Relación y amor. Jiddu KrishnamurtiЧитать онлайн книгу.
El acto de mirar le ha mostrado algo; el mirar ha sido su propio gurú, si quiere expresarlo de esta manera. Depende de cada uno mirar o no, nadie puede obligarle. Pero si mira porque quiere ser recompensado o por miedo al castigo, ese motivo le impide que pueda ver. Para ver tenemos que estar libres de cualquier autoridad, tradición, temor, y del pensamiento con sus astutas palabras. La verdad no se encuentra en algún lugar distante; la verdad está en la observación de lo que es. Verse a uno mismo tal como es –desde ese estado de darse cuenta en el que no entra ninguna forma de elección– es el principio y el final de toda búsqueda.
CAPÍTULO 7
El pensamiento no puede comprender ni explicarse a sí mismo qué es el espacio. Cualquier cosa que el pensamiento formule estará dentro de los límites de sus propias fronteras y, obviamente, ése no es el espacio donde la meditación pueda darse. El pensamiento tiene siempre un horizonte, pero la mente meditativa no lo tiene. La mente no puede pasar de lo limitado a lo inmenso, ni puede transformar lo limitado en ilimitado; lo uno tiene que cesar para que lo otro sea. La meditación consiste en abrir la puerta a una inmensidad que no es posible imaginar ni especular sobre ella. El pensamiento es el centro alrededor del cual existe el espacio de la idea y ese espacio puede expandirse con nuevas ideas, pero esa expansión que es fruto de cualquier estímulo, no es la inmensidad sin centro. La meditación es comprender ese centro y, por tanto, ir más allá de él. El silencio y la inmensidad van juntos, y la inmensidad del silencio es la inmensidad de una mente que no tiene centro. La percepción de este espacio y del silencio no son cosa del pensamiento, porque el pensamiento sólo puede percibir sus propias proyecciones; y cuando las reconoce, ésa es su propia limitación.
Se cruzaba el arroyuelo por un puente destartalado, hecho de cañas de bambú y barro. El arroyo se unía al río grande y desaparecía en la corriente impetuosa de sus aguas. El pequeño puente estaba lleno de agujeros y teníamos que caminar con mucho cuidado. Después de subir la cuesta arenosa, se pasaba cerca de un pequeño templo y, más adelante, junto a un pozo que era tan viejo como los pozos de la Tierra. El pozo se encontraba en un recodo de la aldea, donde había muchas cabras, así como hombres y mujeres hambrientos con el cuerpo envuelto en sucias telas; hacía mucho frío. Los hombres pescaban en el río grande, pero aun así, estaban muy flacos, demacrados, envejecidos, y algunos de ellos mutilados. En pequeños aposentos lúgubres y oscuros, de ventanas muy pequeñas, las tejedoras de la aldea fabricaban saris bellísimos en seda y brocado. Era una industria que pasaba de padres a hijos, pero los que se quedaban con las ganancias eran los revendedores y tenderos.
La gente no atravesaba la aldea, sino que doblaba a la izquierda y seguía un sendero que se consideraba sagrado, porque se suponía que el Buda lo había recorrido 2.500 años atrás, y peregrinos de todo el país venían a recorrerlo. Este sendero cruzaba verdes campiñas, entre plantaciones de mangos, guayabos, y de algunos templos dispersos. Una de las antiguas aldeas, probablemente más vieja que el Buda, tenía muchos santuarios y lugares donde los peregrinos podían pasar la noche. Todo estaba medio en ruinas, pero a nadie parecía preocuparle demasiado, mientras las cabras vagaban por el lugar. Había grandes árboles, y un viejo tamarindo tenía la copa cubierta de buitres y de una bandada de loros. Se les veía llegar y luego desaparecían entre el verde follaje del árbol; su color era idéntico al de las hojas y, aunque se oían sus chillidos, era imposible verlos.
A ambos lados del sendero se extendían los sembrados de trigo invernal; a lo lejos se veía a los aldeanos y el humo del fuego sobre el cual cocinaban; había una gran quietud, mientras el humo ascendía en línea recta. Un toro fuerte, de apariencia feroz pero más bien inofensivo, vagaba por los sembrados comiendo el grano a medida que el agricultor lo dispersaba a lo largo y ancho del campo. Había llovido durante la noche y el polvo espeso se había asentado en el suelo. El Sol calentaría con más fuerza durante el día, pero ahora había nubes densas y era agradable caminar a la luz del día, oler la tierra limpia y ver la belleza del lugar. Era una tierra muy antigua, llena de encanto, y de tristeza humana, con tanta pobreza y aquellos templos inútiles.
«Habla mucho acerca de la belleza y el amor, y después de escucharle no sé exactamente lo que significan ninguna de estas dos palabras. Soy un hombre corriente, pero he leído mucho, tanto libros de filosofía como de literatura. Según parece, las explicaciones que los libros ofrecen difieren de lo que usted dice. Podría citarle lo que los antepasados de este país mencionan sobre el amor y la belleza, y también lo que creen en occidente, pero ya sé que no le gustan las citas, debido a la autoridad que sutilmente implican. Pero, señor, si le parece bien, podríamos examinarlo y, tal vez, seré capaz de comprender lo que el amor y la belleza significan.»
¿Por qué en nuestras vidas hay tan poca belleza? ¿Por qué son necesarios los museos con sus pinturas y estatuas? ¿Por qué tenemos que escuchar música o leer descripciones de paisajes? El buen gusto puede enseñarse o quizás sea innato en uno, pero el buen gusto no es belleza. ¿Se encuentra la belleza en las cosas que hemos construido –en el flamante avión, en la grabadora, en el fastuoso hotel moderno o el templo griego, en la belleza de las líneas, en la complicada máquina, o en el arco de un hermoso puente que cruza una profunda cavidad?
«¿Quiere decir que no hay belleza en las cosas que están maravillosamente construidas y funcionan a la perfección? ¿No hay belleza en una obra artística de calidad sublime?»
Por supuesto que la hay. Cuando uno observa el interior de un reloj de bolsillo, ve que es increíblemente delicado y que posee cierta cualidad de belleza, como la tienen algunas columnas de mármol antiguas o las palabras de un poeta. Pero si la belleza se reduce a eso, entonces se trata sólo de la reacción superficial de los sentidos. Cuando uno ve una palmera, solitaria frente a la puesta del Sol, ¿es el color, la quietud de la palmera, la paz del atardecer lo que hace que uno sienta la belleza? ¿o es la belleza, como el amor, algo que está más allá del tacto y de la vista? ¿Es cuestión de educación, de condicionamiento, el decir: «Esto es bello y aquello no lo es»? ¿Es cuestión de costumbre, de hábito, de estilo, decir: «Esto es inmundicia, pero eso es orden y en él florece la bondad»? Si en realidad es todo una cuestión de condicionamiento, entonces es un producto de la cultura y de la tradición y, por tanto, no es belleza. Si la belleza es el resultado o la esencia de la experiencia, entonces, tanto para el hombre de occidente como el de oriente, la belleza depende de la educación y de la tradición. ¿Es el amor, como la belleza, privativo del Este o del oeste, del cristianismo o del hinduismo, del monopolio del Estado o de una ideología? obviamente no es nada de esto.
«Entonces, ¿qué es?»
Como sabe, señor, la austeridad de la propia renuncia es belleza. Sin austeridad no hay amor; y sin esa renuncia, la belleza carece de realidad. Por austeridad entendemos, no la rigurosa disciplina del santo, del monje o del comisario político con su orgullosa abnegación, o la disciplina que les da poder y reconocimiento, eso no es austeridad. La austeridad no es rigurosa, no es una reafirmación disciplinada de la importancia personal de uno, no es la negación de toda comodidad, o los votos de pobreza y celibato. La austeridad es inteligencia suma; únicamente puede existir cuando hay la propia renuncia, y eso no puede ser fruto de la voluntad, de la elección, o de un intento deliberado. El acto de la belleza es lo que genera el abandono, y es el amor lo que trae la profunda claridad interna de la austeridad. La belleza es ese amor, y cuando hay amor toda comparación y medida han terminado. Entonces ese amor, haga lo que haga, es belleza.
«¿Qué quiere decir con “haga lo que haga”? Si uno renuncia a sí mismo, no le queda nada por hacer.»
El hacer no está separado de lo que es. Lo que engendra conflicto y perversidad es la separación; cuando esa separación no existe, el mismo vivir es un acto del amor. La profunda sencillez interna de la austeridad hace que la vida no tenga dualidad alguna. Éste es el viaje que la mente debe emprender, para descubrir la belleza que las palabras no pueden expresar; y este viaje es meditación.
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