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La princesa de papel. Erin WattЧитать онлайн книгу.

La princesa de papel - Erin Watt


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hombre, y si deja que me vaya con él, el próximo informe que verá será el de una chica del instituto George Washington que desapareció en una red de tráfico sexual.

      —Tienes razón, no nos hemos visto antes —interrumpe Royal—. Pero eso no cambia la verdad.

      —Déjeme ver —me acerco al escritorio de Thompson y le quito los papeles de las manos. Recorro las páginas con la mirada, sin leer con atención lo que está escrito. Hay palabras que me llaman la atención: tutor legal, fallecido y legado, pero no significan nada. Callum Royal es un desconocido. Y punto.

      —Si su madre viniera, quizá podríamos aclararlo todo —sugiere el señor Thompson.

      —Sí, Ella, trae a tu madre y retiraré mi declaración —añade Royal con suavidad, aunque percibo la dureza de su voz. Sabe algo.

      Me giro hacia el director. Él es el eslabón débil aquí.

      —Podría hacer esto en la sala de informática del instituto. Ni siquiera necesitaría Photoshop. —Tiro los papeles delante de él. Veo en su mirada que empieza a dudar, así que me aprovecho—. Necesito volver a clase. El semestre acaba de empezar y no quiero quedarme rezagada.

      Thompson se relame los labios, inseguro, y yo lo observo con todo el convencimiento de mi corazón. No tengo padre. Y mucho menos un tutor legal. Si lo tuviese, ¿dónde ha estado ese capullo toda mi vida, cuando hemos tenido problemas para llegar a fin de mes o cuando mi madre sufría un dolor horrible por culpa del cáncer? ¿O cuando lloraba en su cama del centro de cuidados paliativos por dejarme sola? ¿Dónde estaba él entonces?

      Thompson suspira.

      —De acuerdo, Ella. ¿Por qué no regresas a clase? Está claro que el señor Royal y yo tenemos más asuntos que tratar.

      Royal se niega.

      —Lo que dicen estos papeles es cierto. Me conoce y conoce a mi familia. No se los presentaría si no fuesen verdaderos. ¿Por qué tendría que hacerlo?

      —Hay muchos pervertidos por el mundo —respondo con malicia—. Tienen muchas razones para inventarse historias.

      Thompson gesticula con la mano.

      —Ya basta, Ella. Señor Royal, nos ha pillado a todos por sorpresa. Aclararemos todo esto cuando contactemos con la madre de Ella.

      A Royal no le gusta que lo haga esperar y comenta de nuevo lo importante que es y que un Royal nunca mentiría. Una parte de mí espera que lo jure por George Washington y el cerezo. Mientras ambos discuten, yo salgo del despacho.

      —Voy al baño, Darlene —miento—. Después volveré a clase.

      Se lo cree con facilidad.

      —Tómate tu tiempo. Se lo diré a tu profesora.

      No voy al baño. No vuelvo a clase. En lugar de eso, me escapo a la parada del autobús y cojo el bus G hasta llegar a la última parada.

      Desde allí hay treinta minutos de camino hasta el apartamento alquilado en el que vivo por quinientos dólares al mes. Tiene una habitación, un lóbrego baño y una zona de salón comedor que huele a moho. Pero es barato, y la casera estaba dispuesta a aceptar dinero en efectivo sin constatar mis referencias.

      No tengo ni idea de quién es Callum Royal, pero que esté en Kirkwood es una mala noticia. Esos papeles legales no estaban falsificados con Photoshop. Eran de verdad. Pero ni loca dejaría mi vida en manos de un extraño que ha aparecido de la nada.

      Mi vida es mía. Yo la vivo. Yo la controlo.

      Saco de la mochila los libros de texto que me han costado cientos de dólares y la lleno de ropa, artículos de aseo y lo que queda de mis ahorros, mil dólares. Mierda. Necesito conseguir dinero rápido para marcharme de este sitio. Estoy casi sin fondos. Mudarme aquí me ha costado más de dos mil dólares, entre billetes de autobús y pagar el primer y último mes de alquiler junto con la fianza. Es una lástima perder ese dinero, pero está claro que no puedo quedarme aquí.

      Me toca escaparme de nuevo. La misma historia de siempre. Mi madre y yo siempre nos escapábamos. De sus novios, de sus jefes pervertidos, de los servicios sociales, de la pobreza. El centro de cuidados paliativos fue el único lugar en el que nos quedamos durante más tiempo, y eso fue porque estaba muriéndose. Algunas veces creo que el universo ha decidido no permitirme ser feliz.

      Me siento en un lateral de la cama e intento no gritar por la frustración que siento y, vale, sí, también por lo asustada que estoy. Me permito cinco minutos de autocompasión y después cojo el teléfono. Que le den al universo.

      —Hola, George, he estado pensando en tu oferta para trabajar en Daddy G’s —digo cuando una voz masculina responde la llamada—. Estoy preparada para aceptarla.

      Trabajo como bailarina en Miss Candy’s, un club donde me desnudo hasta quedarme en tanga y cubrepezones. Gano bastante dinero, aunque no muchísimo. Durante las últimas semanas, George me ha pedido que empiece a trabajar en el Daddy G’s, un local de desnudo integral. Me he resistido porque no tenía la necesidad de hacerlo. Pero ahora sí.

      Tengo la suerte de contar con el cuerpo de mi madre. Unas piernas largas. Cintura estrecha. Mis pechos no son de copa D doble, pero George dijo que le gustaba mi copa B porque era un espejismo de juventud. No es un espejismo, pero mi carné dice que tengo treinta y cuatro años y que mi nombre no es Ella Harper, sino Margaret Harper. Mi difunta madre. Si te paras a pensarlo, da muy mal rollo, y por eso trato de no hacerlo.

      No hay muchos trabajos que una chica de diecisiete años pueda hacer a media jornada y con el que pueda pagar las facturas. Y ninguno de ellos es legal. Transportar drogas. Estafar. Desnudarse. Yo elegí el último.

      —¡Joder, tía, eso es genial! —exclama George—. Tengo un hueco esta noche. Puedes ser la tercera bailarina. Lleva el uniforme de colegiala católica. A los tíos les encantará.

      —¿Cuánto por esta noche?

      —¿Cuánto qué?

      —Dinero, George. ¿Cuánta pasta?

      —Quinientos y la propina que consigas. Si quieres hacer bailes privados, te daré cien por baile.

      Joder. Podría conseguir fácilmente mil dólares esta noche. Empujo toda mi ansiedad e incomodidad al fondo de mi mente. No es hora de tener un debate moral interno. Necesito el dinero, y desnudarme es una de las formas más seguras de conseguirlo.

      —Ahí estaré. Reserva todos los que puedas.

      Capítulo 2

      Daddy G’s es un cuchitril, pero está mucho mejor que otros clubs de Kirkwood. Aunque es como decir «Muerde este pollo podrido. No está tan verde y mohoso como otros trozos». Aun así, el dinero es dinero.

      La aparición de Callum Royal en el instituto me ha hecho darle vueltas a la cabeza todo el día. Si tuviese un portátil y conexión a internet, lo habría buscado en Google, pero mi viejo ordenador está roto y no tengo dinero para sustituirlo. Tampoco quería hacer la caminata hasta la biblioteca para usar uno de los que tienen allí. Es una estupidez, pero tenía miedo de que Royal me tendiese una emboscada en la calle si me marchaba del apartamento.

      ¿Quién es? ¿Y por qué piensa que es mi tutor legal? Mamá nunca mencionó su nombre. Antes, durante un momento, me he preguntado si sería mi padre, pero esos papeles decían que mi padre también había fallecido. Y, a menos que mamá me hubiera mentido, sé que mi padre no se llamaba Callum. Se llamaba Steve.

      Steve. Siempre he pensado que se lo inventó. Como cuando tu hijo te dice «Mamá, háblame de papá» y tú te encuentras en un aprieto y sueltas de golpe el primer nombre que te viene a la cabeza: «Esto… se llamaba, eh, Steve, cielo».

      Pero odio pensar que mamá me mintió. Siempre habíamos sido sinceras la una con la otra.

      Intento olvidarme de Callum Royal porque


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