Sus ojos estaban húmedos.

      —No quiere ver a nadie –dijo en voz baja; le temblaba la voz.

      —¿Qué? –se sorprendió Jack–. Nos habías mandado a buscar...

      —Está... Quiere estar solo –simplificó Zaisei; no tenía sentido contarles la reacción de Shail, no serviría de nada preocuparlos más–. Ha sido un duro golpe para él.

      Victoria sintió que se le encogía el corazón.

      —Pero a nosotros puedes dejarnos pasar. Somos sus amigos...

      —Marchaos, por favor –se oyó la voz de Shail, cansada y rota, desde el interior de la cabaña–. No quiero ver a nadie.

      —Pero...

      —Victoria, por favor. Dejadme solo.

      Jack y Victoria cruzaron una mirada y, lentamente, dieron media vuelta. Jack pasó un brazo en torno a los hombros de Victoria, para reconfortarla.

      —Es normal que esté así –le dijo– Piensa en lo que le ha pasado. Necesita hacerse a la idea...

      Pero ella, desolada, fue incapaz de hablar.

      —Voy a buscar a Alexander –decidió Jack–. Tal vez Shail sí quiera verle a él. ¿Vienes?

      Victoria negó con la cabeza, todavía conmocionada.

      —Tengo un mal presentimiento –dijo de pronto.

      —¿Acerca de Shail?

      —No,


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