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Antología - Ken  Wilber


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fenoménicas que los médicos interpretaban como patológicas: robar, mentir, engañar y proclamar que era Jesucristo. En varias ocasiones se había escapado del hospital y era un individuo muy creativo. Leyendo sus escritos comprendí que estaba sintonizado con algunas de las grandes verdades del mundo que han sido enunciadas por los seres humanos más evolucionados. Las estaba experimentando directamente pero se hallaba, sin embargo, atrapado por la sensación de que eso era algo que le estaba ocurriendo sólo a él […]. Por consiguiente, no dejaba de repetir:

      –Yo tengo este don, un don del que tú careces […].

      –¿Crees que eres Jesucristo? ¿El Cristo de la conciencia pura? –le pregunté.

      –Sí –me respondió.

      –Yo también creo que lo soy –le repliqué yo.

      Entonces me miró y me dijo:

      –No, tú no lo comprendes.

      –Ése precisamente es el motivo por el que estás internado ¿sabes? –concluí.

      El proyecto Atman, 259-264

      * * *

      No creo que nadie ponga en duda que ciertos místicos presentan rasgos esquizofrénicos y aun que haya esquizofrénicos que experimenten intuiciones místicas. Pero desconozco a cualquier autoridad en la materia que crea que las experiencias místicas son básica y fundamentalmente alucinaciones esquizofrénicas. Por supuesto, también conozco a muchas personas no cualificadas que así lo piensan y que resultaría difícil convencerlas de lo contrario […]. Diré, tan sólo que las prácticas espirituales y contemplativas utilizadas por los místicos –como la oración contemplativa o meditación– pueden ser muy poderosas, pero no lo suficiente como para coger a un montón de hombres y mujeres normales, sanos y adultos y, en el curso de unos pocos años, convertirlos en esquizofrénicos delirantes. El maestro Zen Hakuin transmitió su enseñanza a ochenta y tres discípulos que se encargaron de revitalizar y organizar el Zen japonés. Ochenta y tres esquizofrénicos alucinados no podrían ponerse de acuerdo ni siquiera para ir al baño […]. ¿Qué habría pasado con el Zen japonés si ése hubiera sido el caso?

      Gracia y coraje, 99-100

      JUNG, ARQUETIPOS Y ESPIRITUALIDAD

      La ambigüedad del término «arquetipo» ha propiciado una confusión entre los estadios mítico y arquetípico. Jung ha definido en la tradición clásica a los arquetipos como imágenes arcaicas mitológicas o formas colectivas heredadas. Por desgracia, sin embargo, el nivel mítico-arcaico descansa en la fase prepersonal o, al menos, prerracional, del espectro del desarrollo. Al parecer, Jung interpretó el hecho de que ciertas imágenes mítico-arcaicas se heredan colectivamente como si ello significara que tuvieran un origen transpersonal, cuando lo cierto es que forman parte del inconsciente colectivo prepersonal. A fin de cuentas, todos hemos heredado diez dedos de los pies, y a nadie se le ocurre calificar ese hecho como algo transpersonal. Además, cuando Jung describe explícitamente a los «arquetipos» como el correlato de los instintos corporales biológicos, su posición es evidente. Freud afirmó de manera clara estar de acuerdo con el concepto junguiano de legado filogenético aunque, para él, no se trataba de una herencia transracional sino prerracional.

      En mi opinión, Jung estaba en lo cierto cuando decía que más allá del ego racional se encuentra un dominio muy importante de la conciencia. No obstante, no logró diferenciar con claridad el ámbito de lo preegoico (que incluye la magia y los mitos infantiles) del ámbito de lo transegoico (que contiene arquetipos reales y facultades paranormales). En este sentido, Jung se hallaba atrapado en la versión elevacionista de la falacia pre/trans y malgastó mucho tiempo intentando enaltecer las imágenes míticas primitivas a la categoría de los arquetipos sutiles.

      Para Platón, san Agustín, los budistas y los hinduistas, los arquetipos son las primeras formas manifiestas que emergen del Espíritu Vacío en el curso de la creación del universo, es decir, las primeras formas creadas en el proceso de la involución, en la emergencia de lo inferior a partir de lo superior, que modelaron toda creación posterior (la misma palabra griega archetypon significa “lo que fue creado como patrón, molde o modelo”). Y hay que decir que este tipo de arquetipos no descansan en el dominio mítico sino en el sutil.

      Así pues, el término arquetipo tiene dos significados diferentes aunque levemente relacionados. Por una parte, se trata de modelos transindividuales que descansan en los límites superiores del espectro. Por otra parte, sin embargo, también podemos decir que cada una de las estructuras propias de los niveles inferiores está presente colectivamente, que es arquetípica, o que está determinada arquetípicamente. Por tanto, aunque las estructuras inferiores no sean arquetipos, están determinadas arquetípica o colectivamente. En este sentido, podemos decir que la estructura profunda del cuerpo humano, al igual que la estructura profunda de la materia, de la magia, del mito, de la mente y del psiquismo, es arquetípica. Pero experimentar los arquetipos significa experimentar el nivel sutil y no es posible, como se dice, experimentar arquetípicamente los dedos de los pies y, menos todavía, experimentar arquetípicamente algún tipo de imaginería mítica arcaica. No niego que, en ocasiones, algunas comprensiones espirituales puedan expresarse por medio de imágenes míticas, pero me niego a admitir que ése sea su origen. Todas las estructuras profundas son arquetípicas, pero las imágenes míticas no tienen nada de especialmente arquetípico. Así pues, el uso junguiano del término arquetipo es difuso y se presta a confusión. Estoy de acuerdo con Jung cuando afirma que el ego y todas las formas psicológicas principales son arquetípicas, pero dejo de estarlo cuando, inmediatamente después, pretende que arquetípico es lo mismo que mítico.

      Además de confundir a las imágenes míticas con los arquetipos transpersonales, Jung sostenía que «los arquetipos» constituyen una herencia de la evolución pasada real que persiste en nosotros como un reflejo de la forma de pasadas cogniciones. Y, si bien es cierto que hemos heredado las estructuras pasadas del desarrollo, no lo es menos que esas estructuras descansan en nuestra faceta simiesca, no en la angelical. Los arquetipos no son, pues, como Jung pensaba, un legado colectivo de primitivos estadios evolutivos, sino estructuras que descansan en el extremo opuesto del espectro, al comienzo de la involución. Si Jung hubiera advertido que la conciencia es arrastrada hacia los arquetipos por los mismos arquetipos, habría asumido el mismo punto de vista que Platón y Plotino, por ejemplo, y se hubiera librado de la incomodísima situación de tener que considerar a los arquetipos como algo arcaico y divino al mismo tiempo. De esta manera, la noción junguiana de «arquetipos» se deriva de la falacia pre/trans que confunde los arquetipos reales con las formas míticas inferiores, y la gloria transracional con el caos prerracional. Por ese motivo, los terapeutas junguianos se ven compelidos a adorar a los arquetipos y a temblar en su presencia. En muchos sentidos me considero un junguiano pero debo decir que, en este punto, la teoría junguiana precisa de una urgente revisión.

      Los tres ojos del conocimiento, 222-225

      * * *

      Jung descubrió que los hombres y mujeres modernos pueden producir de manera espontánea –en los sueños, la imaginación activa, las asociaciones libres, etcétera– casi todos los temas fundamentales de las religiones míticas del mundo; un hallazgo que le llevó a deducir que las formas míticas básicas –a las que denominó arquetipos– son comunes a todas las personas, las hereda todo el mundo y se transmiten gracias a lo que él denomina inconsciente colectivo. Y luego afirmó aquello de que –y cito literalmente–: «el misticismo es la experiencia de los arquetipos».

      Pero, en mi opinión, este punto de vista incurre en varios errores cruciales. En primer lugar, es evidente que la mente, incluso la mente moderna, puede llegar a producir, de manera espontánea, formas míticas esencialmente similares a las que podemos encontrar en las religiones míticas. Ya he dicho que los estadios preformales del desarrollo mental –en especial, el pensamiento preoperacional y el pensamiento operacional concreto– son naturalmente mitógenos. Todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo atraviesan esos estadios del desarrollo durante la infancia y, por consiguiente, todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo pueden acceder de manera


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