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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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hombre palideció.

      —Nada de entrevistas –musitó, como si se lo hubiera aprendido de memoria–. Nada de fotografías. Nada de comparecencias públicas, excepto los conciertos. Nada de preguntas. Nada de control. Libertad total.

      —Así me gusta –sonrió Kirtash. La puerta se cerró tras él.

      —Pero, ¿quién te has creído que eres? –casi gritó el productor–. ¡Phil! ¡Dile que...!

      Pero el otro lo detuvo con un gesto.

      —Déjalo marchar –murmuró–. Te aseguro que sabe lo que hace.

      —Pero... ¡ahí fuera está todo lleno de gente y...!

      —No lo verán si él no quiere dejarse ver, créeme. Déjalo, Justin. Si quieres a Chris Tara, tendrá que ser bajo sus propias condiciones.

      El productor no dijo nada, pero sacudió la cabeza, perplejo.

      Eran ya las doce de la noche cuando todo quedó despejado. La policía se retiró también, después de haber registrado el Key Arena y todo el Seattle Center sin haber encontrado a los tres maníacos que habían interrumpido el concierto de Chris Tara.

      Los maníacos en cuestión no se habían movido de la puerta del pabellón, pero nadie los había visto. El hechizo de camuflaje mágico, basado en crear ilusiones, tenía muchas variantes. La percepción de un idhunita, más habituado a la magia, no podía ser engañada fácilmente, y por ello había que crear un «disfraz», la imagen de otra persona, para pasar inadvertido. Pero con los terráqueos, más incrédulos y, por tanto, más incautos, el hechizo funcionaba mucho mejor. Si era necesario, podía convencerlos de que alguien no se encontraba allí.

      Jack, Victoria y Alexander esperaron junto a la entrada del Key Arena a que se marcharan todos y cerraran el pabellón. Eran ya las nueve de la mañana en Madrid, pero Victoria parecía haberse olvidado por completo de la hora, y permanecía pálida y callada, aferrada al báculo, escudriñando las sombras. Jack estaba sentado a su lado, muy pegado a ella. Los dos intuían que se avecinaba un momento importante y, de manera inconsciente, se acercaban el uno al otro todo lo que podían, como si quisieran darse ánimos mutuamente. Jack rodeó con el brazo los hombros de Victoria y ella se recostó contra él, olvidándose por un momento de sus esfuerzos por distanciarse de su amigo.

      Cuando el silencio se adueñó de aquel sector del Seattle Center, Alexander miró fijamente a Victoria.

      —Fallaste a propósito –le dijo–. ¿Por qué?

      —Porque no me parecía correcto –respondió ella a media voz.

      —¡Correcto! –repitió Alexander–. ¿No te parece correcto acabar con un asesino que ha matado a traición a muchos de los nuestros?

      —Quiero acabar con él, pero no de esa manera –Victoria lo miró a los ojos, impasible–. ¿Qué te pasa, Alexander? ¿No eras tú el que aborrecía las armas de fuego porque matar a distancia era de cobardes?

      —Un individuo como Kirtash no se merece que lo traten con tantos miramientos.

      —Pues yo creo que pensando así te estás rebajando a su nivel –replicó Victoria–. Comprendo que has cambiado y que no eres el mismo, Alexander. Pero sé que en tu interior queda algo de aquel caballero que nos hablaba de honor y justicia. Y esa parte de ti sabe muy bien por qué no he hecho lo que me pedías.

      Jack escuchaba sin intervenir. A pesar de que odiaba a Kirtash, en el fondo estaba de acuerdo con Victoria.

      Alexander meditó las palabras de la chica, y finalmente asintió con un enérgico cabeceo.

      —Lo comprendo y lo respeto, Victoria. Pero... ¿por qué atacaste, entonces?

      Victoria abrió la boca para contestar, pero fue Jack quien habló por ella.

      —Para lanzar un desafío –dijo–. Para retar a Kirtash a que venga a enfrentarse con nosotros. Por eso le estamos esperando aquí.

      —No era esa la idea... –empezó Alexander, pero Victoria se levantó de un salto, como si hubiera recibido algún tipo de señal.

      —Atentos –dijo a sus compañeros–. Es la hora.

      Echó a andar, alejándose de la entrada del Key Arena, hacia el corazón del Seattle Centre. Sus amigos la siguieron. Sobre ellos, el Space Needle, la emblemática torre de Seattle, relucía fantásticamente en mitad de la noche.

      Encontraron a Kirtash aguardándolos en una explanada cubierta de hierba. Tras él, una enorme fuente lanzaba chorros de agua hacia las estrellas y la luna creciente. Recortada contra las luces de los focos, la figura del joven asesino parecía más amenazadora que nunca, pero también, apreció Victoria, más turbadora.

      Jack frunció el ceño. Ahora que lo veía de cerca, el odio que sentía hacia él, y que llevaba un tiempo dormido, se reavivó de nuevo. Apreció también que Kirtash era ahora más alto de lo que él recordaba. Jack también había crecido, pero su rival seguía siendo más alto que él.

      —Habéis venido a matarme –dijo Kirtash con suavidad; era una afirmación, no una pregunta.

      —Podríamos haberlo hecho antes, durante el concierto –dijo Victoria, tratando de que no le temblara la voz.

      —Lo sé –se limitó a responder Kirtash–. He sido descuidado. No volverá a pasar.

      Observaba a Victoria con evidente interés, Jack se dio cuenta de ello. Oprimió con fuerza el pomo de Domivat, hasta casi hacerse daño, intentando dominar su rabia. No permitiría que Kirtash se llevase a Victoria. Jamás.

      —¿Vas a enfrentarte a nosotros? –preguntó, desafiante.

      Kirtash se volvió hacia él.

      —Jack –dijo con calma; aunque apreciaron en su voz una nota de odio contenido–. ¿Cómo prefieres que me enfrente a vosotros? ¿Vais a luchar de uno en uno, o los tres a la vez?

      Jack abrió la boca para responder, pero Kirtash no aguardó a que lo hiciera. Desenvainó a Haiass, su espada, y su brillo blanco-azulado palpitó en la oscuridad.

      1 Este no es tu hogar, no es tu mundo, / no es el lugar donde deberías estar. / Y tú lo sabes, en el fondo de tu corazón, / aunque no quisiste creerlo. / Ahora te sientes perdida entre la multitud / preguntándote si esto es todo, / si hay algo más allá. // Más allá de toda esta gente, más allá de todo este ruido, / más allá del día y de la noche, más allá del cielo y del infierno. / Más allá de ti y de mí. / Deja que ocurra, / tan solo toma mi mano y ven conmigo, / ven conmigo... // Y corre, escapa, no mires atrás, / ellos no te entienden, / te dejaron sola en la oscuridad / donde nadie puede ver tu luz. / ¿Te atreves a traspasar la puerta? / ¿Te atreves a acompañarme / al lugar al que pertenecemos? // Más allá de este humo, más allá de este planeta, / más allá de mentiras y de verdades, más allá de la vida y de la muerte. / Más allá de ti y de mí. / Deja que ocurra, / tan solo toma mi mano y ven conmigo, / ven conmigo...

      IV

      «SI HA SIGNIFICADO ALGO PARA TI...»

      J

      ACK se puso en guardia, demasiado tarde. Kirtash, con un ágil y elegante movimiento, descargó su espada sobre él. El muchacho movió a Domivat, su propio acero, para interponerlo entre su cuerpo y el arma de su enemigo. Los dos filos chocaron en la semioscuridad, fuego y hielo y, de nuevo, algo en el universo pareció estremecerse.

      Victoria y Alexander parecieron notarlo también. Con un grito, Victoria corrió hacia los dos combatientes, pero se detuvo, indecisa. Kirtash era demasiado rápido y ligero como para alcanzarlo, y su ropa negra le hacía aún más difícil de distinguir en la oscuridad. Victoria no podía arriesgarse a lanzar un golpe y errar el blanco o, peor todavía, acertarle a Jack. Se mordió el labio inferior, preocupada.

      El filo de Haiass centelleaba en la noche, pero Jack ya no era un novato, y


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