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Las once mil vergas. Guillaume ApollinaireЧитать онлайн книгу.

Las once mil vergas -  Guillaume Apollinaire


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      LAS ONCE MIL VERGAS

      Apollinaire

      Traducción de Xavier Aleixandre

      Título Original: Les onze mille verges

      Cubierta: Schiele

      © de esta edición:

       Laertes S.A. de Ediciones, 2012

       C./Virtut 8, baixos - o8o12 Barcelona

       www.laertes.es

      Programación: JSM

      ISBN: 978-84-7584-885-3

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual, con las excepciones previstas por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos reprográficos, <www.cedro.org>) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

      Prólogo

      En su prólogo a la edición de 1930, Troisétoiles defendía con una pasión fría todavía surrealista, aunque ya no por mucho tiempo, Las once mil vergas contra los moralistas de toda ralea y contra el propio Apollinaire. En 1963 era una nota final que Toussaint Médecin-Molinier dedicaba a una nueva edición: confirmaba en ella valiéndose de diversas pruebas la autenticidad de un texto mal conocido aún por el público e insistía en su carácter de loca fantasía.

      Hoy, esta obra de reputación escandalosa ha salido de la clandestinidad. No se trata ya de invocarla contra los poemas de guerra de Calligrames, ni de justificar su atribución al poeta de Alcools, sino de leerla. Algunos se lamentarán: una recuperación más operada por la cultura burguesa, ¿para cuándo Las once mil vergas en los programas universitarios? Yo digo: ¿por qué no? ¿Es preciso que su difusión neutralice el libro? ¿Y se debe temer su presencia de pleno derecho en las obras completas de Apollinaire? De ello resultará por el contrario una lectura enriquecida por unas aproximaciones multiplicadas.

      Y ante todo una lectura que se hará en una versión correcta. Las diferentes ediciones más o menos recientes contienen, en efecto, no menos de una treintena de errores: sin hablar del subtítulo «o los amores de un hospodar» deliberadamente suprimido, van desde la simple errata, ya grave (tâter por téter,1 cuando se trata del «huérfano» de Mony, ¡casi nada!), hasta la omisión de palabras, e incluso de una página entera, sin razón aparente. Por otro lado, se había creído conveniente rectificar la puntuación poco gramatical, es cierto, pero tan expresiva de Apollinaire, que es la pulsación misma de la frase.

      Era preciso volver a un texto correcto. Hemos elegido el de la edición original de 1907. Ciertamente, ese pequeño volumen de apariencia más bien mala no es perfecto: es la primera tentativa de un impresor de Montrouge, especialista en encargos de obras clandestinas y decidido a trabajar por su propia cuenta. Contiene un número bastante grande de erratas evidentes (faltas de concordancia, por ejemplo, o simples faltas de ortografía) que era conveniente corregir; nuestra intervención se ha referido también a algunos casos de puntuación por demasiado aberrantes. Pero, siempre que cabía la duda, la lección del original ha dado la pauta. Es pues una verdadera restitución de Las once mil vergas de 1907 la que aquí hemos establecido.

      Entre ese libro no confesado, salvo a algunos amigos próximos, y las otras obras de Apollinaire, los lazos profundos no faltan. Los más simples conciernen, aparte de las particularidades de puntuación ya señaladas, a aproximaciones lingüísticas: el gusto por palabras como bayer, Nissard, kellnerine —preferentemente pelirroja—, nixe, pandiculation...,2 la propensión al equívoco (en el mismo título que hace alusión al martirio de santa Úrsula y de las 11.000 vírgenes compañeras suyas)3 o a los ecos sonoros, como al principio del capítulo segundo (... un verre de raki. —Chez qui? chez qui? ... si je mens. —Et comment ... je ne suis pas un noceur. —Et ta soeur!),4 etc. Aviso a los aficionados a las estadísticas y los cálculos de frecuencias. El ordenador que engulló todas las palabras de Calligrames para el Centro de estudio del vocabulario francés de la Facultad de Letras y Ciencias humanas de Besançon está aún en servicio.

      También se hace patente la atracción de Apollinaire por la erudición. No le desagrada subrayar, sin duda recordando una anécdota de la juventud de Casanova, que «mentula» es femenino, y «coño» masculino, ni sugerir que los testículos no son, como pretende una vana etimología, los testigos del acto amoroso, sino «las pequeñas testas que encierran la materia cervical que brota de la mentula o pequeña inteligencia». A buen latinista... En otra parte, muy contento de insertar en su relato una historia japonesa (según un procedimiento de collage igualmente utilizado más adelante para la confesión de Katache y que nunca dejó de emplear tanto en prosa como en poesía), se entrega a un exceso de exotismo nipón, escribiendo además según la moda del siglo xix lotos en vez de lotus y sintoisme sin h.

      Otras confrontaciones son más curiosas. El botcha amante de Ninette es hermano del botcha Costantzing del cuento «La Favorite» en Le Poète assassiné. El bello Egon, castigado por donde había pecado y que muere empalado entre el sufrimiento y el placer, recuerda a otro ganímedes (bello, este, como Atys), que, izado a una verja por unos bribones, muere «con voluptuosidad tal vez» en el primero de los tres «Châtiments divins» de L’Héresiarque et Cié. Las escenas de San Petersburgo anuncian sin duda el comienzo de La femme assise. Y así sucesivamente.

      Dos pasajes emergen. Uno es ese delicado paisaje renano al alba, cuya aparición inesperada sucede a la orgía sangrienta del Orient-Express (un Orient-Express que además lleva a Bucarest por un curioso itinerario). «El único paisaje renano descrito por Apollinaire», escribe R. d’Artois, catedrático de alemán, en su edición de las Memorias de una cantante alemana. ¿El único? Veamos, ¡querido colega! Viñedos, una música de pífanos que no se ven, un paisaje que se aleja, y niños, vacas en un prado, ¿no es ese el paisaje de Mai, o el de Colchiques, sin hablar de la prosa que surge súbitamente, como si en el espacio de un instante la mirada de Wilhelm hubiera pasado por los ojos de Mony?

      El otro pasaje se encuentra al final del libro. Culculine pide al escultor Genmolay que erija una estatua en recuerdo de Mony Vibescu. Este se anima con una sesión de desenfrenos en la que, con Cornaboeux, está asociado a Alexine y Culculine y, al día siguiente, comienza el trabajo. Del mismo modo y guardando todas las proporciones, y todas las convenciones, en el último capítulo de Le poète assassiné el pájaro del Bénin decide con Tristouse la construcción de un monumento a Croniamantal, ambos pasan una jornada con el príncipe de los poetas y su amiga en el bello bosque de Meudon y, al día siguiente, es rematado un monumento conmemorativo tan «sorprendente» como el de Mony.

      Por último —aún un poco de pedantería—, la dialéctica de lo verdadero y lo falso, ese punto focal del imaginario apollinariano puesto de relieve por toda la crítica moderna, ¿no es una de las estructuras de esa novela (siendo otra, como para Le Poète assassiné, la geografía del viaje)? La historia de Vibescu, noble sin serlo y siéndolo a la vez, cuyo delirio sádico ha provocado por azar la victoria japonesa, termina con la imagen de una estatua cuyo significado cada cual interpreta a su manera, tras una muerte que confirma de modo ambiguo un juramento ambiguo y, de una deficiencia, hace la razón de su inmortalidad, pasando por la muerte trágica de Kilyému, extrañamente conforme a sus deseos.

      Inquietante identidad de los esquemas. Louis Lelan sugirió ya que Les exploits d’un jeune Don Juan podían muy bien ser algo así como el vaciado de Le poète assassiné, una «obra al negro» respondiendo a la obra en claro. ¿Serían nuestras 11.000, a su vez, una especie de sombra proyectada que subraya las formas de la obra ampliándolas?

      Que polemicen los psicoanalistas. Ellos nos enseñarán que la crueldad agresiva está siempre ligada al amor en nuestro poeta; que su atracción por las nalgas y la sodomía, que no era simplemente literaria, su afición por la palabra «culo» (ver Alcools) son otros tantos signos del miedo al sexo femenino


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