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Revolución y guerra. Tulio Halperin DonghiЧитать онлайн книгу.

Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi


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para un área que le era asegurada, más que por su gravitación propia, por decisiones políticas de la corona. El mayor negocio mercantil rioplatense –la exportación de productos de Castilla al Tucumán, a Cuyo, al Alto Perú, para ser vendidos a cambio de metálico– supone el mantenimiento del orden colonial; el negocio de exportación de cueros y tasajo puede ser un complemento interesante del anterior, pero como alternativa se presenta ruinoso.

      La exportación de metálico altoperuano se valúa en millones; la de productos de la ganadería litoral se ubica en el nivel de $ 1.000.000 anuales; cuando abandonamos estos dos núcleos dominantes de la economía virreinal y pasamos a sus subordinados, encontramos niveles mucho más modestos.

      Como exportadora, sus relaciones son más complejas: el rubro principal es la carretería, con $ 70.000; su destino es sobre todo el Litoral. En segundo lugar hallamos el ganado en pie, valuado en $ 53.000, y destinado al Alto y Bajo Perú. En tercer término se cuentan las suelas y cueros curtidos, por valor de $ 30.000, que encuentran consumidores en el Litoral y Córdoba. Más dispersa es el área de consumo del arroz ($ 17.000), productos de carpintería ($ 9000) y talabartería ($ 3000). Pero también aquí los rubros principales se orientan hacia las zonas económicamente hegemónicas: Buenos Aires y el Alto Perú. Volcado a las zonas más prósperas, el comercio tucumano se vincula también con los sectores socialmente dominantes; es la satisfacción de sus necesidades de consumo la que cubre la mayor parte de las importaciones; basta comparar en este punto los $ 90.000 de importación de Castilla con los $ 6000 de textil ordinario (algodón en rama de Catamarca por $ 4000, tucuyos de Cochabamba por $ 2000) para advertir hasta qué punto gravitan en la importación los consumos de lujo…

      San Juan no podría ostentar el mismo superávit comercial que Tucumán; las dificultades para con el mercado de su principal producción no son el único elemento negativo; otro no menos importante lo constituye la necesidad de importar las cosas más esenciales. San Juan está entonces menos ligado al comercio de Castilla; sus escasos recursos debe dedicarlos a cosas más esenciales. Con Buenos Aires tiene un giro anual de $ 15.000-20.000; estos no sólo cubren sus consumos ultramarinos, sino también los de yerba mate y esclavos. El resto de la importación es sobre todo de ganados: mulas y burros para las trajinerías, caballos, vacunos para abasto… Y aun productos de manufactura local para consumo de los pobres: ponchillos, picotes, cordobanes de Córdoba. San Juan es entonces un ejemplo extremo de área marginada de las grandes corrientes comerciales locales, de sus dificultades crecientes para insertarse en una estructura mercantil apoyada en la violenta desigualdad de potencial económico y organizada para perpetuarla. La solución para sus problemas se encontraría en una disminución de los costos de transporte y comercialización: es la que busca José Godoy Oro, el diputado del consulado y autor del admirable informe de 1806, a través de las reformas que propone. Pero esa solución es inalcanzable dentro del orden colonial (también lo será, por razones apenas diferentes, en el marco posrevolucionario).

      Es inalcanzable porque el orden colonial se identifica con la rigurosa separación entre un sector mínimo incorporado a una economía de ámbito amplio, y sectores más vastos cuya vida económica se inserta en circuitos más reducidos: entre los unos y los otros el arbitraje está en manos de quienes dominan los procesos de comercialización y los utilizan para mantener esa estructura diferenciada, que les asegura una parte excepcionalmente alta de los lucros.

      Los años de dislocación del comercio mundial no inauguran entonces una nueva prosperidad para Buenos Aires; las perspectivas de independencia mercantil que abren no son una alternativa válida para las seguras ganancias que el goce de su situación en la estructura comercial imperial, reformada en su beneficio, le asegura. A lo sumo, son un complemento bienvenido, y fundamentalmente el fruto de la necesidad. Pero si a largo plazo esas perspectivas son engañosas, en lo inmediato contribuyen a debilitar la resistencia del sector mercantil hegemónico frente a la posibilidad de cambios más radicales, a los que empujan por una parte las presiones venidas de afuera y, por otra, las de los productores del Litoral en ascenso, dispuestos a abrirse un camino más ancho hacia los mercados consumidores ultramarinos. Si en lo esencial Buenos Aires seguía siendo hasta 1810 el puerto de la plata, las variaciones que la coyuntura guerrera mundial imponen a esa situación básica no dejan de ser importantes por efímeras; si Buenos Aires pudo enfrentar con el corazón ligero la crisis que la revolución necesariamente iba a traer consigo, si renunció a las ventajas que el orden colonial le otorgaba, ello no dejaba de estar relacionado con la convicción que la nueva coyuntura había hecho arraigar entre no pocos de sus hijos más sagaces: colocada en el “centro del mundo comerciante”, la Tiro del Nuevo Mundo no necesitaba ya de la protección que el ordenamiento imperial le proporcionaba; independizada de ese orden caduco podría comenzar una nueva etapa de vida signada por una prosperidad sin límites.

      Una sociedad menos renovada que su economía

      En los años virreinales la región rioplatense vive el comienzo de una renovación de su economía; se ha visto ya que esta la afecta, aun en el plano económico, menos profundamente de lo que podría esperarse; el eco de esos cambios en otros aspectos de la vida virreinal es aún más atenuado. La sociedad, el estilo de vida permanecen sustancialmente inmutables aun en Buenos Aires, y más de uno de los rasgos atribuidos a los influjos renovadores que comienzan a hacerse sentir son en cambio rastreables hasta en las etapas más tempranas de la instalación española en las Indias.


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