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Paris en América. Edouard LaboulayeЧитать онлайн книгу.

Paris en América - Edouard  Laboulaye


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hizo un profundo saludo y acompañó hasta la puerta á las costureras, con tanta política como si se tratára de un prefecto.

      —¿Es posible, esclamé yo, que en América las mujeres tengan derecho á hacer lo que se les antoja? ¿No es esto un desmentido dado á la esperiencia y al buen sentido? Meetings de costureras, coaliciones de lavanderas, una liga de parteras! La revolucion con frac es odiosa, pero la revolucion con polleras es ridícula.

      —Lo que es ridículo, respondió Truth con su flema ordinaria, es que los fracs se crean con derecho para oprimir á las faldas.

      —Está bien, repliqué. Verted en esas cabezas locas la embriaguez de la libertad, vereis cuales son las primeras víctimas.

      —Doctor, estais lúgubre, dijo Truth; á la menor sacudida que reciben vuestras antiguas preocupaciones, gritais que el mundo se acaba. Las mujeres, querido señor, son la mitad del jénero humano, esta es una verdad profunda que Aristóteles ha comprobado, pero que hace dos mil años nadie ha comprendido, escepto los americanos. Si nuestras mujeres no nos acompañan ni en nuestras esperanzas, ni en nuestros temores, nos harán tomar parte en sus debilidades y en sus caprichos. Necesitamos esposas, hijas y madres que amen la libertad con pasion, á fin de que los maridos, los padres y los hijos no pierdan nunca ese santo amor. Esas costureras os parecen ridículas,—yo las admiro, mientras rio de su anuncio; yo amo las almas jenerosas que tienen fé en la justicia y que defienden su derecho. Esas almas son las que hacen un gran pueblo: en eso consiste la superioridad de nuestro bello pais.

      —Acabemos el diario, dijo Humbug; hé aquí los mercados. Algodon, lana, carbon, hierro, harina, granos, puerco, carnero, vaca, heno, cobre, azúcar, café. Nada de particular, sino es en las harinas; las buenas marcas se han vendido á dos por ciento mas que las harinas comunes.

      —¿Qué marcas? dijo Truth, tomando el catálago; Colfax, Stevens, Pennington; es necesario subrayar esos nombres, é imprimirlos en grandes caracteres. Reis, doctor, no es esta una cosa insignificante. La responsabilidad individual, es la fuerza y la vida de las repúblicas. Es necesario que todos lleven inscriptos en la frente lo que son y lo que hacen. Ligar á la honradez, la reputacion y la fortuna, unir á la pilleria y la ruina, es el secreto de la moral y del gobierno, es un problema cuya solucion no ha encontrado ningun lejislador, y que, sinembargo, la prensa resuelve todos los dias.

      —Bello trozo, apropósito de una barrica de harina!

      —Y cuya aplicacion vereis al instante, dijo Humbug; aqui teneis: Mercados de cerdos: veinte barriles averiados, de las marcas de Tomas y de Williams. Subrayar estos dos nombres indignos,—es echarlos del mercado.

      —No lo hareis, grité, no teneis derecho para ello.

      No contento con ser el gobierno; ¿quereis aun ser la policia?

      —Lo habeis dicho, respetable doctor, replicó Humbug; somos la policia y algo mas todavia: somos la conciencia pública. Somos nosotros los que damos el honor y la fortuna: Honestus rumor alterum patrimonium est[24].

      Abrid los ojos cuanto querrais si os agrada, y gritad á voz en cuello si eso os divierte. Pero, si hablais seriamente, en verdad que os han cambiado en la cuna, no sois un Americano.

      —Tú no sabes, me dije, tú no sabes, ignorante, cuanta razon tienes. No sabes hasta que punto desprecio á un Don Quijote bastante loco para tomar á pecho el interés de otro, el interés del primer desconocido, y eso sin mision y sin honorarios. ¡Hé ahí lo que es un pais sin funcionarios! Es necesario que todos se ocupen hasta de sus propios negocios. ¡Eso es ridículo! En Francia, una administracion intelijente y compacta me libra de todo jénero de cuidados: soy rey: se me sirve: gozo en paz de una prosperidad y de una grandeza que no me cuestan sino mi dinero. Es el triunfo de la civilizacion, ó yo no entiendo jota.

      —Hé aquí la Bolsa, dijo al entrar un jóven hipando por haber corrido.

      —¿Nada de nuevo?—preguntó Humbug.

      —Nada, sinó el empréstito mejicano.

      —¿Qué dicen de él? Eujenio, dijo Truth.

      —Fiasco completo, es una fulleria del viejo Little.

      —Cómo, una fulleria! dije leyendo el programa de la Bolsa; el empréstito ha subido un dollar sobre el precio de emision.

      —Little ha comprado con una mano lo que vendia con la otra, dijo Truth; la broma es vieja y entre nosotros nunca hará fortuna. No somos bastante carneros para eso—Señor Rose, agregó dirijiéndose al recien llegado, hacedme para mañana un artículo sobre este asunto; ved á los ajentes de cambio y decidme toda la verdad.

      —Estará hecho esta noche, Señor Truth; tendré mas datos que los que necesito.

      —Señor, dije á aquel jóven, cuyo nombre me anunciaba un hijo del boticario, y, ay de mi! un hermano de mi yerno; los negocios deben ser muy dificiles con esa costumbre de descubrirlos en provecho del público.

      —Señor, respondió Eujenio, en tono desvergonzado, los negocios son tanto mas fáciles cuanto son mejor conocidos. En la Bolsa, la mentira es la ruina, la verdad, es la riqueza.

      —Bueno, dije para mi, todos dicen la misma necedad. En Paris, centro de la intelijencia, capital del injenio, todo el mundo sabe que los negocios que preocupan al público, son aquellos que no entiende. ¿Qué puede dar un negocio conocido? El cinco ó el seis por ciento cuando mas, mientras que los desconocidos prometen el quince ó el veinte por ciento: ahí está el secreto del banquero. Aquí se cambia valor por valor, es un comercio miserable; en Paris, se compra la esperanza; es la poesia del juego, es el encanto de la loteria. ¿Qué le importa á un Francés perder su dinero?—eso es prosa. Devorar las riquezas con el pensamiento, satisfacer en sueños las pasiones, los caprichos, la ambicion, hé ahí el ideal; se paga, es cierto, pero, ¿cuándo es caro una ilusion?

      —Amigo Humbug, dijo una voz gañidora, aqui teneis dos avisitos que quisiera insertar en tu diario; me harás una buena rebaja; los tiempos son malos.

      El que hablaba así, era un hombrecillo de larga levita y cubierto con un inmenso sombrero; su aspecto, su jesto, su traje decian á todo el mundo:—Miradme, soy cuácaro.

      Humbug tomó los dos avisos y se echó á reir.

      —Son chuscos, dijo, pero no los entiendo.

      Y leyó lo que sigue:

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