El prÃncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.
en varias, a juzgar por la ligera mueca que hace cuando respira, como si su caja torácica no lo soportara.
«Me alegro de que estés así de mal», piensa una parte vengativa de mí. Se merece sufrir.
—¿Estás bien? —repite sin dejar de mirarme—. ¿Te ha tocado… o herido alguien?
Suelto una carcajada.
—¡Sí! ¡Alguien me ha hecho daño! ¡Tú!
La frustración empaña su expresión.
—Te fuiste antes de que pudiera explicarte lo que pasaba.
—Ninguna explicación conseguirá que te perdone —suelto—. ¡Te tiraste a la novia de tu padre!
—No —responde con firmeza—. No lo hice.
—Y una…
—Es verdad. No lo hice. —Vuelve a tomar aire—. Esa noche no. Brooke intentaba convencerme para que hablara con mi padre por ella. Yo intentaba deshacerme de ella.
Lo miro con incredulidad.
—¡Estaba desnuda! —Me detengo de repente y recuerdo lo que acaba de decirme.
Esa noche no…
La ira me invade la garganta.
—Finjamos por un segundo que me creo que no te acostaste con Brooke esa noche —digo mientras lo atravieso con la mirada—, lo cual no es cierto. Pero supongamos que sí. Te has acostado con ella alguna vez, ¿verdad?
La culpa, profunda e inconfundible, se refleja en sus ojos.
—¿Cuántas veces?
Reed se pasa una mano por el pelo.
—Dos, a lo mejor tres.
El corazón me da un vuelco. Madre mía. Una parte de mí esperaba que dijera que no. Pero… pero acaba de admitir que se ha acostado con la novia de su padre. Y más de una vez.
—¿A lo mejor? —chillo.
—Estaba borracho.
—Me das asco —susurro.
Él ni siquiera se inmuta.
—No me acosté con ella cuando tú y yo estábamos juntos. En cuanto nos liamos por primera vez, fui tuyo. Solamente tuyo.
—Vaya, qué suerte tengo. Me quedé con las sobras de Brooke… ¡Genial!
Esta vez sí que se encoge de dolor.
—Ella…
—Cállate. —Levanto una mano. Estoy tan asqueada que no puedo mirarlo—. Ni siquiera voy a preguntarte por qué lo hiciste, porque sé exactamente por qué. Reed Royal odia a su papi. Reed Royal decide vengarse de su papi. Reed Royal se acuesta con la novia de su papi. —Doy una arcada—. ¿Te das cuenta de lo retorcido que es eso?
—Sí —asiente con voz ronca—. Pero nunca he dicho que fuese un santo. He cometido muchos errores antes de conocerte.
—Reed. —Lo miro directamente a los ojos—. No voy a perdonarte nunca.
Sus ojos se iluminan. Parece estar decidido a demostrar que me equivoco.
—No lo dices en serio.
Doy un paso hacia la puerta.
—Nada de lo que digas o hagas conseguirá que olvide lo que vi en tu cuarto esa noche. Date por satisfecho con que no abra la boca, porque si Callum se enterase, perdería los papeles.
—No me importa mi padre. —Reed se acerca a mí—. Me dejaste —gruñe.
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