Las cinco invitaciones. Frank OstaseskiЧитать онлайн книгу.
el sudeste asiático es común que, como parte de su educación, los jóvenes entren a la vida monástica por un periodo de un año, que podría convertirse en toda una vida. Cuando se incorporan a la comunidad, se les rapa ritualmente y se les da su túnica de novicios, de un vivo color azafrán. En ermitas en los bosques, esos jóvenes monjes reciben la instrucción de introducirse en la selva, sentarse a meditar y permanecer ahí hasta que sepan que ése es el lugar al que pertenecen.
Esta “pertenencia” que buscan los jóvenes monjes representa algo más que una mera membresía a cierta comunidad monástica. Se les alienta a reflexionar en una sensación fundamental de pertenencia, la cual implica la desaparición de las diferencias.
Esto se asemeja a lo que ocurre naturalmente en el proceso de la muerte. Las formas en que hemos definido nuestro “yo”, las identidades que hemos asumido durante tanto tiempo —de madre o padre, proveedor o cuidador, persona solitaria o sociable, rico o pobre, éxito o fracaso—; todas estas descripciones son despojadas poco a poco por la enfermedad y la vejez, o renunciamos a ellas de buena gana. Descubrimos entonces algo más elemental e integrador, una verdad fundamental de la naturaleza humana.
Numerosas tradiciones espirituales y cosmologías, como la de los antiguos griegos, han sugerido que toda la vida se compone de cuatro elementos básicos: tierra, agua, fuego y aire. El Zohar, texto místico judío escrito en el siglo XIII, vio esos cuatro elementos como el fundamento de toda sustancia. Otras visiones del mundo, como el pensamiento indio y la filosofía china, hablan de cinco o seis elementos esenciales. El budismo señala que cada uno es un proceso en permanente cambio, más que algo estático. Se dice que todos esos componentes se disuelven cuando morimos, a través de un proceso interdependiente del cuerpo y la mente. Los cuatro elementos son algo más que una forma física; son estados emocionales y mentales, procesos creativos. Poseen un espectro de características: la dureza y la suavidad de la tierra, la fluidez y la cohesión del agua, la osadía y el calor del fuego, la quietud y el movimiento del aire.
A veces las explicaciones médicas de los signos y síntomas de la proximidad de la muerte son demasiado estériles y extrañas. Yo he sentido con frecuencia que el modelo de los cuatro elementos es útil cuando los parientes velan, a lo largo de muchos días y noches de continua agonía, a sus seres queridos. Es una manera de comprender cómo liberarnos de nuestras identidades y las características que las componen. Todo se disuelve: los elementos físicos del cuerpo, los pensamientos, percepciones y sentimientos, todas nuestras circunstancias en su totalidad.
Samantha tenía cuarenta y cinco años y era guía de excursiones. Una larga noche me senté a su lado mientras su esposo, Jeff, fallecía. Ella me preguntó qué podía hacer para ayudarlo.
Le pregunté:
—¿Qué haces cuando tus hijos se enferman?
—Me siento en silencio junto a su cama —contestó—, o me acurruco con ellos. Hablo menos y escucho más. Les hago saber que estoy a su lado; les repito con palabras y caricias que los quiero mucho.
—¡Qué hermoso! —exclamé—. ¿Qué más?
Vi que recordaba cosas que ya sabía; casi susurró:
—Intento crear un ambiente pacífico y agradable para que no sientan miedo. Trato de hacer cosas sencillas en forma muy atenta. Les prometo que no los dejaré solos. Les digo que es normal que se hayan enfermado y que no durará para siempre —sollozó y después rompió a llorar—. ¡Pero nunca había vivido esto de la muerte! No entiendo qué pasa.
Es natural que una pérdida nos haga sentir que nos derrumbamos; sería inútil que tratáramos de impedirlo. A menudo nuestros antiguos mecanismos de respuesta no dan resultado en ese nuevo contexto. Buscar nuestra base o recordar qué ha sido lo más significativo para nosotros puede ayudarnos a estar presentes en lo que experimentamos. Para algunos, aquello es el aliento o la fuerza que reciben de su relación; para otros, sus tradiciones culturales o su fe religiosa. La iglesia de Samantha era la naturaleza.
En vista de que yo sabía que Jeff y ella se habían enamorado en un campamento, le pregunté qué era lo que más le gustaba de la naturaleza.
—Estar en medio de ella, ser parte de ella —respondió—: las rocas que subo, la lluvia que me cala los huesos, el frío cielo nocturno, los vientos que recorren las montañas y que llevan sonidos y olores hasta mis pies. Ése es mi verdadero hogar, el sitio al que de verdad pertenezco.
Samantha y Jeff habían vivido en la naturaleza; conocían sus maneras y su idioma, y la veían como parte de ellos mismos. Me atreví a sugerir entonces que quizá Jeff estaba “en medio de ella”, era “parte de ella”. En un sentido muy elemental, su cuerpo estaba hecho de tierra, agua, fuego y aire, de tal forma que al fallecer estaba regresando a la naturaleza que ambos amaban tanto.
El cuerpo de Jeff se había puesto rígido; esto sucede cuando el elemento tierra se debilita. En las primeras etapas de la muerte, la gente puede quejarse de que se le entumen los pies o las piernas. Éstos pueden volverse insensibles, difíciles de mover.
—¿Puedes ver el elemento tierra en Jeff? ¿Era una persona sólida? —pregunté.
Samantha lo tomó de la mano y besó su cabeza. Rio y dijo con ternura:
—¡Siempre ha sido muy obstinado y testarudo!, aunque su piel es de lo más suave.
Se refería no sólo a sus cualidades físicas, sino también a sus características de personalidad, las cuales veía disiparse.
—Bueno —dije—, era sólido, una forma que pierde su fuerza, que está perdiendo energía, incapaz de sostenerse más. Pensé en un par de líneas de Cuna de gato, de Kurt Vonnegut:
Y yo era parte del lodo que se irguió y miró en torno suyo.
¡Bendito yo, bendito lodo!2
Cuando el elemento tierra —la forma— se disuelve, da paso al agua. La persona que está muriendo puede experimentar entonces dificultad para tomar líquidos, incontinencia urinaria o intestinal y mala circulación de la sangre.
En los días previos, Samantha le había dado a Jeff sorbos de agua, y más tarde pedazos de hielo; ahora humedecía su boca con una esponja porque él ya no podía beber. Habló de la libertad y creatividad que Jeff y ella compartían cuando planeaban una excursión. Dijo que días antes había visto que el cuerpo y la mente de Jeff comenzaban a contraerse de miedo. Le recordé el elemento agua y sus rasgos tanto de fluidez como de cohesión. Hablamos de los grandes ríos, de que algunos se secan en ciertas estaciones y de los desprendimientos de hielo de los glaciares de Alaska, del modo en que sus extremos se separan y se deslizan bajo el agua.
El poeta persa Ghalib escribió: “Para la gota de lluvia es una gloria entrar al río”.3
Ahora el elemento agua se disolvía y daba paso al fuego. Cuando esto sucede, la temperatura del cuerpo fluctúa. Las infecciones pueden producir fiebre, o un metabolismo lento causar que la piel se ponga fría y húmeda.
A medida que Jeff se acercaba a la muerte, las manos y los pies se le enfriaron y el calor se acumuló en el centro de su cuerpo, hacia su gran corazón. Samantha recordó el fuego apasionado de su amor, sus acaloradas discusiones y la horrible sensación de apartarse uno del otro en la cama en señal de fría indiferencia. Lo besó de la cabeza a los pies y se disculpó por haber discutido con él en varias ocasiones.
Los científicos especulan que hace mucho tiempo una estrella explotó en alguna zona de nuestra galaxia y arrojó grandes cantidades de gas y polvo. Al cabo de miles de millones de años, esta supernova formó nuestro sistema solar. Los poetas dirían que alguna vez fuimos estrellas brillantes que ahora se han enfriado, luz del sol cristalizada en forma humana.
El elemento fuego se disolvía para dar paso al aire. En esta última etapa de la muerte física, la gente suele exhibir drásticos cambios en sus patrones respiratorios, una respiración lenta y rápida con largas pausas entre exhalaciones e inhalaciones. A