Эротические рассказы

Todo al Vuelo. Rubén DaríoЧитать онлайн книгу.

Todo al Vuelo - Rubén Darío


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que otra virago se ha distinguido en exploraciones e incursiones por tierras salvajes o lugares inaccesibles. Nada hay que argüir en contra. Las pintoras de la legión y las novelistas y poetisas ya no pueden contarse. Se dedican a esos sports como a cualquier otro, y hay musas muy recomendables. Pero estos marivarones—suavicemos la palabra—que se hallan propias para las farsas públicas en que los hombres se distinguen y que, como la Durand, se adelantan a tomar papel en el sainete electoral, merecen el escarmiento.

      ¡Si viviese el condestable Barbey!

      Gracias a Shakespeare podemos aceptar las abogadas. ¡Pero las alcaldesas, diputadas y senadoras! Ello pasa de lo aristofanesco. De un Aristófanes para apaches es la escena que ocurrió días pasados. Pronunciaba la citada candidata uno de sus discursos de propaganda, cuando un hombre del pueblo gritóle desde su asiento:

      —¿Quiénes van a remendar ahora los calcetines?

      A lo que respondió la aludida:—Los remendarán los que los usen. Y una de las partidarias de la Durand, dirigiéndose a ésta:

      —No le haga caso. Ese que habla seguramente no usa calcetines.

      Y el truhán, esforzándose por quitarse sus gruesos zapatos:—Ahora van a ver si los uso o no los uso.

      ¿En eso vamos a parar con el sonado feminismo?

      Un escritor discreto, M. Balby, acaba de decir; «Hemos vivido veinte siglos con la idea, que parecía decisiva, de que nuestras mujeres, nuestras asociadas, nuestras ménagères, tenían por tarea principal velar por el hogar, por la casa, por el home; trabajar a su manera por el bien de la comunidad. Ciertamente, la ley, hecha por los hombres, era mal hecha, injusta, oprimía a la mujer, no le dejaba ninguna libertad y ni aun el derecho de disponer de su salario. Y la campaña feminista, que reclama la supresión de esos abusos, tuvo el apoyo, la aprobación de todos los hombres que no eran ni egoístas ni tiranos. Pero, cuando esas damas pretenden todos los derechos y rehusan todos los deberes, cuando quieren encargarnos de remendar los calcetines, ellas que no sabrían y no podrían dedicarse al trabajo del hombre, a su esfuerzo físico e intelectual, nos muestran el fondo de sus sentimientos. ¿Qué son ellos?—Nada.—¿Qué quieren ser?—Todo. A los hombres toca saber si aceptarán esa resolución».

      Muy discreto esto. Pero podía fijarse M. Balby en que las propagandistas son solamente unas cuantas, viejas y feas. Las pocas jóvenes y algunas guapas, si lo hacen, lo hacen por divertirse. Las demás mujeres, de belleza o de gracia, seguirán ejerciendo el único ministerio que la ley de la vida ha señalado para ellas: el amor en el hogar, o el amor en la libertad.

       Índice

      Leer la Prensa de París es un placer... Reposa, tranquiliza el espíritu, oh manes de Janin, de Scholl, de Villemesant, de Ignotus. Ved los asuntos de un número de diario: El crimen desbordado. El Tribunal correccional juzga cincuenta asuntos por día. Hay cerca de mil cuatrocientos procesos retardados. No se encuentran jueces de instrucción. Cada uno tiene que estudiar ciento veinte causas a la vez.—El cabo Deschamps cuenta cómo se hizo traidor, se robó una ametralladora con secreto especial y fué a venderla a los alemanes.—Llegan los ecos de los últimos disturbios del Mediodía.—Al asesino de las panaderías de Bar le Duc, se le prueba cómo también asesinó a su abuela.—El asunto de Duez, el ladrón de millones, continúa su curso.—El conde d'Aulby, que ha estafado a una sonsa yanqui, que quería a su vez estafarle comprándole cuadros de Velázquez, de Tenniers, y otras firmas así, por cuatro reales, confiesa que no es conde, ni gran Maestre de la Orden de Melusina, sino hijo de un sastre y una jardinera de Londres. Sin embargo tenía castillo, y frecuentaba, como otros rastacueros, el gran mundo del flirt del bridge y de las bodas fáciles, transatlánticas e intercontinentales.—El doctor Doyen, que iba a inaugurar un curso «libre» de anatomía, es gritado e insultado por una turba, y no puede dar su lección. El mismo lo explica:—«La cábala—dice—que se ha urdido contra mí, para impedirme hablar, es la obra de algunos galopines, empujados por los preceptores y jefes de trabajo de la Escuela práctica. Fueron reconocidos entre los alborotadores muchos preceptores, agrégé y otros interesados en la cosa. Incapaces de dictar un curso, con su anfiteatro vacío, tienen por objeto en la vida molestar a los verdaderos trabajadores que quieren hacer conocer los resultados de largas y laboriosas investigaciones. Mi intención, a pesar de todo, es continuar mi curso y mis lecciones en otro local, pues la Facultad está contra mí. Los apaches de ayer no recomenzarán pues yo tendré mi policía especial». Hay que agregar que durante el tumulto de ayer, fueron robados relojes y portamonedas. ¡Precioso cerebro del mundo! A otro caso.—Un sátiro, nuevo Soleilland, estrangula y viola a una niña.—Se detallan varios asesinatos y asaltos.—Hay una larga lista de aplastados por camiones y automóviles. Y dejo sin citar otras cuantas noticias encantadoras para los neurasténicos. Sin contar con Zigomar y otros folletines de robos, escenas macabras y las usuales prostituciones. Felizmente que existen el Temps y algún otro diario, en que se da también cuenta, aunque sea en cuatro líneas, de lo que hacen los hombres que conquistan el aire, de lo que hace Mme. Curie, d'Arsonval, los sabios de la orilla izquierda del Sena—mientras el bulevar hierve y echa su vaho.

       Índice

      Fábula que acaba de acontecer. Exasperados unos cuantos hombres de pluma, de pincel, de buen humor y de pésimas intenciones, de ver cómo todos los años en el salón de los Indépendants, unos cuantos sofisticadores cabelludos y unos cuantos ignorantes atrevidos, entre algunos innovadores de talento que pierden, naturalmente, con la vecindad, exponen croûtes, innominables y mamarrachos indescriptibles, ante los cuales no faltan zopencos que creen ver lo invisible y adivinar el ombligo del símbolo; aquellos hombres, digo, de pluma, de pincel, de buen humor y de pésimas intenciones, fueron a un café de Montmartre, en cuyo patio hay un burro, ataron a la cola de éste un pincel, colocaron hábilmente la tela preparada, y colazo va y colazo viene, mojado el apéndice en colores vivos y distintos, resultó un cuadro de un ultraimpresionismo capaz de hacer aullar perros de piedra. Antes habíase lanzado un manifiesto como el de los pintores amigos del poeta Marinetti. Y al asno, que se llama Lolo, se le hizo aparecer como jefe de la escuela Excesivista, con el nombre italiano de Joaquín Kafael Boronali, Boronali, Aliborón anagramado. Todo bajo el amparo de la vieja alegría gala y el patronato del cura de Meudon.

      El cuadro del burro se expuso en el mentado Salón de los Independientes. Más independencia no puede seguramente haber. Charles Morice y otros varones apasionados del arte han protestado por la ocurrencia de los desenfadados. Pero las gentes han reído, y los organizadores del Salón de los Independientes han recibido una buena indicación.

      Y uno de los artistas que exponen juntos con Boronali ha tenido, sin embargo, la mejor palabra risueña:

      —Es verdad—ha dicho—que este año en nuestro salón hay un cuadro de un burro. Pero en los salones oficiales hay cuadros, no de uno, sino de mil burros.

      Y como es quien ha reído el último, es quien ha reído mejor. Y un humorista ha puesto en boca del cuadrúpedo reflexiones como éstas:—«Puedo rebuznar; ahora he conocido la gloria... He gustado de las vanidades humanas y he encontrado que tienen menos sabor que los cardos...»

      «Cuando París supo por las gacetas que el jefe de la escuela Excesivista pacía hierba sobre la butte Montmartre, las muchedumbres subieron en filas apretadas. Las gentes venían por centenares a admirarme. Los unos acariciaban mi flaco espinazo, los otros me ofrecían golosinas, muchos, en fin, discutían sobre pintura por la primera vez, no habiéndose ocupado nunca de pintura, almas simples, hasta que un pollino se puso a pintar con la cola. Desde luego, gracias a mi cuadro, el Salón de los Independientes, triste amontonamiento, ha conocido este año la boga y ganado admirables entradas, que no me agradece. Lo que me ha complacido sobre todo es que se


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