El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz MartínezЧитать онлайн книгу.
la causa de Dios y la del Imperio; no en vano Hidacio dotará a los desastres políticos de significado teológico[18]. El desorden viene dado por la herejía. Priscilianistas, gnósticos y maniqueos representan una fuente de preocupaciones, evidente no sólo en la crónica, sino en la actividad pastoral de Hidacio que conocemos también por una carta que le dirige Toribio de Astorga y de la que nos ocuparemos más adelante. Las dos primeras entradas largas de la Chronica están dedicadas a presentar un breve resumen de la trayectoria de Prisciliano hasta su ejecución en Treveris, para hacer notar a continuación como, tras la muerte del hereje en el 385, sus doctrinas se difundieron masivamente en el interior de Gallaecia[19], mientras que la tercera la ocupa una descripción del concilio celebrado en Toledo en el año 400, cuyo objetivo esencial fue la condena del priscilianismo[20]. La herejía es para Hidacio la principal causa de maldad, que Prisiciliano y el priscilianismo encarnan en su obra casi como prototipo, sin duda porque eran su preocupación más inmediata. Pero también son objetivo de su preocupación la indisciplina y la ignorancia del clero y de sus colegas en el episcopado: la actitud no unánime que los clérigos de la provincia presentan ante los suevos y los heterodoxos es una ocasión de conflicto, como lo es el descuido a la hora de ordenar obispos. No sabemos en qué medida detrás de esas actitudes diversas hay distintas posiciones dogmáticas, si tras las noticias de Hidacio se oculta una hostilidad específica hacia el priscilianismo o un rango de conflictos y preocupaciones más amplio, dado que el carácter escueto de las entradas de la Chronica nos hurta muchas veces una explicación detallada, pero Hidacio tiene claro que él representa la ortodoxia y la actitud política correcta.
Con estos presupuestos, la intranquilidad de Hidacio frente a los invasores, especialmente ante aquéllos que de forma más directa son responsables de la alteración de su mundo, está marcada, como hemos visto, por una actitud de rechazo que le sume en un profundo pesimismo. Sensación negativa acrecentada sin duda por el convencimiento de que tantas desgracias son consecuencia de un abandono, una muestra de disfavor, por parte de Dios. Son las «naciones inicuas» que han alterado el orden de las cosas. Hidacio va conociendo a los suevos poco a poco. Cuando intentamos reconstruir la manera en la cual los distintos acontecimientos se incorporan a la narración de Hidacio, el pormenor de la información relativa a los últimos años y el distanciamiento erudito y enciclopédico que manifiestan los más tempranos, nos encontramos con el problema irresoluble de la manera en que fue escrita. No sabemos cuándo comenzó a escribir, aunque la mayoría de la narración parece marcada por un indudable sentido retrospectivo[21]. Si hacemos caso a su afirmación inicial, antes de acceder al episcopado tuvo tiempo para la investigación: textos y testigos de los acontecimientos fueron su fuente de información; después lo que prima es su propia experiencia, la información de sus vivencias, las noticias que le llegan ocasionalmente o que conoce en sus viajes. Si fue elegido obispo en el 427 o 428, con una edad mínima de treinta años, eso quiere decir que habría nacido muy poco antes del año 400. Cuando se producen las invasiones del 409 es, por lo tanto, un niño y cabe la posibilidad de que esos momentos coincidiesen con su estancia en Tierra Santa, pues declara que está allí siendo «infantulus et pupilus»[22], lo que probablemente indicaría que no tenía más de diez años. Tanto si regresó justo antes de las invasiones o en pleno proceso es evidente que la mayoría de la información de esos primeros años no la reconstruyó con sus vivencias personales, pero quizá también por eso, por ser recuerdos de infancia, el dramatismo de sus noticias es más intenso que en su valoración posterior. Más intenso pero más distante.
En las primeras entradas de su narración, los suevos forman parte del contingente de invasores que han llegado en el 409; más tarde va asumiendo que son los dueños de la provincia, pero son esencialmente usurpadores, ladrones que se han quedado con lo que no les corresponde. Paulatinamente, especialmente cuando la actitud del Imperio se vaya tornando cada vez menos comprometida con los asuntos hispanos, cuando los enviados del emperador, esencialmente los visigodos, se conviertan en depredadores aún más feroces que los mismos suevos, Hidacio asume que son el enemigo con el que combatir, pero también con el que negociar. Probablemente el desprecio deba dar paso a la necesidad de conocer, y de ahí a reconocer, por lo tanto, que son una fuerza a la que hay que dar un grado de legitimidad. Pasado un tiempo, Hidacio reconocerá ya que los suevos conforman un regnum[23]. En esta fase su crónica se convierte en una fuente que, sin querer, privilegia a los suevos como objetivo de su narración. Convertido él mismo en negociador político, ocasionalmente en rehén de una fracción sueva, Hidacio pasa a ser, probablemente a su pesar, el historiador de los suevos. Es verdad que difícilmente entiende su estructura interna, de la cual conoce poco más que el nombre de los reyes y a veces apenas la sucesión de los mismos, que habla casi siempre de lo que ha oído, que no tiene una información excesivamente contrastada; de lo único que es capaz de dar cumplida cuenta es de sus depredaciones y de la actitud de la población hispano-galaica ante las mismas. Es posible que Hidacio no haya ido nunca a Braga, que debemos suponer desempeñó la posición de centro del poder suevo; las pocas noticias que da de la ciudad se refieren al saqueo de Teodorico y parecen indirectas; ni siquiera menciona en su crónica la existencia del obispo de la ciudad, cuando nosotros sabemos que por un largo periodo la sede fue ocupada por Balconio[24]; esta omisión resulta especialmente llamativa por cuanto parece que se trataba de un ortodoxo, lo que debería haber concitado las simpatías del cronista. De la misma manera es probable que no haya encontrado de manera directa a la mayoría de los personajes suevos que menciona[25], pero conoce sus correrías y su historia externa y gracias a eso nosotros podemos reconstruirla.
Las historias posteriores relativas al periodo 409-469 en Hispania, esencialmente el esfuerzo de Isidoro por construir una Historia suevorum, dependen esencialmente de Hidacio. De hecho, el obispo de Sevilla no aporta para el siglo V ninguna información de la que podamos atestiguar que procede de una fuente independiente; cuando hay algún elemento o matiz no incluido en su informador, debemos suponer que nos encontramos ante suposiciones suyas[26]. Cuando se agota el texto de Hidacio, el hispalense se queda mudo y sólo transcurrido prácticamente un siglo es capaz de retomar una secuencia narrativa continuada, aunque igualmente pobre.
Si bien Hidacio es nuestra referencia esencial, contamos con alguna información que ayuda a conocer datos que no están en su Chronica. Son noticias que, en general, no se ocuparon ya del reino suevo sino de los acontecimientos inmediatamente anteriores, esencialmente la estancia en la Galia y el paso de los Pirineos, como mucho de los años en que pugnaban por hacerse un hueco en la Península. En algunos casos son fuentes galas, aunque se trata de información muy reducida y que tendremos ocasión de mencionar puntualmente: ni la Chronica gallica, ni Próspero, coetáneo de Hidacio, mostraron interés por los asuntos hispanos, mientras que Gregorio de Tours, que aporta informaciones relevantes para la historia sueva del siglo VI, apenas recogió algunos fragmentos relativos a los acontecimientos hispanos antes de la desaparición del Imperio de occidente[27]. Tampoco aportan otra cosa que información indirecta las fuentes que se ocuparon del reino vándalo, caso de Víctor de Vita, que pueden ser utilizadas con una finalidad meramente contextual, o para el periodo de convivencia de vándalos y suevos en las provincias hispanas, pero con poco aprovechamiento. Cuando leemos la Getica de Jordanes sacamos, igualmente, la sensación de que para el universo godo los suevos de Hispania son una molestia a la que no merece la pena dedicar mucha atención, y sólo cuando alteraron sustancialmente su devenir interno se les recordó con un poco más de atención. Los autores orientales, en general, no mostraron un gran interés por los acontecimientos que vivían las provincias del Mediterráneo occidental; asistieron a los procesos de usurpación y de invasión con una curiosidad distante