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Todo al Vuelo. Rubén DaríoЧитать онлайн книгу.

Todo al Vuelo - Rubén Darío


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que lo olvide, si es que lo olvida,

      y cuando en sus entrañas se sienta herida,

      cuando la hora le llegue de cruel hastío

      y la veáis rendirse desfallecida,

      decidle, porque aplaque su desvarío,

      que todo invierno es víspera de nueva vida.

      Canta el amor, canta las flores con modos y conceptos ortodoxos:

      Flores, hermosas flores,

      que sois nido de amores

      y de los verdes prados alegría,

      desplegad vuestros mantos de colores

      que ya amanece luminoso el día.

      Dedica dos poemas a dos marquesas guapísimas. Zorrilliza en una «sinfonía». Y refiriéndose a quien sabe qué gallarda y voluptuosa señora, asonanta unas insinuaciones donjuanescas o fáunicas, de todos modos no por lo emprendedor menos romántico:

      ...Auras de rosa

      forma tu aliento,

      que toman brío

      sobre las ondas de tu cabello.

      Hacia mí vienen

      y tú sonríes,

      cada vez que oyes

      los besos míos que las reciben.

      Redondos, frescos,

      tendidos, blancos,

      sobre las sábanas

      descansan, duermen, quietos, tus brazos.

      ¿Por qué no se abren

      para hacer presa

      en otros brazos

      que ser tu cárcel también desean?

      Anciano el dueño

      de tus caricias,

      gozar no puede

      de tu hermosura la gallardía;

      la gentileza

      de tus contornos,

      rica y sabrosa,

      miel de panales de abejas de oro.

      Natural es que el romántico que hay en él, admire a Byron y le salude en un sonante soneto. Y lo que lleva de su raza en la sangre lo hemos de ver en tal ímpetu místico, con su reminiscencia de Don Gaspar:

      ...En tanto que en la tierra se despierta

      el bronce herido a la oración llamando;

      en tal evocación del poderío morisco para, a propósito de una atalaya, loar la espiritualidad cristiana; en ternuras familiares y religiosas; en discretas quejas melancólicas que son como ecos de amoríos pretéritos, en la obsesión de la cruz; en efusiones cordiales que no por ser dichas en un metro poeano que han difundido los modernos, parecen menos venir de tiradas calderonianas y de fogosas arias de los corifeos del romanticismo. En De Val está el trovador. No han llegado a él ni el uso ni el abuso, hoy tan comunes, de ciertos procedimientos de la nueva poesía castellana. Lo que ha escrito está conforme con el espíritu y los preceptos del glorioso parnaso nacional. Ello es cuestión de temperamento y de maneras personales de exteriorizar sus ideas estéticas. Yo ni le censuro ni le alabo. En todo caso, más bien le alabaría por haberse dado tal como es él.

      Lo bueno es que se conserva siempre joven y lleno de actividad y entusiasmo para toda empresa generosa y en la cual se haya de rendir homenaje a Nuestra Señora la Belleza. Ese congreso universal de la poesía, hoy postergado para que se lleve a cabo bajo mejor plan, y que se verificará en la próxima primavera, cuando esté Valencia más rica de flores y de celestes luces, ese congreso ha sido idea de él, para honrar a la Poesía, y para hacer bien a los portaliras. La suya la tiene excelentemente cuidada, y ha de dar en tal concurso apolíneo nuevos y plausibles sones.

       Índice

      Salvador Rueda me dice en una carta... «te mando en estas palabras mi adiós, que quisiera dártelo con los brazos. A Canarias, y después a Cuba: un viaje íntimo, pacífico, delectación espiritual purísima».

      Salvador Rueda, ya lo sabéis, es un gran poeta. ¡Es el último poeta lírico, sacerdotal y natural que hoy existe en todo el mundo! Es decir, el que siente que él es Eso, y que eso es su sagrada misión sobre la faz de la tierra. Él ha dicho muy líricamente y muy exaltadamente lo que piensa de su destino órfico, en la revista Poesía, que publica en Milán el fundador del Futurismo, señor Marinetti. Salvador Rueda deseaba desde hace tiempo ir a América. Ir sencillamente, simplemente, como poeta lírico. Aun me invitó para que hiciésemos juntos ese viaje fabuloso. Yo me atreví a decirle que no fuera a Buenos Aires. Le indiqué, por su bien, que de hacer el viaje se apresurase a hacerlo a algunas de nuestras repúblicas tropicales, porque, aun por allá mismo

      Nous n'irons plus au bois,

      les lauriers sont coupés!

      Ahora Salvador, homérida, pindárida, va en viaje «íntimo, pacífico, de delectación espiritual purísima», a Canarias y a Cuba. Ambas son islas de armonía y recibirán como se merece al fecundo poeta español. Las colonias, además son muy gentiles. Rueda realiza el milagro de querer ser y ser, en nuestro tiempo, poeta, nada más que poeta, y cuenta para afirmar su volición con todo lo que le dió, como él dice, la Gran Madre, la Naturaleza, y con el sol de su Andalucía que lleva adentro.

      Ahora viaja también por la América tropical otro poeta, también andaluz, el señor Cavestany. El señor Cavestany ha recitado sus poesías en Méjico y en la Habana y se le ha festejado brillantemente. Tiene sobre Rueda la ventaja de ser rico y de ser académico. Pero en Rueda hay mayor cantidad de poesía, y vaya lo uno por lo otro. Rueda es el consagrado de la Lira, el hombre que tiene confianza en el alma de las cosas; que es una voz, un órgano de la Naturaleza. Yo no le encuentro en la Península parangón sino en Zorrilla. Vive en su nube de oro sonoro—de oro irreal. No es, pues, actual, ni adaptado.

      Homero y Píndaro es posible que anden hoy por el mundo. Sólo que, por obra del tiempo mismo, cambian en sus manifestaciones y obran conforme con las exigencias de la época. Sus expresiones e himnos son adecuados al instante, y se sienten influídos por el deseo o por los efluvios que brotan del alma de las muchedumbres. A veces pasan, aislados, otras se mezclan a las agitaciones urbanas. El don de armonía les hace transfigurarse, y una simple frase de común prosa les brota vestida de estrellas o de chispas sulfurosas. Homero y Píndaro tienen muchos nombres, tienen ojos negros o azules, emergen entre una tribu de judíos, en la estepa o en la pampa, o andan elegantemente por los bulevares parisienses, por los clubs de Londres o en las calles de Buenos Aires o de Nueva York o por las tierras de la magnífica Italia. Píndaro y Homero, que tuvieron en lo antiguo en sus manos la trompa o la lira sagradas, guardan hoy a veces silencio. Y en los bolsillos de sus diferentes disfraces suele encontrarse, con o sin el poema, un libro de cheques—o una bomba. Es preferible, en todo caso, el libro de cheques—y tu gran corazón, querido Salvador Rueda.

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