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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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la cabeza.

      —No importa. Puede que tengas razón. De todas formas, siempre hemos llevado las de perder en esta lucha.

      Victoria reparó en el tono amargo de sus palabras y lo miró.

      —Te enfrentaste a Kirtash, ¿verdad?

      Jack asintió.

      —Peleamos. Tuve que salir corriendo, pero al menos planté cara.

      —También yo luché contra Kirtash. Pero lo mío no tiene mérito. Él no quería matarme.

      «Tengo que matarte, ¿lo sabías?», había dicho él. «Pero tú no deberías morir». Victoria sacudió la cabeza para olvidar aquellas desconcertantes palabras.

      —Tampoco logró llevarte con él. Debiste de defenderte como una leona.

      Victoria se encogió sobre sí misma, sintiéndose, de nuevo, muy culpable. Iba a confesarle a Jack la verdad de lo que había pasado, pero él seguía hablando:

      —Sabes, antes pensaba que Kirtash me odiaba, igual que yo le odio a él. Pero ahora creo... que no puede odiar, simplemente porque no tiene sentimientos.

      Victoria se estremeció; también ella había pensado aquello momentos antes. Pero aquel brillo en los ojos de hielo de Kirtash... Sacudió la cabeza. Jack tenía razón. Todo habían sido imaginaciones suyas, y eso la hizo sentirse aún más mezquina.

      —No luché, Jack –confesó finalmente–. No tuve fuerzas. Kirtash podría haberme llevado consigo si hubiese querido.

      Jack la miró con sorpresa.

      —No puede ser. Él te necesitaba para utilizar el Báculo de Ayshel. No es posible que haya perdido el interés así, de pronto. ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión?

      Victoria no respondió. Recordó que Kirtash la había mirado a los ojos, y revivió aquella extraña sensación de desprotección y desnudez cuando la mente del asesino exploraba la suya. Victoria no sabía qué había visto Kirtash en su interior, y no deseaba saberlo. Recordó lo que Shail había dicho cuando Jack había utilizado el Alma para espiar a Kirtash: que, a través de su mente, él podía haber alcanzado Limbhad. ¿Era eso? Victoria sintió que la sangre se le congelaba en las venas. ¿Cuántos secretos había desvelado a su enemigo sin proponérselo?

      —Estoy cansada, Jack –le dijo a su amigo–. Cansada de luchar, de tener miedo. He perdido a Shail y no quiero perder a nadie más. Sé que suena egoísta, pero... ¿realmente vale la pena que sigamos con esto? Jamás encontraremos al dragón y al unicornio. Es inútil.

      —Tal vez –admitió Jack tras un breve silencio–, pero yo tengo que hacerlo. He de seguir por...

      —¿Por tus padres? Jack, Elrion mató a tus padres y mató a Shail, y ahora está muerto. Y ellos no han vuelto a la vida. Yo creo que no vale la pena.

      Jack calló un momento. Después dijo:

      —Comprendo que quieras abandonar, y no voy a reprochártelo. Pero yo tengo que seguir, porque, lo mire por donde lo mire, no me queda nada más. ¿Entiendes? Kirtash me lo ha arrebatado todo. Ya no tengo casa, no tengo familia, no tengo a donde ir. Limbhad es mi único refugio, y Alsan y tú sois los únicos amigos que me quedan.

      Victoria lo miró, apenada.

      —No, Jack, eso no es todo –le dijo–. Mi casa es segura todavía. Y es grande. Si hablo con mi abuela, si le digo que no tienes a nadie más... seguramente dejará que te quedes. Podrás volver a vivir a la luz del día...

      Se calló de pronto, inquieta, pensando que, dado que Kirtash había explorado su mente, tal vez conociera ya la ubicación de la mansión de Allegra d’Ascoli...

      Pero Jack no se percató de su turbación.

      —No, Victoria, no puedo hacer eso. Kirtash me conoce demasiado bien, me está buscando. No quiero poneros en peligro. Aunque te lo agradezco... y, ahora que lo recuerdo, también he de darte las gracias por haberme salvado la vida, el otro día, en el desierto.

      —No fui yo, fue el báculo el que...

      —Obedeció a tus deseos, Victoria. Tú querías salvarme, y el báculo actuó siguiendo tu voluntad. No tuve ocasión de agradecértelo.

      Victoria alzó la cabeza para responder y vio que Jack estaba muy cerca de ella y la miraba intensamente. El corazón de la muchacha se aceleró al sentir a su amigo tan próximo. «¿Qué me está pasando?», se preguntó, confusa.

      Jack, por su parte, no podía apartar sus ojos de ella. Tuvo el súbito impulso de abrazarla, de protegerla, de decirle que no permitiría que nada malo le sucediera, pero, inexplicablemente, se quedó clavado en el sitio.

      Victoria tragó saliva. Intuía que aquel era un momento importante para ambos y no sabía qué debía decir ni cómo debía actuar.

      —Victoria, yo... –empezó Jack.

      Un súbito estruendo proveniente de la casa ahogó sus palabras. Se oyó un aullido de rabia, y Jack se levantó de un salto.

      —Es Alsan –dijo, comprendiendo enseguida lo que estaba sucediendo–. Tiene otra de sus crisis.

      Los dos corrieron hacia la casa y bajaron con precipitación las escaleras que llevaban al sótano. Se detuvieron ante la puerta de la habitación donde habían encerrado a Alsan. Los golpes sonaron más fuertes, y los dos chicos vieron que, con cada uno de ellos, la puerta parecía a punto de reventar.

      —¡Está intentando echar la puerta abajo! –gritó Jack, lanzándose hacia adelante para sostenerla–. ¡Ayúdame!

      Victoria se había quedado parada al pie de la escalera, pero reaccionó y corrió junto a Jack. Los dos empujaron la puerta con todas sus fuerzas, pero Alsan seguía golpeándola, y, con cada choque, las paredes enteras se estremecían.

      —Jack, no aguantaremos mucho tiempo –susurró Victoria.

      De pronto, los golpes cesaron.

      —¿Victoria? –sonó una voz ronca, que recordaba remotamente a la de Alsan–. ¿Eres tú?

      —¡Alsan! –gritó Jack–. ¿Estás bien?

      No dejó de sostener la puerta, sin embargo, e hizo una seña a su amiga para que hiciese lo mismo.

      —Victoria –susurró la voz de Alsan tras la puerta, ignorando a Jack–. Victoria, tienes que sacarme de aquí. Sabes que tengo que marcharme.

      —No, Alsan, no debes salir de aquí –intervino Jack–.

      ¿Adónde vas a ir? ¿Qué vas a hacer fuera de Limbhad?

      —Victoria –insistió Alsan–, tienes que dejarme marchar. Si no lo haces, tarde o temprano os mataré. A ti –hizo una pausa y añadió–: Y a Jack.

      Victoria cerró los ojos y se estremeció.

      —¡No, Alsan, no lo permitiremos! –dijo Jack, con firmeza.

      —Sabes que es verdad, Victoria –prosiguió la voz de Alsan, con un gruñido–. No puedo detener a la bestia, y vosotros tampoco podréis hacerlo. Debéis dejarme marchar.

      Jack no lo soportó más.

      —¡No voy a abandonarte! –le chilló a la puerta cerrada–. ¿Me oyes? ¡Ni hablar!

      Alsan no dijo nada más. Tampoco volvió a intentar derribar la puerta. Sobrevino un silencio tenso.

      —Vete a dormir –dijo entonces Jack–. Yo me quedaré aquí, con él.

      Victoria lo miró un momento, con una intensidad que lo hizo sentirse incómodo.

      —No quiero que te haga daño.

      —No lo hará. Es mi amigo, ¿no lo entiendes?

      Victoria no dijo nada. Se alejó escaleras arriba.

      Jack


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