Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio FernandezЧитать онлайн книгу.
XV). La Cristiandad fue una de las posibles concreciones sociales del cristianismo, pero nada nos autoriza a identificarla con la organización sociopolítica cristiana par excellence, en el supuesto caso de que hubiera alguna. La Cristiandad medieval se presenta como Jano, el dios bifronte de los romanos: un rostro cristiano —y, por tanto, profundamente humano— que ofreció a los hombres la posibilidad de dar una respuesta con sentido a los principales interrogantes de la existencia humana, y que, al mismo tiempo, dio vida a manifestaciones sociales que salvaguardaban valores imperecederos como las universidades y los hospitales. La otra cara de la Cristiandad, que denominaremos clerical, se concreta en la frecuente confusión de los órdenes natural y sobrenatural, que llevó a dos identificaciones injustificadas: la del poder espiritual con el poder político y la de la pertenencia a la Ciudad de Dios con la pertenencia a la ciudad terrena.
El problema de la Cristiandad medieval es un problema político. Si el poder espiritual y el poder temporal tienen el mismo origen y el mismo fin, la identificación de ambos está justificada y la separación o distinción es innecesaria. Pero si no hay tal unidad en el origen o en el fin de ambos, la absorción de uno en el otro es injustificable: se verificaría una extralimitación o abuso de poder.
La actitud que se adopte ante el problema de la Cristiandad medieval puede ser muy diversa. Si se intenta mantener el statu quo sociopolítico nos encontramos ante una actitud clerical: la resolución de los problemas temporales estaría a cargo, más o menos directamente, de quienes ejercen el munus regendi Ecclesiae, es decir, de la jerarquía eclesiástica, ya que desde esta óptica se piensa que el poder temporal del príncipe es derivado del poder espiritual. Una radicalización de esta actitud clerical la encontramos en el tradicionalismo, el cual, partiendo de la Cristiandad medieval como la concreción in terra de la esencia del cristianismo, alienta como íntimo desideratum un regreso a la sociedad y a la cosmovisión medievales.
Quienes sostengan que el origen remoto de ambos poderes es el mismo —Dios—, pero los fines a los que se debe tender son distintos —el bien común sobrenatural en el primer caso, el bien común temporal en el segundo—, estarían llevando a cabo un proceso de secularización, entendido como una toma de conciencia de la autonomía relativa de lo temporal. Autonomía relativa porque, según esta teoría interpretativa, por su mismo origen lo temporal se halla anclado en una perspectiva trascendente.
Por último, quienes afirman que el poder temporal —y más ampliamente, el mundo de lo humano— no sólo tiene distinto fin sino que en su origen no hay ningún elemento trascendente, están impulsando un proceso de secularización tendiente a presentar una autonomía de lo temporal absoluta, identificable con lo que en el siglo XIX se comenzó a denominar laicismo 1.
Secularización no equivale a pérdida del sentido religioso. El proceso de secularización entendido en forma fuerte lleva, utilizando el famoso concepto de Max Weber, al desencantamiento del mundo. Durante la época moderna hay una crisis de fe que se manifiesta en la desmitificación y racionalización del mundo, en la creciente pérdida de toda trascendencia que reenvíe más allá de lo visible y aferrable. Con palabras de Kahn, se puede decir que la crisis de fe «significa pérdida de una imagen del mundo unitaria y global segura, en la cual todas las partes se relacionaban con un centro: por lo tanto se trata de la pérdida del centro.
En cuanto esta imagen de un mundo con la certeza del centro era nuestra herencia, se puede hablar con propiedad de un “espíritu desheredado”, de una “disinherited mind”»2. Pero crisis de fe no es lo mismo que desaparición del sentido religioso. Si lo que desaparece es la fe en un Dios personal y trascendente, el sentido religioso inherente al espíritu humano encuentra otros centros, que se absolutizan: se sacralizan elementos terrenos que proveerán las bases para religiones sustitutivas. Si este proceso se hace evidente en las ideologías contemporáneas, ya en la primera etapa de la Modernidad se producirá este cambio de centro.
Basta pensar en la razón ilustrada, en el sentimiento romántico o en el Yo absoluto del idealismo alemán.
Iniciamos el estudio de las raíces de la Modernidad con un análisis del nuevo espíritu que nace a mediados del siglo XV en Europa occidental: nos referimos al Renacimiento, cuya riqueza de contenidos excluye visiones simplistas o esquemáticas. Por su parte, el descubrimiento de América es considerado como un hecho creador de época, que marca el cambio entre dos realidades históricas de amplio respiro y que llamaremos estructuras o unidades de comprensión histórica. Desde la perspectiva del presente estudio —la historia de las ideas— trataremos de analizar en qué modo la novedad americana influyó en el proceso de secularización que caracteriza el paso de la Cristiandad medieval a la Modernidad. Secularización bifronte, como bifronte era la Cristiandad medieval. Después haremos referencia al papel desarrollado por la Reforma protestante —otro hecho creador de época. En los dos capítulos sucesivos presentaremos brevemente los elementos más importantes del Antiguo y del Nuevo Régimen, para captar las diferencias entre estas dos etapas de la Modernidad, separadas por las revoluciones de finales del siglo XVIII.
Sucesivamente, dedicaremos algunas páginas al estudio de los orígenes filosóficos e ideológicos del Nuevo Régimen, privilegiando el análisis de la Ilustración, que será la fuente principal de la Modernidad ideológica, a la que consagramos la segunda parte de este curso. La primera parte se concluye con un estudio sobre el romanticismo y el idealismo alemán, en donde encontramos elementos que estarán presentes en forma eficaz en la Modernidad ideológica.
I
RENACIMIENTO, NUEVO MUNDO Y REFORMA PROTESTANTE
Entre el siglo XV y el XVI se suceden una serie de hechos históricos que indican que un mundo se está agotando —el medieval— y otro está naciendo —el moderno—. La caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453 pone fin a una continuidad histórica milenaria, la de la dignidad imperial romana. Dicho acontecimiento trajo consecuencias importantes que incidirán en la nueva configuración del mundo. Numerosos teólogos, filósofos, literatos y filólogos bizantinos abandonarán su patria y se trasladarán a Italia —en particular, a Florencia— fortaleciendo así un movimiento de regreso a las fuentes clásicas de la cultura, que se denominará Renacimiento o Humanismo. A su vez, el cierre de la ruta comercial hacia Oriente, causado por la caída de Bizancio, será un elemento importante para explicar los adelantos técnicos que se verifican durante la segunda mitad del siglo XV en lo que respecta a las ciencias y técnicas de la navegación. Tales adelantos permitieron realizar distintos intentos para encontrar nuevas rutas que llevaran hasta la China y la India. Algunos de esos intentos terminarán providencialmente con el descubrimiento de América y por ende con el ensanchamiento de la visión europea del mundo. En 1517, poco antes de que Magallanes iniciase su travesía de circunvalación del mundo, y Cortés estuviese a las puertas de México, un fraile agustino, Martín Lutero, comienza su predicación antiromana desde Wittenberg. El fin de la unidad de la Cristiandad medieval, causada por las discordias religiosas entre católicos, luteranos, calvinistas, anglicanos, producirá efectos tan revolucionarios como los de la entrada en la escena occidental del nuevo continente americano.
Renacimiento, descubrimiento de América y Reforma protestante pusieron a circular un gran número de ideas nuevas, que encontraron un aliado fundamental en un avance tecnológico de esa época: me refiero a la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, por obra de Johannes Guttenberg.
Los siglos XV y XVI son una especie de bisagra entre dos estructuras históricas: la de la Cristiandad medieval (siglos XI-mitad del siglo XV) y la del Antiguo Régimen (siglos XVII y XVIII).
Es una época caracterizada por procesos de cambio, donde se evidencian novedades modernas, pero a la vez perduran continuidades medievales. En estas páginas dedicaremos especial atención a los elementos que manifiestan el inicio del proceso de secularización, entendido en los dos sentidos antes descritos: el de la afirmación de la autonomía absoluta del hombre y el de desclericalización o toma de conciencia de la autonomía relativa de las realidades temporales.
1. Renacimiento y antropocentrismo
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