Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez RamilЧитать онлайн книгу.
href="#ulink_98c249ef-af66-5955-b64d-a5c736669a98">[50] en octubre de 1876; como la joven residía en Bilbao, la relación fue casi exclusivamente epistolar y muy larga, debido a la oposición del progenitor de ésta.
Desde el momento en que Giner concibió la idea de convertir en su esposa a María Machado, se empeñó en «hacerla a su medida», y para ello le envía libros (sus propios Estudios de literatura, David Copperfield de Charles Dickens o un folleto de monseñor Félix Dupanloup) y le da consejos sobre música y sobre relaciones sociales. Mientras González de Linares aspira a casarse con la joven y dulce Juana Lund Ugarte, Giner persevera en su intención de formar a la prima de ésta, María Machado Ugarte, en un afán común tan propio de los krausistas. Este tipo de unión-comunión, rara vez consumada, suscitó diversas interpretaciones; no se aspiraba tanto al matrimonio como a «una especie de falansterio en el que las mujeres deben ser reeducadas para servir de compañeras fieles y amables de unos hombres dedicados al advenimiento del Ideal»[51].
Giner nunca dio el paso imprescindible de hablar con don Manuel Machado, padre de María, un comerciante adinerado que no veía con buenos ojos el matrimonio de su querida hija con un profesor de mediano pasar y dudosa reputación política. Giner y María Machado limitaron su relación a la correspondencia hasta finales de 1880, momento en el que la propia María, dándose cuenta de que lo realmente importante para Giner es la obra de la Institución, rompe el frágil compromiso, declarando: «Yo soy también una de sus discípulas que nunca olvidará lo que le ha enseñado guardando a su maestro un recuerdo y agradecimiento eterno […]»[52].
El amor se había convertido en pedagogía, como no podía ser menos en Giner; después de este fracaso sentimental no volverá a nombrar a María Machado ni a considerar la posibilidad de contraer matrimonio: su hogar será la casa de la Institución; su familia, la de su discípulo predilecto, Manuel Bartolomé Cossío (su «hijo adoptivo»), que se casó con la gallega Carmen López-Cortón[53]; sus nietos, los alumnos (que cariñosamente lo llamaban «el abuelo») y su dedicación absoluta, la enseñanza. Como él, muchos institucionistas permanecieron solteros. Señala A. Jiménez-Landi:
La mujer española de clase acomodada no les vale por su carencia de una instrucción a propósito y por su dogmatismo. Y dña. Emilia [Pardo Bazán] acierta cuando dice que el modelo exigido por un intelectual del corte de los Calderón, Linares y Giner, sólo puede hallarse allende los Pirineos. De aquí la preocupación de D. Francisco por educar a las jóvenes de nuestro país con unos cánones a la europea, empeño que fue otro de los fines perseguidos por la Institución[54].
Giner tenía claro el tipo de mujer que convenía a hombres como él, un tipo de mujer difícil de encontrar, en efecto, debido al peso de la Iglesia católica en la sociedad española. Lo expresa de forma clara y sin rodeos en una carta a Joaquín Costa, uno de sus más queridos discípulos:
V. no debió entregarse y dar aliento a sus primeras simpatías, hasta asegurarse de que esa señorita reunía todas las condiciones esenciales para hacer su vida con la V. una sola […]. Sin que la mujer tenga tal espíritu de tolerancia que crea que su marido, cualquiera que sea su fe, será bendecido y amado por Dios, si es bueno, sin una tolerancia que llegue precisamente hasta aquí, la vida del hogar es muy difícil; no basta la tolerancia escéptica, ni el propósito de atraer al hombre al antiguo redil, para mantener viva la comunión de las almas. Y, a veces, esta comunión se hace imposible y estalla la discordia; pero, sin llegar a esto, hay siempre en los matrimonios de esta clase una como niebla que todo lo enfría y envuelve y amarga de contrariedad[55].
Después de tan elocuente explicación, Giner remacha:
Si V. cree poder persuadir a esa señorita de que puede «irse a la gloria» casada hasta con un ateo, persuádala y cásese. Pero persuádala V. en realidad y de hecho, no en apariencia; para siempre y en frío, no para el primer mes de matrimonio, ni en momentos de rapto, pasión o aun compasión […]. Busque una compañera que ofrezca mejores garantías de cordial inteligencia. V. la hallará; y, aleccionado por esta triste historia, se ocupará más de educarla y formarla con arte que de enamorarla. Éste es el verdadero modo de «hacer el amor», como se dice, y el verdadero objeto del periodo de relaciones de intimidad que precede al matrimonio[56].
Ante esta concepción esencialmente «pedagógica» del amor, que tanto gustaba a Giner, no extraña que Joaquín Costa responda, abrumado:
V. no es un hombre, es una categoría […]. Me espanta su fortaleza; envidio el temperamento y la robustez de su voluntad; haré por imitarle […]. Es verdad: nada de comunión de penas; nada de válvulas, sonría la primavera sobre el cráter; ya que nacemos llorando, muramos riendo; seamos héroes, no mujeres: tengamos corazón para sufrir y esconder el sufrimiento[57].
No era fácil para los krausistas primero y los institucionistas después encontrar a mujeres a su altura en España, de ahí que renunciasen a casarse o que contrajesen matrimonio con extranjeras, sobre todo inglesas. Un hecho que contribuirá a preservar el «espíritu» institucionista en toda su pureza hasta el último momento será la frecuencia de matrimonios dentro del propio entorno; una y otra vez se repetirán los apellidos de las mismas familias hasta configurar un círculo endogámico estrecho y muy sólido, a prueba incluso de circunstancias adversas.
Como todos los colaboradores de Fernando de Castro y, siendo además el más destacado, Giner se ocupó de la cuestión de la educación de la mujer en numerosos escritos, que analizamos a continuación.
Obra escrita
Giner, como sus antecesores krausistas, incide en que el problema esencial de España es el talante de sus hombres, apático y endeble como el «de todas las razas degeneradas y empobrecidas por una larga Historia desencajada de su centro»[58]. Para corregir este nefasto talante y construir el «hombre nuevo», la mejor arma es la que traza la personalidad, la educación pero una educación libre de encorsetamientos reglamentísticos y de ingentes acopios de datos a la postre inútiles, una educación en la que haya «mucho juego corporal y gimnástico, mucho taller, mucho aire libre, mucho aprendizaje de la sociedad y sus resortes, mucho movimiento, poco libro y mucho jabón y agua […]»[59].
Este nuevo proyecto humano precisaba junto a él a una mujer diferente de la típica española de clase media, poco instruida y entregada a labores de mano tan arduas como poco atractivas o a obras de caridad, más por cumplir con lo que dicta el buen tono y satisfacer a la beatería que por verdadero sentimiento benéfico; una mujer capaz de instruir a los hijos convenientemente, como quería Fernando de Castro, y de hacer del matrimonio «una unión total»; una mujer culta que retuviera con su encanto al hombre en el hogar y encaminara su descendencia por una senda de rectitud y equilibrio, porque
no es la cultura una necesidad para el hombre y un adorno para la mujer, sino que, por el contrario, es en ésta, sobre todo en la casada, una condición indispensable para la propia felicidad y para que pueda contribuir a la de su marido y preparar la de sus hijos. Sólo atendiendo al cultivo de sus facultades, podrá ser capaz de interesarse vivamente en todo cuanto importa al compañero de su vida […][60].
Es, con la intención de contribuir a formar a la digna compañera del «hombre nuevo y regenerador», con la que Francisco Giner colabora en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, impartiendo clases de Psicología en la Escuela de Institutrices durante el curso 1870-1871; las lecciones fueron recopiladas en un