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Grandes retos del siglo XXI. ОтсутствуетЧитать онлайн книгу.

Grandes retos del siglo XXI - Отсутствует


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mucho en esta tarea. Algo análogo podemos decir respecto a lo que probablemente se deba considerar como el gran problema físico por resolver hoy en día: la unificación de la relatividad y la física cuántica. Estas teorías no han podido encontrar acomodo en una visión única del mundo físico; nos presentan dos visiones divergentes del mundo físico, el que es, sin embargo, único. La solución de este problema, tema al cual están abocados en este momento miles de físicos teóricos dispersos en el mundo, nos dará una visión unificada y seguramente que riquísima de todas las fuerzas que ocurren en la naturaleza. Cuando se llegue a ella constituirá la mayor síntesis que habrá creado la mente humana. Éste es uno de los mayores retos de la física contemporánea.

      A los temas de frontera que es necesario atender seriamente para alcanzar las metas visibles, debo agregar la propia teoría cuántica y, más en particular, la mecánica cuántica. Muchos colegas que lean o escuchen esto fruncirán las cejas, pero hay otros que prestarán atención. El punto está en que (como ha sido reconocido por la comunidad científica a través de diversas encuestas) el siglo XXI ha heredado los problemas de fondo de la mecánica cuántica. De hecho, desde su fundación un número importante de físicos, incluyendo a varios de sus fundadores mismos, han objetado muchas de sus características. A ello se suma que, lejos de ser una teoría fundamental de la naturaleza, la mecánica cuántica se constriñe a describir lo que observamos. En otras palabras, se trata de una teoría de carácter fenomenológico, un tanto similar a la termodinámica. La conclusión es que aún no hemos entendido correctamente la física del mundo cuántico, no obstante los innumerables éxitos y la magnífica estructura lógica de la teoría. Tratar de unificar la relatividad con la mecánica cuántica como la conocemos puede conducir a transportar los problemas de esta última a la nueva física que pretende construirse. Portaríamos con ella el pecado original. Más seguro parece corregir primero lo que está a la mano para usar el instrumento una vez sano para dar el siguiente paso. Una solución satisfactoria a los problemas fundamentales de la teoría cuántica podría, por lo demás, arrojar luz sobre el problema de la unificación.

      Mencionamos que hay un segundo gran motor que mueve e impulsa la ciencia. Éste es el motor social, que con frecuencia resulta más potente y más activo que el motor interno. Desde la electricidad, los grandes avances se dan en el laboratorio científico, para quedar en las manos de los inventores, los ingenieros y las industrias el darles su forma industrial y diseminar el producto. El papel que la imprenta de Gutenberg jugara como impulso al Renacimiento europeo, a la Reforma, a la Iluminación, a la ulterior revolución científica y, finalmente, a las grandes masas urbanas al hacer extensivo el aprendizaje, lo juega hoy la ciencia, instalada ya como base de una actividad social y económica central. No es erróneo, en el fondo, hablar de la sociedad del conocimiento. Sólo que también aquí existen profundas diferencias.

      ¿Le podríamos hablar sin mortificación a un habitante de Haití o de Costa de Marfil de la sociedad del conocimiento o de una industria de base científica? Aunque en una escala menos grave, una duda análoga me viene a la mente al considerar a los países latinoamericanos. Los grandes productos de la ciencia han surgido en los países industrializados, que han aprendido a utilizar la ciencia en su beneficio. Estos países desarrollados han mantenido una política de apoyo a la ciencia y al desarrollo tecnológico propio de manera sostenida durante siglos y el resultado está a la vista. No es ésta la ocasión para preguntarnos sobre el origen de los capitales requeridos para realizar tales empresas. Lo que interesa ahora es que hubo una clara política de desarrollo tecnológico propio, impulsada de manera mancomunada por los gobiernos y la industria. La industria utilizó sus recursos para aprender a hacer, y hace. Recordemos, por ejemplo, que la compañía Bell Telephone (transformada después en ATT) ha poseído ella sola un número mayor de premios Nobel entre sus investigadores que la suma de todos los premios Nobel latinoamericanos. Esto es un buen índice del nivel de conocimientos que distingue a la industria verdaderamente moderna.

      Lo característico de nuestros países, sobre todo del nuestro durante las últimas décadas, es, desafortunadamente, el desinterés hacia la ciencia y la construcción de una industria verdaderamente nacional y de base científica. Con ojos miopes puestos en el exterior se prefiere comprar el producto del conocimiento, pagado a precios exorbitantes, antes que utilizar y desarrollar nuestros conocimientos y recursos para hacer en casa lo que la casa demanda. Gobierno e industria consideran más apropiado comprar el producto elaborado sin darse cuenta que ello hipoteca nuestro futuro y frena nuestro propio desarrollo. Hoy por hoy, hasta más de la mitad del maíz y del frijol que consumimos es importado.

      Piénsese en el ejemplo de la energía eólica. Se decidió, por cierto con bastante retardo, dar los primeros pasos en su uso en nuestro país. En vez de crear una empresa nacional con laboratorios de investigación y los vínculos apropiados con las universidades para el diseño y producción de los aerogeneradores y demás requerimientos, se entregó el paquete entero a una empresa extranjera. Y ¿cuántos paquetes de energía solar hemos comprado, siendo México uno de los países que recibe más energía solar en el mundo, por lo que deberíamos ser líderes en este terreno? Hasta ahora todos los esfuerzos nacionales en este terreno han sido aislados e insuficientes; significativos sí, pero menores respecto a lo que el país debería estar haciendo. Simplemente, no existe política estratégica oficial al respecto; ni en general para el usufructo y desarrollo de la ciencia, ni para el desarrollo tecnológico e industrial. El país no está aprovechando, en consecuencia, la amplia capacidad científica y tecnológica tanto humana como material que posee, particularmente esta última, en sus universidades e instituciones académicas superiores. Es claro que falta un proyecto moderno de nación que tome en cuenta que la inversión en ciencia es uno de los negocios más redituables.

      Sin embargo, debemos agregar que parte de la política científica debe ser también la valoración de la ciencia con proyección social, y en esto los propios científicos tenemos una buena parte de la responsabilidad, en particular aquellos que poseen capacidad de influencia y evaluación.

      Recientemente, un grupo de investigadores miembros del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (con la colaboración de otros colegas) ha presentado una quincena de proyectos de desarrollo para atender sendos problemas de importancia nacional. Se trata de proyectos importantes que requieren de trabajo de investigación para su solución. Si se lograra que el gobierno central los atendiera se le demostraría de manera palpable la utilidad de la ciencia y de los científicos. Quizá ello ayudara a que finalmente se perciba en los centros de decisión el valor social de la actividad científica.

      Hasta dónde podremos nosotros participar de manera significativa en los desarrollos más importantes que se habrán de dar en el campo de la física, o si se prefiere, de las ciencias naturales, depende en mucho del apoyo que se brinde a la ciencia. Un ejemplo dice todo. Holanda tiene una extensión territorial de la mitad y una población doble de la de Veracruz en orden de magnitud. ¿Cuántos premios Nobel en ciencia tiene Veracruz? Holanda tiene 19. En Holanda se atiende la ciencia y la educación desde hace siglos. Ahí está la diferencia, no en la distribución de talento.

      En esto podemos identificar uno de los mayores retos para la ciencia en nuestro país.

      NANOTECNOLOGÍA

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      LA NANOTECNOLOGÍA, REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA DEL SIGLO XXI

      Sergio Fuentes Moyado*

       INTRODUCCIÓN

      La nanociencia y la nanotecnología son dos de los principales ejes de innovación en el siglo XXI, que ofrecen grandes beneficios para la sociedad. Estudios realizados por gobiernos e instituciones ponen de manifiesto que se esperan grandes avances científicos y tecnológicos basados en la habilidad de controlar


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