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El hechizo de la misericordia. José Rivera RamírezЧитать онлайн книгу.

El hechizo de la misericordia - José Rivera Ramírez


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los animales; si quiere usted hablar del amor personal que tiene a sus hijos, desde luego la que no lo entiende es usted, la que no sabe lo que es ser madre, es usted, está bastante claro, lo entiendo yo muchísimo mejor que usted, por eso precisamente, porque es una participación del amor de Dios”.

      B) El segundo aspecto: El ceder en todo. Decir que una persona está dispuesta a dar la vida y luego no está dispuesta a dar un rato, no está dispuesta a dar un libro, no está dispuesta a dar lo que sea…, pues es gana de hablar, vamos.

      La vida supone todo lo que lleva consigo; si no, es que no estoy dispuesto. Cuando se está hablando todo el santo día de la caridad y del amor al prójimo, –es una cosa de la cual se habla continuamente–, y luego, se está todo el día molesto, reflejando molestias: “Es que me han llevado un libro y no me lo han devuelto, es que…” o lo quiere hacer todo con tanta perfección y que le salgan todas las cosas bien.

      Hace una temporada, discutía con una monja. Ella decía: “–No, es que usted no emplea bien el dinero, porque a lo mejor se lo da a uno y lo gasta mal”. Y yo le digo: “–Según usted, Dios no emplea bien sus dones, pues Dios está fomentando el vicio, porque llueve sobre justos y pecadores. Por consiguiente, si cuando yo doy dinero a uno con el peligro –no se lo voy a dar aposta, así, por ejemplo, tome usted para que mate a uno, ¿verdad?–, pero con el peligro de que lo emplee mal, pues ¡entonces Dios!”. Y digo: “–Con ese criterio estaba en el infierno hace muchísimos años. Ciertamente Dios no tiene un sentido tan utilitario”. Porque un padre no hace eso con su hijo, es más, para que un padre eche un hijo de casa, ¡Dios mío!, lo que tiene que pasar.

      Nosotros estamos continuamente buscando nuestra utilidad, el control de las cosas. La caridad es amar al prójimo y, para amar al prójimo, hay que aguantarle defectos a montones, durante años enteros. Pero aguantar no es –ya lo decía ayer– no es la paciencia de contenerse, aguantar es amar con paciencia, para ver cómo se va desarrollando. Piensen ustedes en san Agustín, que está treinta y tres años –bueno, vamos a quitar los siete primeros–, pues está veintiséis años abusando de la Gracia de Dios, consciente. Y si Dios tiene paciencia, ¡no voy a tener yo paciencia con un pobre que me toma el pelo! Si estoy dispuesto a darle mi vida, cómo no voy a estar dispuesto a que me tome el pelo un poco, hombre.

      C) Finalmente y, en tercer lugar –para no alargarme ya– la caridad se manifiesta en la cesión de todos los derechos. Algo que no puede decir nunca el cristiano, si tiene caridad, es: “no hay derecho a que me hagan esto”, porque el cristiano no se puede sentir propietario de nada. Dense cuenta de que esto de la propiedad, en cualquier sentido, es una cosa terrena, a causa de que hay muchísima gente que no es cristiana, en este mundo, claro, y porque los cristianos no están al nivel suficiente, pero estrictamente hablando, pues no existe la propiedad privada, eso está claro.

      Como no hay propiedad privada de mi mano derecha y de mi mano izquierda, si las cosas no son mías, las cosas son de Cristo. Somos meros administradores, y no digo ya de las cosas materiales, sino de nuestro entendimiento, de nuestra voluntad, de nuestro tiempo. En resumidas cuentas, habrá que decir, ya llegaremos, pues, somos esclavos de los demás y un esclavo no puede quejarse, un esclavo no tiene derechos.

      Cuando una persona me habla de caridad y luego me habla de sus derechos, malo. Hace poco me decía uno: “–No, si yo me porto bien, pero quiero que se porten bien conmigo.”, digo: “–Eso es en los comercios, pero eso no es en la vida cristiana. Si yo me porto bien con mi hijo, que mi hijo se porte bien conmigo. Ponga usted una tienda entre hijos y padres, pero vamos, despache género”. Eso pasa en las librerías y no siempre. Pero, vamos, no se trata de que se porten bien conmigo, se trata de portarme yo bien con ellos, que son dos cosas distintas completamente. El otro, pues ya verá y Dios le iluminará.

      Es a base de portarme bien yo, como podré conseguir que el otro se porte bien, y a última hora, no conmigo, que no importa, sino con Jesucristo. Esto es lo que ha hecho Jesucristo, no lo puede negar nadie, vamos. Todo el cristianismo está basado en que Jesucristo renunció a sus derechos; lean la Carta a los Filipenses, el capítulo segundo. Y te dicen: “Eso es fomentar la injusticia”. Y yo contesto: “pues prefiero fomentar la injusticia con Jesucristo, que fomentar la justicia contigo”, la cosa está clara. Lo mismo que mis brazos van donde voy yo, no dónde vayas tú. Yo voy donde vaya Jesucristo.

      No arreglamos el mundo reclamando nuestros derechos, y cuando digo nuestros, digo míos y de mis comunidades. Arreglamos el mundo, sacrificando nuestros derechos. Sacrificar es dejar que se levanten a un nivel más alto. Nuestro derecho es amar al prójimo, y ya es maravilloso que podamos amar al prójimo. Este es el único derecho que tenemos que reclamar y reclamarle como una misericordia, porque nos lo ha prometido Dios, sencillamente, pues no tenemos derecho a eso tampoco. Pero puesta la promesa de Dios, pues podemos esperarlo y debemos esperarlo.

      Contemplación de la bondad de Cristo

      Resumiendo todo esto, contemplen a Jesucristo, porque esto es lo que ha hecho Él. Lo primero es ver la bondad de Cristo y lo segundo es ver lo que me quiere dar a mí. Tendré que examinarlo un poco: ¿Cómo está mi vida respecto a la caridad? En primer lugar, hemos de atender a los criterios.

      Yo estoy convencido de que la gente no tiene idea de lo que es la caridad y –ustedes perdonen–, yo sé que ustedes están todas doctoradas por el Espíritu Santo, pero me fío poquísimo, porque sucede que a estas fechas muchísima gente, religiosa, está hablando de la caridad y comulgan todos los días, pero de la caridad no tienen ni asomo, vamos, no tienen ni idea. Es hacer unos cuantos favores, que enseguida reclaman el pago, y esto no tiene nada que ver con la caridad, ciertamente.

      Así que, la caridad es una realidad sobrenatural, misterio de fe, un aspecto de la totalidad de la vida cristiana, el aspecto más importante, sin el cual, lo demás no es vida cristiana propiamente. Un individuo con fe y con esperanza, y sin caridad, se condena, ciertamente. Pero nace de la fe, del dinamismo de la fe. Según va creciendo la fe, va creciendo la caridad.

      Consiste en amar a cada persona, pero a todos, a cada uno de todos, como ha hecho Jesucristo, claro, como hace Jesucristo, porque es participación del amor de Cristo. Se caracteriza porque tiene por principio al Espíritu Santo y no nuestra propia alma. Se distingue, por tanto, del amor puramente natural. Tiene unos motivos, un fin y unos medios distintos, o por lo menos no totalmente iguales, aunque hay medios naturales que se pueden asumir, claro.

      Después, se caracteriza porque es esta actitud interior, y no necesariamente exterior; pues al exterior hay muchísimas veces que no se puede realizar.

      Además, se caracteriza porque es un amor de unión, por el cual, deseo la perfección del otro, me complazco en la que tiene, y le deseo la que le falta, y me dejo mover por Cristo para colaborar a esa unión total del otro con él, que naturalmente, por consecuencia, es también conmigo, para toda la eternidad.

      Y luego, es un amor universal, en cuanto a las personas, en cuanto a los objetos, en cuanto a las facultades mías, en cuanto a las virtudes, abarca todas, y en cuanto a la intensidad, porque llega hasta el final. Llega hasta la actitud continua de estar, no sólo dispuesto, sino alegrarse de poder dar la vida por los demás. Esto es lo que han hecho todos los santos, habidos y por haber. Han podido sentir físicamente lo que sea, pero todos lo han hecho con toda decisión, porque es que, además, “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7), dice san Pablo cuando está, precisamente, excitando a la gente a que colaboren en una colecta. Y, este darlo todo, como decía, pues se puede caracterizar por la actitud constante de dar cualquier cosa, de las que constituyen nuestra vida: tiempo, conocimientos, lo que sea, con tal que vea que Dios me lo concede, es una gracia de Dios el poder ayudar al prójimo.

      Que pueda decir: “no llego a más”, es distinto, somos todos muy limitados, ¿no?; ahora, que diga: “no hay derecho, es una impertinencia”, eso no lo puede decir nunca. No puedo decir nunca que alguien es impertinente conmigo, porque yo pertenezco a todos; otra cosa es que no sea capaz de llegar. Por eso vean ustedes que no puede haber impertinencias respecto de un cristiano.

      Y luego después, esta cesión de los derechos, y este preguntarse: “yo, a esta persona,


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