Эротические рассказы

E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.

E-Pack Bianca abril 2 2020 - Varias Autoras


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a cambiar. Claro que tampoco es que pudiera cambiarlo. Se había pasado meses ingresada en el hospital, y luego otros cuantos en una clínica, haciendo rehabilitación. Habían sido unos meses largos, desesperantes y solitarios intentando hacerse a sus nuevas circunstancias, acostumbrándose a un sentimiento que la había acompañado desde entonces: la sensación de culpa del superviviente.

      Sí, se sentía culpable por fingir que lamentaba la muerte de sus padres, cuando en realidad lo que había sentido había sido alivio. De hecho, había sido más fuerte el alivio al saber que no iba a perder la pierna que el dolor por la pérdida de sus padres. ¿Qué decía eso de ella? Las cicatrices de la pierna le recordaban cada día esas emociones encontradas, y lo cierto era que, cada vez que lo pensaba, no podía evitar sentirse aliviada por haberse liberado de la caótica vida que había llevado junto a sus padres, aunque su padre había sido el principal responsable.

      Una vida impredecible y demencial en la que sus padres, en vez de preocuparse por llevar comida a la mesa, solo se preocupaban de su dosis diaria de alcohol y drogas. Una vida en la que la tónica habitual eran los golpes, los gritos, los insultos y los platos haciéndose añicos contra una pared o contra el suelo. Una vida en la que nunca había paz, ni siquiera cuando reinaba el silencio, porque el silencio solo indicaba que se estaba preparando una tormenta que podría desatarse en cualquier momento. Sin avisar. Sin que nada hubiera pasado. Era algo que sencillamente ocurría, y a ella no le quedaba otra que ponerse a cubierto, si podía, o, si no, ponerse a rezar como una loca.

      Layla suspiró y se hizo un recogido informal, echando una persiana sobre esos pensamientos del pasado. Se negaba a ser una víctima; era fuerte y se sentía tremendamente orgullosa de todo lo que había conseguido en su vida.

      Alcanzó el neceser donde tenía los cosméticos, se retocó un poco el maquillaje y se echó perfume detrás de las orejas y en las muñecas. Luego se miró en el espejo, girando a un lado y a otro, y decidió que, aunque su aspecto no fuera perfecto, al menos era pasable.

      Cuando Layla entró en el salón, Logan, que acababa de terminar una llamada para solucionar un problema relativo a un proyecto en la Toscana, colgó y se guardó el móvil. El mono que llevaba dejaba entrever las curvas de su esbelta figura, esas curvas que se moría por acariciar, por explorar. El maquillaje, por otra parte, realzaba la elegancia de sus facciones y hacía destacar sus bellos ojos. Y el recogido dejaba al descubierto su cuello de cisne y sus hombros.

      Se imaginó dejando un reguero de pequeños besos por su piel, bajando por su cuello hasta llegar al escote. Se imaginó soltando su cabello, deslizando sus dedos entre los mechones castaños… ¡Cómo le gustaría borrar el brillo de labios de su boca con un beso apasionado! En su mente permanecía el vívido recuerdo de lo blandos y lo suaves que eran esos labios, del ardor con que había respondido cuando la había besado…

      ¡Por amor de Dios…! Tenía que ejercitar su autocontrol. ¡Vaya si tenía que hacerlo…! Si estaba fantaseando con ella de esa manera cuando se acababan de casar, ¿cómo iba a poder resistir un año entero?

      –Estás preciosa –murmuró.

      Las mejillas de Layla se tiñeron de rubor y bajó la vista.

      –Gracias.

      Salieron de la casa y echaron a andar hacia el restaurante, que estaba a un corto paseo de allí. El aire de la noche estaba impregnado con el sabor salado del océano y la luna, que estaba en cuarto creciente, brillaba en el cielo. Layla caminaba a su lado en silencio, cojeando. Los zapatos que llevaba no tenían mucho tacón, pero era evidente que no le aportaban la estabilidad que necesitaba, y cuando la vio tambalearse ligeramente, la tomó de la mano.

      –Cuidado –le dijo–, este terreno es un poco traicionero.

      Layla le dirigió una breve sonrisa y volvió a mirar hacia delante. Aunque hicieron el resto del trayecto en silencio, Logan no podía ignorar el cosquilleo que sentía en la mano, entrelazada con la de ella, ni el aroma de su perfume.

      Cuando llegaron al restaurante, un camarero los condujo a una mesa junto al ventanal, desde el que se divisaba la bahía, tomó nota de lo que querían para beber y les dejó la carta. Logan apenas le echó un vistazo rápido a la suya; no podía apartar los ojos de Layla. Tal vez porque nunca había pasado tanto tiempo seguido con ella.

      Pasar tiempo con ella le había abierto una puerta a un mundo nuevo. Sentía una conexión emocional con ella que jamás había experimentado, la clase de conexión que había evitado incluso con su prometida. De hecho, el estar conociendo a Layla a ese nivel más profundo estaba haciendo que se diese cuenta de qué había faltado en su relación con Susannah.

      Le costaba hacerse a la idea de que Layla y él estaban casados. No parecía real, pero lo era: tenía el certificado de matrimonio que lo probaba.

      Layla levantó la vista de su carta y frunció el ceño.

      –¿Ocurre algo?

      Logan alteró su expresión para convertirla en una máscara impasible.

      –No. ¿Por qué?

      Layla cerró su carta.

      –Porque no haces más que mirarme y fruncir el ceño.

      Logan esbozó una media sonrisa.

      –Perdona, es que estaba pensando.

      –¿Sobre qué?

      –Sobre nosotros.

      Hasta decir la palabra «nosotros» le provocaba una extraña ansiedad.

      Layla bajó la vista a la vela encendida en el centro de la mesa.

      –Es raro, ¿verdad? Lo de estar casados, quiero decir –volvió a alzar la vista hacia él–. Pero al menos hemos salvado Bellbrae, que es lo que importa.

      –No es lo único que importa –dijo él–. También es importante que nuestro trato no te cause demasiadas inconveniencias. Sé que un año es mucho tiempo, pero en cuanto obtengamos el divorcio podrás volver a tu vida.

      El camarero llegó en ese momento con sus bebidas, y mientras anotaba lo que iban a tomar Logan intentó no pensar en cómo sería la vida de Layla después de que pusiesen fin a su matrimonio. Sería extraño verla casarse algún día con otra persona, y quizá incluso formar una familia. De hecho, si eso ocurriera, abandonaría Bellbrae y tal vez no volvería a verla. No podía imaginarse Bellbrae sin ella. Se le antojaría vacío, desolado y gris.

      Cuando el camarero se hubo marchado, Layla tomó su copa y agitó suavemente el vino con movimientos circulares.

      –Mi vida es mi negocio; es lo único que tengo. Quiero convertirme en una empresaria de éxito para poder ser autosuficiente.

      –¿Y no te gustaría formar también una familia algún día? –inquirió él.

      ¿Por qué le estaba preguntando eso cuando no quería saberlo?

      Layla, que había bajado la vista, encogió un hombro y frunció el ceño.

      –No lo sé. A veces creo que sería maravilloso, pero otras me preocupa acabar como mi madre –contestó, lanzándole una mirada furtiva–. Se casó con el hombre equivocado, y no solo arruinó su vida, sino que además la truncó.

      Logan intuía que había más en el pasado de Layla de lo que ella le había contado. Prueba de ello era lo reacia que se mostraba siempre a hablar de su infancia. Sabía que había sufrido un accidente de coche con sus padres en el que ellos habían muerto y ella había resultado herida de gravedad, pero tenía la sensación de que su vida antes de aquella terrible tragedia tampoco había sido fácil.

      –¿Quieres contarme lo que ocurrió?

      Layla tomó un sorbo de vino y volvió a dejar la copa en la mesa. Sus facciones dejaban entrever un intenso conflicto de emociones, como si estuviese intentando decidir si debería confiar en él o no. Pero al cabo de un rato comenzó a hablar con voz firme.

      –Mi madre hizo una serie de elecciones que tal vez no habría


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