Segundas oportunidades (Una semana contigo 2). Monica MurphyЧитать онлайн книгу.
que saber que está ahí, que le importé aunque solo fuera durante un minuto, es mejor que borrar esas palabras y su voz y fingir que no existe.
—Espero ayudarte con eso. Estás usando mecanismos de defensa —dice la doctora Harris, sacándome de mis pensamientos—. Sé que Fable significa mucho para ti. Espero que, en algún momento, vayas a por ella y le digas que lo sientes.
—¿Y qué pasa si no lo siento? —pronuncio las palabras, pero no tienen ningún sentido. Lo siento tanto que no puedo empezar a explicar lo jodido que estoy.
—Entonces ese es otro tema que tenemos que tratar —dice amablemente.
Seguimos así durante otros quince minutos hasta que finalmente puedo irme. Salgo a la fría y clara tarde de invierno. El sol me calienta la piel a pesar del frío que hace y camino por la acera hacia el lugar donde aparqué la furgoneta. La consulta de la doctora Harris está en el centro, en un edificio inclasificable, y espero no ver a nadie que me conozca. El campus universitario está a solo unas calles de aquí y los estudiantes pasan el rato en las tiendecitas, cafeterías y restaurantes de esta calle.
No es que tenga muchos amigos pero, demonios, a todo el mundo le gusta pensar que me conoce. En realidad nadie lo hace, excepto una persona.
—¡Oye, Callahan, espera!
Me detengo y miro por encima del hombro para ver a uno de mis compañeros de equipo corriendo hacia mí con una gran sonrisa en su cara de mentecato. Jace Hendrix es un grano en el culo, pero por lo general es un buen tío. Nunca me ha hecho nada malo, aunque en realidad ninguno de ellos me lo ha hecho.
—Hola —le saludo. Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta y espero hasta que se detiene justo frente a mí.
—Cuánto tiempo sin verte —dice Jace—. Prácticamente desapareciste después de la última derrota.
Hago una mueca de dolor. La última derrota fue culpa mía.
—Me sentía jodido por ello —confieso.
Vaya, no puedo creer que acabe de admitir mis errores, pero Jace no parece molesto.
—Sí, tú y todos los demás, tío. Oye, ¿qué vas a hacer este fin de semana?
La forma en la que Jace le resta importancia a mi afirmación (joder, la forma en la que está de acuerdo con ella) me sorprende.
—¿Por?
—Es el cumpleaños de Logan. Lo vamos a celebrar en el restaurante que acaba de abrir. ¿Has oído hablar de él? —Jace parece emocionado, literalmente está dando saltos y me pregunto qué pasa.
—Algo he oído. —Me encojo de hombros. Como si me importara. Lo último que quiero es ser sociable.
Pero entonces, las palabras de la doctora Harris resuenan en mi cabeza. Quiere que socialice y actúe como una persona normal.
—La fiesta será allí, en una sala privada y todo. No he estado todavía, pero he oído que todas las camareras son preciosas, las bebidas son fantásticas y están cargadas de alcohol. Los padres de Logan han reservado una sala privada, se rumorea que podrían haber contratado strippers para el evento. Logan cumple veintiuno, así que queremos conseguirle todo tipo de mierdas. Jace mueve las cejas.
—Suena genial —miento.
Es como una tortura, pero tengo que ir. Al menos hacer una aparición breve y luego marcharme. Podré informar a mi loquera de que fui y así me dará una estrella de oro por hacer ese esfuerzo.
—¿Vendrás?
Jace parece asombrado y sé por qué. Rara vez hago algo con los chicos, especialmente en los últimos meses, en los que me he comportado como un fantasma.
—Allí estaré —confirmo, sin saber muy bien cómo voy a conseguir energía para aparecer por la fiesta, pero tengo que hacerlo.
—¿Sí? ¡Estupendo! Qué ganas tengo de contárselo a los chicos. Te hemos echado de menos. Casi no te hemos visto últimamente y sabemos que los últimos partidos fueron duros para ti. Fueron duros para todos. —La expresión de Jace es solemne y por un segundo me pregunto si me está tomando el pelo.
Pero entonces, me doy cuenta de que es sincero. Lo gracioso es que me sentí responsable de todas las derrotas cuando seguro que todos los chicos del equipo hicieron lo mismo.
—Dile a los chicos que tengo muchas ganas de verlos.
Las palabras salen fácilmente de mis labios porque son ciertas. Necesito dejar de regodearme en la miseria. Tengo que dejar de preocuparme por mi pasado, por mi padre y la zorra de mi madrastra y de la pequeña que murió porque estaba demasiado ocupado peleándome con su madre y diciéndole que mantuviera sus malditas manos alejadas de mí.
Una de las cosas de las que más me arrepiento es de que nunca le expliqué del todo a Fable lo que sucedió ese día. Sé que cree que estaba enrollándome con Adele. Yo pensaría lo mismo, pero ese fue el día en que le dije que nunca más. No estaba interesado en lo que ella quería en ese momento. Había terminado. Ese fue el día en que me liberé.
Y también el día en que me volví un prisionero de mi propia culpa.
Para siempre.
—Nos vemos, Drew.
Jace se despide y se aleja de mí silbando. Me quedo quieto, observando cómo se aleja hasta que se convierte en una mancha en la distancia, y deseo como un loco poder estar tan tranquilo como él. Que mis máximas preocupaciones fueran las notas, la próxima chica a la que le pondría las manos encima y la excitación por la gran fiesta que se va a celebrar en unos días.
Tal vez, y solo tal vez, podría perderme en lo mundano durante un rato. Fingir que no me importa nada más que los amigos, la universidad y las fiestas. La doctora dice que no podré seguir adelante hasta que me enfrente al pasado.
Pero ¿qué cojones sabe ella?
Capítulo 2
Ella está rota por dentro pero nadie se dará cuenta jamás.
Anónimo
Fable
—Entonces —Owen da un sorbo a la soda gigante que le compré en la gasolinera en la que paramos para llenar el depósito del viejo coche de mamá de camino a casa—, ¿puedo comer gratis en el antro en el que trabajas?
Sacudo la cabeza.
—Es demasiado elegante. Los chicos no son bienvenidos.
El eufemismo del año. Definitivamente, el restaurante no es para críos. De hecho, creo que tampoco es para mí, pero voy a darle una oportunidad. Colin dice que puedo ganar un montón de dinero en propinas, aunque no sé si creérmelo.
Mis pensamientos me llevan a Colin. Es el propietario del restaurante porque su papá rico se lo regaló para que jugara. Eso es lo que averigüé de él la primera vez que me llevó allí. Es amable, atractivo y encantador.
Más allá de mantener una charlar como jefe y empleada, lo evito siempre que puedo. Acepté su oferta de trabajo, aunque parece demasiado buena para ser real.
Lo gracioso es que ni siquiera he avisado en La Salle todavía. Mantener ese trabajo hasta saber con seguridad que el nuevo va a funcionar es la única forma de garantizar que el dinero siga entrando de forma constante.
Y, como siempre, el flujo de dinero es lo más importante para mí. Nuestra madre no hace nada para garantizarlo.
Owen hincha el pecho con indignación.
—¿Estás de broma? No soy un crío. ¡Tengo catorce jodidos años!
Le doy un guantazo en el brazo y grita.
—Ese