AntologÃa. Ken WilberЧитать онлайн книгу.
en el nivel mental. El Espíritu, en sí mismo, no es paradójico; estrictamente hablando, no es caracterizable en modo alguno.
Y esto resulta aplicable de manera doble a la jerarquía (holoarquía). Ya hemos señalado que, cuando el Espíritu trascendente se manifiesta, lo hace en estadios o niveles (la Gran Holoarquía del Ser) y con ello no queremos afirmar que el Espíritu –o la Realidad–, en sí misma, sea jerárquica sino que la Realidad, el Espíritu Absoluto, no es jerárquico, es sunyata, es nirguna, es apofática, es, en fin, incalificable en términos mentales (holones inferiores). Pero la Realidad se manifiesta en estadios, estratos, dimensiones, fundas, niveles o grados –elija el término que prefiera– diferentes… y eso es precisamente la holoarquía. En el Vedanta, se trata de las koshas (las fundas o capas que recubren a Brahman); en el budismo son los ocho vijnanas, los ocho niveles de conciencia (cada uno de los cuales constituye un estadio inferior –y, en consecuencia, más limitado– de la dimensión superior); en la Cábala se trata de los sefirots, etcétera.
Éstos son los niveles del mundo manifiesto, los niveles de maya. Cuando no reconocemos a maya como el despliegue lúdico de lo Divino, no existe más que ilusión. Jerarquía es ilusión. Hay niveles de ilusión, no niveles de realidad. Pero según afirman las mismas tradiciones, sólo a través de la comprensión de la naturaleza jerárquica del samsara podremos llegar a desembarazarnos de ella, como si la escalera sólo pudiera ser desechada después de haber cumplido su extraordinario cometido.
El ojo del Espíritu, 59-61
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Algunos críticos postmodernos, sin embargo, han protestado diciendo que la misma noción de Gran Cadena del Ser es jerárquica y que, por tanto, es también opresiva porque se basa en algún tipo de ordenamiento vertical (ranking) en lugar de hacerlo en una visión relacionante del mundo (linking). Pero ésa es una queja muy poco clara ya que, en primer lugar, los mismos críticos antijerárquicos –que están en contra de todo tipo de ordenamiento vertical– no dudan en emitir juicios jerárquicos que les llevan a sostener que su visión es mejor que las alternativas. Dicho de otro modo, ellos mismos disponen de su propia jerarquía, una jerarquía muy poderosa aunque, eso sí, a menudo oculta y sin articular (lo cual, por cierto, resulta sumamente contradictorio).
En segundo lugar, la Gran Cadena fue precisamente lo que Arthur Koestler denominó holoarquía, un ordenamiento de nidos o círculos concéntricos en el que cada nivel superior trasciende, al tiempo que incluye, a sus predecesores. Es evidente que se trata de un ordenamiento vertical en el que cada nivel superior es más inclusivo y más abarcador, en el que cada nivel superior engloba más al mundo y a sus habitantes, de modo que los dominios espirituales o superiores del espectro de la conciencia son omniinclusivos y omniabarcadores y dan lugar a una especie de pluralismo radical de alcance universal.
El ojo del Espíritu, 48-49
EL KOSMOS
Los pitagóricos acuñaron el término «Kosmos», un término cuyo significado original iba mucho más allá de lo que hoy entendemos por «cosmos» o «universo», como algo exclusivamente físico y abarcaba todos los dominios de la existencia, desde la materia hasta la mente y, desde ésta, hasta Dios.
Es por eso que quisiera rescatar el término Kosmos, un término que incluye al cosmos (o fisiosfera), bios (la biosfera), psique o nous (la noosfera) y theos (la teosfera o el dominio divino).
La mayoría de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que las lleva a concluir que el cosmos físico es lo único real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material. Pero ése es un reduccionismo burdo que acaba arrojando a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo hasta que todos los dominios de la existencia –excepto el físico– acaban desangrándose lentamente y muriendo ante nuestros ojos. ¿Es ésta una forma adecuada de tratar al Kosmos?
No tenemos, pues, en mi opinión, que hacer cosmología sino kosmología.
Breve historia de todas las cosas, 39-40
LOS TRES OJOS DEL CONOCIMIENTO
San Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento, de «tres ojos» –como decía, parafraseando a Hugo de San Víctor, otro famoso místico–: el ojo de la carne (mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos permite acceder a las realidades trascendentes).
Todo conocimiento es, además, una especie de illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior –lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).
Desde su punto de vista, en el mundo externo encontramos un vestigium –un «vestigio de Dios»–, y el ojo de la carne percibe ese vestigio (que se manifiesta como diversidad de objetos separados en el espacio y el tiempo). En nosotros mismos, en nuestro propio psiquismo –en especial en la «triple actividad del alma» (memoria, entendimiento y voluntad)–, el ojo de la mente nos revela una imago de Dios. Finalmente, a través del ojo de la contemplación, iluminado por el lumen superius, descubrimos el mundo trascendente que existe más allá de los sentidos y de la razón, la misma Esencia Divina.
Todo esto coincide con la distinción realizada por Hugo de San Víctor (el iniciador de la saga mística de los victorinos) entre cogitatio, meditatio y contemplatio. La cogitatio –o simple cognición empírica– consiste en una búsqueda de los hechos del mundo material mediante el ojo de la carne. La meditatio es una búsqueda de las verdades psíquicas (la imago de Dios) usando el ojo de la mente. La contemplatio, por último, consiste en el conocimiento que permite que el psiquismo (o el alma) se unifique con la Divinidad en la intuición trascendente revelada a través del ojo de la contemplación.
Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne, ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro, conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal (trascendente y contemplativo).
Abundando en la visión de san Buenaventura podríamos decir que el ojo de la carne (cogitatio, el lumen inferius/exterius) crea y revela ante nosotros un mundo de experiencia sensorial compartida. Éste es el «dominio de lo ordinario», el reino del espacio, del tiempo y de la materia (el subconsciente), un dominio compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne semejante. Por ello, en cierta medida, los seres humanos comparten este dominio con algunos animales superiores (especialmente los mamíferos) porque sus ojos carnales son muy similares. Si acercamos, por ejemplo, un pedazo de carne a un perro, éste reaccionará, mientras que una roca o una planta no lo harán… En el dominio ordinario, un objeto es A o es no-A, pero nunca es A y no-A simultáneamente y, por ello, una roca nunca es un árbol, un árbol jamás es una montaña, una roca no es otra roca, etcétera. Ésta es la inteligencia sensoriomotriz esencial (la constancia del objeto) perteneciente al ojo de la carne; éste es el ojo empírico, el ojo de la experiencia sensorial. (Quizás debiéramos aclarar, desde el comienzo, que utilizamos el término «empírico» en un sentido filosófico para designar a todo aquello que puede ser detectado con los cinco sentidos o con sus extensiones.