Aproximaciones a la filosofÃa polÃtica de la ciencia. ОтÑутÑтвуетЧитать онлайн книгу.
si lo hubiera hecho, las relaciones podrían haber sido más evidentes. 29 Ambos son formas limitadas de discurso, regidos por un sentido compartido de límites. La manera popperiana de acotar la ciencia, el uso de la falsificación como criterio de demarcación, podía haberlo conducido a pensar que no era necesario localizar un ethos o una tradición en qué apoyarse. Pero la diferencia entre la teoría verificacionista del significado y la falsificación sirve para ubicar a Popper del lado de ellos en el asunto del cientifismo como Weltanschauung. La verificación se enfrenta, por así decir, con aquellas formas de ostentoso conocimiento que la ciencia podría esperar sustituir o desacreditar. Va dirigida a una comunidad más amplia. La falsificación mira hacia dentro del proceso de discusión científica que regula, y en tal regulación se convierte en una variante de la discusión liberal.
El fantasma de Bernal
La idea convencional de ciencia que se desarrolla en la media centuria después de este debate acabado en los primeros días de la Guerra Fría, incluye componentes de la visión izquierdista de la ciencia, especialmente en relación al problema de la comprensión pública de la ciencia, pero fundamentalmente está constituida por elementos del punto de vista liberal. El libro de Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 30 constituye un replanteamiento de los puntos de vista de Conant sobre la ciencia, con unos cuantos cambios terminológicos, por ejemplo "paradigma" por "esquema conceptual", y una reducción más implacable de la ciencia a su aspecto teorético. Kuhn sacó los elementos "políticos" con los que Conant había tratado, pero la forma en que entendió los paradigmas lo distanció aún más de la izquierdista asimilación de la ciencia a la tecnología. La idea de "frustración de la ciencia" desapareció con la gran inversión en ciencia durante la época de la Guerra Fría y las posteriores inversiones de capital privado en biotecnología. Aunque la emergencia de la "tecnociencia" moderna como fenómeno, y los temas políticos asociados a su control, hacen que las preguntas de Bernal durante los años 30 sean nuevamente relevantes, lo hacen de una manera peculiar. La izquierda, en los años 60, se hizo participativa, y dio menos valor a la racionalidad superior de la ideología revolucionaria del pasado y más valor a los movimientos de protesta popular. Esto significaba que la izquierda dio la bienvenida a la protesta popular contra la ciencia y la tecnología, contra los expertos y el sistema capitalista global. La tecnociencia fue vista ahora como parte de este sistema.
Leyendo a Bernal hoy, se percibe el carácter crucial de ese cambio en el estatus de la ciencia en la izquierda. Un indicador del cambio es el hecho de que Bernal era, tan increíblemente como esto pudiera parecer, un defensor del calentamiento del hemisferio norte por medios tecnológicos, elogiando los esfuerzos de la Unión Soviética para hacer habitables sus regiones norteñas a través de cambios climáticos que habrían afectado a todo el hemisferio, como una aplicación heroica de la ciencia para el bienestar humano. 31
Es quizá sólo una cruel ironía que estos esfuerzos fueran parte del Gulag y que los campos establecidos por los soviéticos, y las líneas de ferrocarril que construyeron para servirles, fueran engullidas por el frío, teniendo éxito únicamente como medios para matar a aquellos condenados a trabajar en ellos.
Pero ¿somos más sabios que Bernal al apoyar algún tipo de control popular sobre la ciencia? o ¿es la noción de control popular de la ciencia, que Bernal y los liberales rechazaron, simplemente incoherente? ¿Qué diría Bernal hoy? Creo que, correctamente, él diría que es incoherente. El control popular de la ciencia, en el sentido estricto de ciencia, apoyado por la interpretación liberal de ciencia, es políticamente irrelevante, debido a que la ciencia es políticamente estática por diseño: se expresa en formas que son inaccesibles al público; no tiene aplicación inmediata; es susceptible de ser explotada en varios sentidos, pero uno no puede saber de antemano a quién "favorecerá"; consecuentemente el "control" racional, popular o científico de la ciencia, es imposible e indeseable. La ciencia en un sentido amplio es otra cosa. Pero no puede ser democrática en el sentido participativo. El papel de los expertos, de una u otra manera, usualmente encubierto, es el producto natural de la concepción extensiva de la ciencia, como los antiguos escritores de la izquierda lo comprendieron.
Sus razonamientos siguen siendo poderosos. El pueblo puede "controlar" la ciencia, ya sea a través de los expertos o bien por ignorancia. Éste fue el asunto del énfasis en la educación científica popular. Pero confiar en los expertos es ya ceder el control. Controlar de manera ignorante es sólo tener la ilusión de control. Solicitar la prohibición de los organismos modificados genéticamente sólo debido a miedos infundados o a la ansiedad, por ejemplo, es hacer pronunciamientos existenciales, mas no racionales o humanos, habría pensado Bernal. Una izquierda que deriva su programa de sentimientos nostálgicos no sería, de acuerdo a Bernal, una izquierda en absoluto. Y a una que aprovechó los miedos irracionales y el nacionalismo la habría desechado por fascista.
Llama la atención que Philip Kitcher en su reciente libro sobre ciencia, Science, Truth, and Democracy, 32 desande el camino de los izquierdistas aquí comentados. La noción de ciencia planificada para el bien público, el problema de la autoridad para seleccionar dicho bien y de su dependencia del avance científico, e incluso la idea de la ciencia como un mapa útil para múltiples propósitos, que son los puntos clave del texto, se encuentran ya en la literatura de los años 30, así como lo está la idea de que el contrato entre ciencia y sociedad y el dicho de que los expertos deberían estar dispuestos a servir a la sociedad en lugar de estar encima de ella. La actualización realizada por Kitcher de estos argumentos se encuentra con la dificultad, que reconociera Comte y Pearson, de que las ciencias sociales no pueden producir, al menos todavía no, el tipo adecuado de conocimiento. El interés de Kitcher está en el problema de usar las ciencias sociales para predecir los resultados de las decisiones a implementar, o para desarrollar ciertas formas de ciencia y tecnología, admite que no son capaces de suministrar la guía científica requerida. Con la idea de una medida rawlsiana de evaluación en mente, se propone algo más modesto: que tomemos el conocimiento adecuado de los efectos como la medida ideal con la cual juzgar las decisiones. Trata el problema de la autoridad en términos que recuerdan la etiqueta saintsimoniana de los trabajadores como "asociados", sugiriendo que las decisiones sean hechas a partir del modelo de la familia, con lo que quiere decir una asociación en la que cada uno proteja los intereses de otro y, si es necesario, de una manera paternalista. Reconoce la diferencia de conocimientos entre los participantes. Asume, como Saint-Simon lo hizo, que en una relación de asociación tipo familiar, las condiciones para la aceptación confiada en el conocimiento superior se sostendrá, y aquellos con conocimiento no abusarán de su poder por su propio interés o su autodesilusión y que serán, para ponerlo en palabras de Bernal, "comunistas". Sin embargo, no explica cómo los científicos adquirirían el carácter necesario para ejercer este autocontrol, y no puede explicar cómo algo de esto podría funcionar, como Saint-Simon no pudo explicar cómo la política sería reemplazada por la administración de las cosas. De hecho opta por tratar estos modelos impracticables como medidas morales ideales para evaluar lo que es efectivamente hecho, evitando así los asuntos difíciles que Bernal al menos intentó apuntar.
Los problemas con los que comenzó Condorcet y con los que luchó Saint-Simon, aún son los problemas de una izquierda razonable. Lograr esas metas de mejoramiento humano requiere un mayor uso de la ciencia; y que la misma gente se haga más científica. Para lograr esta meta no es suficiente promover la democracia, puesto que la gente no educada científicamente elegiría mal. Para hacerlos elegir bien, la tradición aquí descrita ha confiado en la idea de que la ciencia puede ser extendida a través de una educación científica y una ciencia social que pronostique sus efectos y facilite la difusión de conocimiento mediante el predominio de la ciencia como la visión del mundo. Este programa no tuvo éxito, de manera que lo que una concepción izquierdista de la ciencia requiere hoy es una manera de remplazarlo, o remplazar las metas que intentó alcanzar.
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