La práctica integral de vida. Ken WilberЧитать онлайн книгу.
carbono, posea cualidades y pueda hacer cosas que a ellos les resultan imposibles, forman parte de nuestra configuración física. De hecho, el ser humano depende del átomo de carbono o, dicho en otros términos, el átomo de carbono es más fundamental que el ser humano. Y es que, si pudiésemos extirpar de la existencia los átomos de carbono acabaríamos también, del mismo plumazo, con todos los seres humanos (y también, dicho sea de paso, con todos los seres vivos). Nuestra configuración incluye aspectos procedentes de casi todos los eslabones de la secuencia evolutiva, desde los átomos hasta las moléculas, las células individuales, las células neuronales, los sistemas límbicos y el complejo neocórtex, lo que nos permite hacer cosas tan asombrosas como contemplar la evolución kósmica o utilizar el lenguaje simbólico. Este proceso de profundización, que va de lo simple a lo complejo y de lo menos consciente a lo más consciente, puede rastrearse a lo largo de los miles de los millones de años que ha requerido la evolución kósmica en la que cada nuevo nivel trasciende, a la vez que incluye, todo lo anterior, llegando a niveles cada vez más elevados de novedad y de conciencia creativa.
Cada uno de los cuatro cuadrantes muestra niveles de evolución diferentes. Los cuadrantes de la mano izquierda miden el desarrollo en términos de profundidad o de conciencia interior, mientras que los de la mano derecha lo hacen en términos de complejidad exterior. Pero el hecho de que los cuatro cuadrantes “tetraemerjan” implica que el aumento de la conciencia interior se corresponda, hablando al menos en términos generales, con un aumento de la complejidad exterior.
Así, por ejemplo, la emergencia del neocórtex complejo del cuadrante superior-derecho se corresponde con la emergencia, en el cuadrante superior-izquierdo, de la inteligencia superior. Y esto, a su vez, va acompañado del florecimiento respectivo, en los cuadrantes inferior-izquierdo e inferior-derecho, de la cultura humana y de las civilizaciones. Y es que las cuatro dimensiones han evolucionado (¡y siguen evolucionando!) simultáneamente en olas de complejidad y conciencia cada vez más elevadas.
Lo que esto significa para nuestra evolución personal es que podemos centrarnos deliberadamente en armonizar el desarrollo de los cuatro cuadrantes para alcanzar olas de conciencia y compasión más elevadas. Ésta es, de hecho, la función primordial de la Práctica Integral de Vida. La interrelación existente entre los cuatro cuadrantes es tan elevada que el desarrollo global debe ocurrir en todos ellos. Y es que, si alguno de los cuadrantes se queda rezagado, tiende a lastrar el desarrollo de los otros tres. Por ejemplo, si está tratando de alcanzar, en el cuadrante superior-izquierdo (es decir, en su conciencia interior), un estado de claridad, de poco le servirá el desorden de su despacho (cuadrante inferior-derecho). Ése es, precisamente, el motivo por el cual, cuando aspiramos a centrarnos en nuestra mente (interior), tendemos instintivamente a ordenar nuestra habitación (exterior).
Y semejante dinámica opera también en sentido contrario. Quien trate, por ejemplo, de alcanzar un nivel más elevado de salud y bienestar físico (cuadrante superior-derecho), puede beneficiarse de la relación con personas que valoran el ejercicio, cuidan la alimentación y viven una vida sana (cuadrante inferior-izquierdo). Y lo mismo podríamos decir con respecto al resto de los cuadrantes.
Figura 5.4 Aumento de conciencia = aumento de complejidad
El desarrollo y el avance a niveles superiores de salud y de conciencia implica la trascendencia y la inclusión de quienes antes éramos. Así es, precisamente, como el viejo yo acaba convirtiéndose en un nuevo yo que, despojándose de los aspectos provisionales del viejo, asume sus facetas duraderas. Y así es también como cada nueva perspectiva superior y más elevada nos permite ver cosas que antes nos resultaban invisibles. Estoy seguro de que el lector habrá experimentado ya algo parecido, ¿no es así? ¿Es usted acaso la misma persona hoy que hace diez años? Basta, para ello, con echar un vistazo al viejo yo y, reconociendo los muchos rasgos trascendidos, advertir también aquellos otros que han permanecido.
Para ilustrar este punto, veamos ahora un simple modelo del desarrollo moral que abarca cuatro niveles o estadios. En el momento de su nacimiento, el niño todavía no se ha socializado en la ética y convenciones de la cultura en la que se encuentra y, al hallarse inmersa en sí misma, la conciencia de este estadio se denomina pre-convencional o egocéntrica. No puede asumir la perspectiva de los demás y no puede considerarlos semejantes y, por tanto, merecedores de consideración moral. Sin embargo, en la medida en que interioriza las normas y reglas de su cultura, avanza hasta el estadio moral convencional, llamado también etnocéntrico, porque se centra en el grupo, tribu, clan o nación concreta a la que pertenece, y tiende, por tanto, a no respetar a quienes no forman parte de su grupo. En el siguiente estadio superior del desarrollo moral, el estadio post-convencional, la identidad del individuo experimenta una nueva expansión que le lleva a incluir, en esta ocasión, el respeto y la preocupación por todas las personas, independientemente de raza, color, sexo o credo, razón por la cual se denomina también estadio mundicéntrico. Si el proceso de desarrollo del individuo sigue avanzando (asumiendo quizás una PIV) alcanzará el estadio post-postcon-vencional o kosmocéntrico del desarrollo moral, en el que ya es capaz de identificarse y de respetar a todos los seres sensibles.
Investigadores evolutivos, como Robert Kegan, de la Harvard University, consideran que el proceso de crecimiento y desarrollo de la conciencia consiste en ir cobrando conciencia de aquello que anteriormente configuraba nuestra percepción o, dicho de otro modo, del modo en que el sujeto de un nivel acaba convirtiéndose en el objeto del sujeto propio del siguiente nivel.
Así pues, el desarrollo moral tiende a avanzar desde el “yo” (egocéntrico) hasta el “nosotros” (etnocéntrico), el “todos nosotros” (mundicéntrico) y el “todos los seres sensibles” (kosmocéntrico), en un claro ejemplo del modo en que el despliegue de los estadios de la conciencia trasciende el narcisismo y va adentrándose en la capacidad de asumir perspectivas cada vez más amplias y profundas.**
egocéntrico = yo
etnocéntrico = nosotros
multicéntrico = todos nosotros (es decir, todas las personas y el planeta en que vivimos)
kosmocéntrico = todos los seres sensibles (es decir, el despliegue del Kosmos)
El proceso de desarrollo trasciende naturalmente las limitadas perspectivas de los niveles inferiores. Mal puede, un aspecto de la conciencia perteneciente a un nivel inferior, erigirse en el centro del universo. Con la comprensión y aceptación de los niveles como hitos progresivos y permanentes del proceso de desarrollo evolutivo llega el impulso implícito de crecer hasta los niveles superiores y de ayudar a los demás a hacer también lo mismo. La Práctica Integral de Vida nos proporciona una forma global y elegante de vivir este impulso básicamente evolutivo.
Figura 5.5 Estadios del desarrollo moral
Pero, dicho esto, también tiene sentido estar donde estemos. ¿Juzgaríamos acaso a un recién nacido por no saber caminar todavía? ¿Culparíamos a un niño de cinco años por no saber calcular? Ningún nivel del desarrollo está mal ni está equivocado. Todos forman parte de una secuencia natural cuya misma existencia es perfecta. Pero, aunque todos los niveles sean parcialmente ciertos, los superiores son (por definición) más elevados, porque trascienden, a la vez que incluyen, a los inferiores.
No existe ningún nivel que sea absolutamente superior, porque siempre pueden emerger niveles más elevados ¡lo que, nos guste o nos desagrade, acabará ocurriendo! No conviene, pues, que nos convirtamos en fanáticos del desarrollo sino, muy al contrario, que aprendamos a ser amables con nosotros mismos. Nuestra tarea, en tanto que practicantes integrales, consiste en operar desde todos los niveles de los